Los santos, una palabra de Dios (Palabras sobre la santidad - XXXII)
Dios que continúa hablando y mostrándose a la Iglesia, a la cual nunca deja de guiar, en cada santo pronuncia una palabra nueva que revela aspectos nuevos del Evangelio, o que actualiza el Evangelio, en cada momento de la historia de la Iglesia.
Dios, que es elocuente, y sigue conduciéndonos por su Espíritu Santo a la verdad completa, ofrece palabras nuevas, sentidos nuevos, con cada santo, distinto de otro santo, y así Dios los constituye en llamadas de atención a todo el pueblo cristiano, en signos vivos de Dios que interpelan. Cada uno de los santos, a lo largo de la bimilenaria vida de la Iglesia, ha sido fruto de una llamada de Dios en la historia.
En los santos, Dios nos ofrece una verdadera exégesis, explicación, de su Palabra, de su revelación. Esta exégesis es viva, mediante una persona concreta, aportándonos luces nuevas, sentidos mejores, caminos que se abren para la vida de la Iglesia. La vida teológica de los santos, sus propias biografías y perfiles espirituales únicos, nos ayudan a conocer mejor a Cristo cuestionándonos la calidad del propio seguimiento y ofreciendo sugerencias nuevas. Ellos, por tanto, son constituidos como signos luminosos, capaces hoy de despertar la llamada universal a la santidad en quienes viven tal vez rutinariamente su bautismo y alentando a todos a vivir más y mejor entregadamente al Señor Jesucristo. Con los santos comprobamos que la santidad es para todos, una llamada y una vocación que se dirige a todos.
Pero los santos, además, son una irrupción de Cristo en la historia. Él les ha dado una forma nueva a los santos, su propia forma, y ha prolongado su presencia entre los hombres por medio de los santos. Éstos han sido una presencia de Cristo ofreciéndole sus manos, sus pies, su corazón, sus labios, para hablar a los hombres, bendecirlos, sanarlos, ir a su encuentro.