Religión en Libertad

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Conocer a Cristo y vivir con Cristo, en el seno de la Iglesia, es una gracia y el tesoro mayor de nuestras vidas. La perla escondida era Cristo, el tesoro enterrado en el campo era Cristo, y quien lo ha descubierto sabe que nada es comparado con esta riqueza y lo ordena todo y lo pone todo a disposición para lograr adquirir ese campo, esa perla.

En la adoración eucarística se contempla a Cristo y se goza con su amor. Se ve al Señor, se experimenta su Presencia y entonces uno siente el dolor y la pena de los muchos que aún no gozan de conocer al Señor, de los muchos que aún no se han encontrado con Cristo y que eso es, realmente, lo único que necesitan aunque ni siquiera lo sepan. Nace un impulso evangelizador en la adoración eucarística. Se mira al Señor y resuena su palabra una y otra vez: "Id y predicad" (Mt 10,7), "id al mundo entero y proclamad el Evangelio" (Mc 16,15), "id y bautizad a todos los pueblos... enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 28,16-20). Esto provoca en el adorador un deseo de evangelización, un deseo profundísimo de que Cristo sea conocido, amado y seguido. "Queremos ver a Jesús", pedían los griegos a Felipe (Jn 12,21). Ese es el deseo de muchos y su gran sed, aunque no lo sepan y busquen a tientas. Quien adora a Cristo en la Eucaristía experimenta que ese grito sigue siendo actual y pide al Señor por la evangelización, pide por los evangelizadores, pide para que el Evangelio sea predicado y acogido en todas las gentes. De la adoración eucarística nace la evangelización y en la adoración eucarística se refuerza la evangelización.

Los largos tiempos de adoración eucarística, ante el Sagrario o ante la custodia, convierten al orante en un evangelizador. Su corazón se une al de Cristo y desea que todos se acerquen al Señor y vivan de Él. Sale transformado, es más, si su adoración eucarística es sincera, sale transformado en un apóstol y en un evangelizador.

En la adoración eucarística, no sólo el adorador es transformado y sostenido en su apostolado evangelizador, sino que la evangelización misma avanza y se ve reforzada por la intercesión constante ante Cristo-Eucaristía suplicando por los evangelizadores, los oyentes de la evangelización, las zonas descristianizadas, las vocaciones para la evangelización (padres y madres, laicos convencidos, sacerdotes y religiosos). El evangelizador, metido en mil tareas y afanes con tal de llevar a Cristo, halla su descanso en la adoración eucarística; en ella le presenta a Cristo a todos y cada uno y pide por su crecimiento en la fe; recupera las fuerzas y recibe las directrices con las que el Señor quiera iluminarlo. La espiritualidad de la adoración es espiritualidad de la evangelización, del anuncio, la predicación, la catequesis y el testimonio. De ella nace y a ella conduce: todo depende de Cristo en la Eucaristía y de las horas y tiempos de adoración.

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