Religión en Libertad

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La evangelización es una acción eclesial corresponsable; ningún sujeto la agota, sino que todos los miembros de la Iglesia, cada cual según su vocación, son responsables de que avance. Todos, absolutamente todos, son corresponsables en su ámbito y según su estado de vida, de la evangelización.

Los sacerdotes también están implicados en la nueva evangelización, y lo están por una vinculación sacramental única con Jesucristo, la del sacramento del Orden, que los ha configurado con Él. No son los protagonistas, ni los únicos responsables, pero sí son enviados a evangelizar de un modo propio e irrenunciable. Entendamos bien la raíz sacramental que se halla en el sacerdote por la imposición de las manos del Obispo. Desde ese momento, el presbítero es un enviado, y lo que cualifica su vida es la misión recibida en Cristo, por Cristo.

Esta configuración ontológica con Cristo constituye al sacerdote como un evangelizador permanente, cuyo celo pastoral nace del Corazón de Cristo, y lo que busca es, siempre y en todo, evangelizar. Muchas cosas y tareas cotidianas del ministerio tendrán que supeditarse a las grandes acciones evangelizadoras; ser absorbidos por tareas administrativas, o de limpieza, o de economía parroquial, resta capacidad y fuerza al sacerdote para su entrega fundamental a la evangelización. Asumir tareas que no le corresponden propiamente (incluso abrir y cerrar la iglesia porque no haya nadie para hacerlo, preparar la misa y hacer fotocopias...) limita las posibilidades evangelizadoras. Lo propio del sacerdote es evangelizar de mil modos y manera distintas, capacitándose a ello con la experiencia personal de Cristo, la liturgia, la oración y el estudio. ¿En qué claves evangeliza el sacerdote? ¿Respaldado por quién y de qué manera? Por el envío de la Iglesia y en comunión con la Iglesia (en comunión con su obispo).

La misión propia del sacerdote para la nueva evangelización no lo acapara todo, excluyendo a los demás; más bien, ofrece la ocasión de que cada cual asuma su papel y misión según su propia vocación: el laico como laico, el consagrado como consagrado, el sacerdote como sacerdote, sin que éste tenga tampoco que suplir las carencias del laicado multiplicándose más de lo debido para que todo vaya adelante.

Para que el sacerdote pueda entregarse a la tarea evangelizadora, necesitará siempre de un laicado muy vivo y consciente que, por lo menos, sustente las tareas básicas de administración, organización, limpieza, sacristía, etc., dejando al sacerdote el margen y el tiempo necesario para su tarea evangelizadora: mucha formación, encuentros personales, catequesis, confesionario, predicación, retiros, etc. Un sacerdote para entregarse bien a su tarea de evangelizar, acompañar, formar, debe estar libre de multitud de tareas "domésticas" que restan tiempo y capacidad, y que no son propiamente suyas (preparar la misa, contar la colecta, regar macetas, abrir y cerrar la iglesia, archivo...), sino que pueda realmente estar tranquilo en un confesionario, o dedicar mucho tiempo a grupos de adultos, a predicar, a dar retiros y cursos de formación, etc., tener tiempo para orar y para prepararse. Entonces será mucho más evangelizador y toda la Iglesia se beneficiará del impulso evangelizador de un sacerdote así.

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