El sufrimiento que se ilumina
Probablemente, lo peor del sufrimiento, del tipo que sea, no es el sufrimiento en sí, sino el sentido de ese sufrimiento, el porqué.
Lo que en principio es absurdo e ilógico, y atenta contra ese instinto de vida grabado en nosotros, el sufrimiento, recibe una iluminación distinta y adquiere un sentido nuevo, una respuesta a sus interrogantes, en la contemplación del Señor crucificado. El bien vino por la cruz; la redención se obró por medio del sufrimiento del Señor, no por el dolor en sí mismo, sino por el amor entregado hasta el extremo, hasta el límite. El sufrimiento, por Cristo, queda incluido en los planes de la redención, sólo si se vive con un amor de entrega y es ofrecido. El cristianismo tiene una palabra que ofrecer para vivir el misterio doloroso del sufrimiento:
La Cruz del Señor, como siempre, es la clave de comprensión de todo; en ella se encuentra una sabiduría que parece locura para el mundo y escándalo para quien conoce a Dios sólo de oídas, sin experiencia real. Cristo ilumina el sufrimiento con su cruz y le concede un valor infinito y redentor; entonces el propio sufrimiento queda iluminado, transformado y redimido, sumando además la cercanía personal del Señor, siempre compasivo, con quien sufre.
Este es el anuncio del Evangelio del sufrimiento. ¿No habrá que proclamarlo, gritarlo? El Evangelio ilumina y transforma las situaciones humanas situándolas en un orden de salvación. Silenciarlo por un lenguaje moralista, "liberador", sociológico, empobrece la riqueza del Misterio de la salvación. Proclamarlo es ofrecer una respuesta a quienes sufren y buscan.