Religión en Libertad

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Llegamos ya al punto final de la conferencia de Ratzinger sobre la nueva evangelización, pronunciada en el Jubileo de los catequistas en el año 2000. Si ha ido siendo asumida y reflexionada, a lo largo de estos meses de catequesis, habremos alcanzado una claridad de ideas cuando suelen reinar tantos tópicos y tantas confusiones acerca de la nueva evangelización.

Ya vimos que se trata de una acción necesaria junto a la evangelización permanente o constante que siempre se da en las parroquias y comunidades cristianas, pero que nace de la convicción y ardor de quien conociendo a Cristo, quiere anunciarlo y hacerlo presente a todos. Será una tarea lenta -el grano de mostaza-, a veces insignificante, y renunciando al éxito cuantitativo y a los grandes números, pero sabiendo que es necesario realizarla. Esto, además, conlleva tanto la oración como el sacrificio del apóstol, su sufrimiento, que siempre será fecundo. Pero igualmente había que atender al contenido mismo de la evangelización:

"La vida eterna" es el último contenido de la nueva evangelización, según apunta Ratzinger en esta lección magistral; es otro punto discordante para lo que estamos acostumbrados a oír sobre lo que es 'evangelizar', que se ciñe a lo terrenal, progreso, humanitarismo, etc. Sus palabras son precisas:

"La vida eterna Un último elemento central de toda verdadera evangelización es la vida eterna. Hoy, en la vida diaria, debemos anunciar con nueva fuerza nuestra fe. Quisiera tan sólo aludir a un aspecto de la predicación de Jesús descuidado a menudo: el anuncio del Reino de Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce, que nos escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia. De ahí que esta predicación sea anuncio del juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o dejar de hacer lo que le apetece. Será juzgado. Ha de rendir cuentas. Esta certeza es válida tanto para los poderosos como para los sencillos. Donde esta certeza se respeta, quedan marcados los límites de todo poder de este mundo. Dios hace justicia, y sólo Él puede impartirla en última instancia. También a nosotros nos alcanzará, cuanto más capaces seamos de vivir bajo la mirada de Dios y de comunicar al mundo la verdad del juicio. De este modo, el artículo de fe sobre el juicio, su fuerza formativa de las conciencias, constituye un contenido central del Evangelio, además de ser realmente una buena nueva. Lo es para todos los que sufren bajo la injusticia del mundo y buscan la justicia. Se comprende así también la conexión del Reino de Dios con los 'pobres', los que sufren y todos los mencionados en las bienaventuranzas del sermón de la montaña. Están protegidos por la certeza del juicio, por la certeza de que hay justicia. Éste es el verdadero contenido del artículo del Credo sobre el juicio, sobre Dios juez: hay justicia. Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Hay justicia. Sólo quien no quiera que haya justicia puede oponerse a esta verdad. Cuando tomamos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nosotros, comprendemos bien el otro aspecto de este anuncio, esto es, la redención, el hecho de que Jesús en la Cruz asume nuestros pecados. En la pasión de su Hijo, Dios mismo aboga por nosotros, pecadores, y hace así posible la penitencia, la esperanza, para el pecador arrepentido; esperanza que expresan de modo admirable las palabras de san Juan: "Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todo" (Jn 3,20): ante Dios sosegaremos nuestro corazón, por mucho que sea lo que nos reproche. La bondad de Dios es infinita, pero no debemos reducirla a un melindre empalagoso sin verdad. Sólo creyendo en el justo juicio de Dios, sólo teniendo hambre y sed de justicia (cf. Mt 5,6), abrimos nuestro corazón, nuestra vida, a la misericordia divina. No es verdad que la fe en la vida eterna vuelva insignificante la vida terrena. Al contrario, sólo la eternidad es la medida de nuestra vida, también esta vida en la tierra es grande, e inmenso su valor. Dios no es el rival de nuestra vida, sino el garante de nuestra grandeza. Regresamos así a nuestro punto de partida: Dios. Si consideramos bien el mensaje cristiano, no hablamos de un montón de cosas. En realidad, el mensaje cristiano es muy sencillo: hablamos de Dios y del hombre, y así lo decimos todo". Este último contenido de la nueva evangelización, la vida eterna, se presenta como una clave de interpretación del presente vivido en esperanza cristiana. La vida eterna ilumina el presente y se hace ya presente en cierto modo por la unión con Dios; desde luego no consiste en un punto y aparte, al margen de nuestro 'hoy' ni tampoco la caricatura de un cielo aburrido, estático, de nubes y arpas. La vida eterna anunciada y predicada sitúa al hombre ante la responsabilidad de su propia vida y libertad. Lo que Dios nos ha dado -vida, libertad, colaboración con Él, misión- exige la responsabilidad personal, y del uso de esta responsabilidad hemos de dar cuentas a Dios. No es indiferente lo que hagamos o dejemos de hacer, sino que está cargado de consecuencias. Dios se toma muy en serio nuestra libertad y pregunta si hemos sido responsables con ella. En la vida eterna se descorre el velo de nuestras responsabilidades y seriedad ante la vida (que no tristeza). Ya san Pablo escribe: «

Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios... por eso cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo» (Rom 14, 10. 12)... «Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo según hayamos hecho en nuestra vida» (2Co 5,10).

Así se entiende que hablemos del juicio después de la muerte y hayamos de tenerlo presente, como desgrana el Catecismo:

Es una línea de coherencia: Dios no puede ignorar el mal realizado, ni pasar por alto el daño que hayamos cometido a otros ni el que nos hayan hecho a nosotros. La salvación y la vida eterna es la realización suma del Bien de Dios, por tanto de su justicia, que premia o castiga, pero que también repara el daño y las heridas, que ilumina con luz absoluta el Bien y desenmascara todo el mal. Entonces se realizarán las bienaventuranzas, las de aquellos que lloran, que tienen hambre y sed de justicia, que han sido perseguidos por causa de Cristo... La predicación de la vida eterna en la nueva evangelización es entonces una llamada a la responsabilidad, una espera activa de la justicia de Dios y del Bien y es, por último, una luz que orienta nuestra relación con lo terreno y temporal de manera que nos libera de ataduras, de instalación, de esclavitudes, de ser devorados por el materialismo, aplastados por el dios-dinero y temerosos siempre de esta temporalidad que se agota:

La vida eterna es una clave de interpretación de todo nuestro presente:

El anuncio de la vida eterna influye decisivamente en nuestra manera de vivir y entregarnos a las tareas temporales, con perspectiva de fe, mirada sobrenatural, sin identificar el Reino de Dios con el mero progreso humano terrestre o con una estructura social. Con la mirada en la vida eterna y el corazón en el cielo, nos sumergimos en la materia del mundo para transformarla, modelarla, ofrecerla:

Ratzinger concluía apuntando a lo esencial: que el nombre de Dios sea pronunciado, porque todos los contenidos de la nueva evangelización se cifran en Él. La nueva evangelización, con pedagogía, tal vez con formas nuevas, mostrará a los hombres cómo Dios tiene que ver con todo lo humano para purificarlo, elevarlo, darle su vida.

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