Palabra y silencio bien articuladas (y II)
Mas el criterio que vehicula la relación entre la palabra y el silencio puede determinarse por el orden teológico, por el plano sobrenatural.
Dios es Palabra, que se revela gratuitamente, libremente, soberanamente, y el silencio es la recepción activa, por fe, de esa Palabra pronunciada por Dios. La articulación de la palabra y el silencio, su mutua relación y dependencia, cobran luz y vigor contempladas según la pedagogía de la Revelación de Dios y determina, primero, el proceso mismo de la fe, pero también en segundo lugar, la manera cristiana de comunicarse y vivir. Éste es el planteamiento que seguía Benedicto XVI en el Mensaje de 2012 para la Jornada de las comunicaciones sociales, con una lección de teología sublime y clara.
En el mundo virtual, hemos de hacer un espacio a Cristo (¡cuántos blogs, por ejemplo, lo son ya!), que permita la escucha de la Palabra en el silencio. Incluso, lo sabemos, en las redes sociales se ha experimentado una difusión amplia de esta comunicación de la Palabra, con mensajes claros de contenido católico. ¡A cuántos pueden llegar! Pero, en este mundo de comunicaciones, que a veces es muy poco comunicativo, miremos a Dios. Pronuncia su Palabra y debe ser oída en silencio, saboreada y meditada. La vida de oración requiere una ascesis, una disciplina del silencio, para hacer fecundo lo interior. Cuando la palabra y el silencio se unen, es que está naciendo un evangelizador, un apóstol, que con hondura tiene una Palabra que comunicar, que difundir, que ofrecer, y es una Palabra de vida. Lo hará en persona, oralmente en catequesis, cursos, etc., pronunciará esa palabra con el testimonio claro de fe en sus ambientes, y también la mostrará en las redes sociales y en el mundo virtual. También habría que hablar de la Palabra y el silencio en la liturgia; no es la primera vez que aquí se hace, pero volveremos a ello en mejor ocasión.