Religión en Libertad

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Jesús, el Señor, no es una idea ni un mensaje, sino la Persona divina que tanto nos ha amado que se entregó por nuestra salvación. Nuestra relación con Él es una relación personal, donde Él sale a nuestro encuentro descubriéndonos la verdad de su ser y la verdad de nuestro propio ser humano, amándonos, redimiéndonos.

Con Cristo las cosas funcionan de modo personal y único, en un cara a cara con Él. Busca a cada hombre y le tiende la mano para salvarlo e incorporarlo a su Corazón. Tan personal es esta relación, que en el Sacramento de la Eucaristía Cristo no nos entrega algo, ni nos deja un símbolo o un recuerdo de un mensaje o un manifiesto de compromiso; en el Sacramento eucarístico nos entrega su Cuerpo y su Sangre, Él mismo en Persona se entrega en Comunión y permanece entre nosotros en el Sagrario.


A Él podemos acudir, en Él nos reconfortamos.

Cada Sagrario contiene al Señor en el Sacramento; una lamparita encendida o una pequeña vela encendida señala su presencia para que fácilmente sepamos dónde está el Señor. Allí podemos orar y esponjar el alma al contacto con el Señor y allí, el Señor, se comunica personalmente con cada alma. También, y muy especialísimamente, cuando se expone el Santísimo Sacramento en la custodia donde Cristo quiere entablar un coloquio de amor y amistad, darse y revelarse. La adoración eucarística es un momento privilegiado de contacto personal con Cristo y de encuentro con Él. Convenzámonos: hay que promover el culto eucarístico y, a la vez, educar en una sólida espiritualidad de la adoración.

¿Por qué este culto eucarístico? ¿Tan importante es? ¿Se ha de insistir tanto?

Hemos de potenciar todo lo que podamos el culto a la Eucaristía fuera de la Misa (sagrario y exposición del Santísimo);

hemos de ser los primeros adoradores;

hemos de ser educadores que inicien a otros;

hemos de ser propagadores.

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