Religión en Libertad

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La santa Pascua desvela la hermosura, la belleza y el esplendor de Jesucristo. Ahora aparece en su forma definitiva, aquella que apuntaba en la Transfiguración: es la carne del Hijo de Dios, plenificada y llena del Espíritu Santo, porque fue ungida para siempre.

Jesús, nuestro Señor, es el verdadero Ungido; recibe el Espíritu Santo en su carne humana al encarnarse; recibe el Espíritu en el río Jordán al ser bautizado... y recibe el Espíritu que lo resucita, vivificando su carne. Desde ese momento y para siempre, su nombre propio es "el Ungido", Cristo. Y de Él, de Cristo, desciende la unción para todos los miembros de su Cuerpo, sus hermanos, los bautizados. Se participa del Espíritu Santo porque somos miembros vivos de su Cuerpo místico y en cuanto tales, en cuanto miembros de la Iglesia, Cuerpo del Señor, hemos recibido el Don por excelencia, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo unge todo el Cuerpo de Jesús.

Entonces, realizando en nosotros lo que realizó en Jesucristo, el Espíritu Santo nos asiste a nosotros y nos diviniza, haciéndonos estar en comunión personal e íntima de amor con Cristo. El Espíritu de la Cabeza, Cristo, se difunde a los miembros del Cuerpo. Es un Don y por Él, somos partícipes de la Unción del Señor sin mérito nuestro.

Ahora bien, el Espíritu Santo no es una experiencia subjetiva que se comunica de manera íntima, al margen de Cristo y de la Iglesia, sino que el lugar del Espíritu, el lugar donde se infunde, es la Iglesia y mediante los sacramentos. Éstos no son ceremonias, sino intervenciones divinas en la Iglesia para los hombres y en los sacramentos se nos comunica la Unción del Espíritu, en los sacramentos se nos da el Espíritu Santo según la gracia propia de cada sacramento.

Es en el orden eclesial, en sus sacramentos, donde tenemos una verdadera experiencia y comunicación del Espíritu Santo, siendo aquí partícipes de la Unción del Señor. Los sacramentos son actuaciones maravillosas del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia. El Espíritu Santo es el medio principal de la función santificante que ejerce en nuestro bien. En todos los sacramentos está presente el influjo y la acción del Espíritu Santo, pues son sus cauces de expresión y santificación. Así nos unge como miembros del Cuerpo místico de Cristo.

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