En la Comunión de los santos estamos todos
"Creo en la comunión de los santos". ¿En qué? En que estamos unos vinculados y relacionados con los otros, sin ser nunca islotes separados, preocupados únicamente por su vida individual, su salvación individual, su oración privadísima. Más bien formamos parte de un todo complejo, el Cristo total, Cabeza y miembros, y todo lo bueno y lo malo que hagamos repercute de manera visible o invisible en los hermanos; el bien, la belleza de la virtud, el acto más sencillo y humilde de ofrecimiento, una plegaria rezada ante el Sagrario, refuerza a otro hermano a quien ni siquiera conocemos y que puede estar lejísimos en el espacio, pero cercanísimos en el mismo Corazón eclesial. Se explica que toda la humanidad es una, así como la Iglesia es una; y lo mismo que hay una solidaridad en el mal en el género humano (por el pecado de Adán), hay una solidaridad en el bien que recorre todo el Cuerpo del Cristo total. Me viene a la memoria un ejemplo sencillo de Santa Teresa de Lisieux; ella daba largas caminatas por el jardín del monasterio hasta cansarse pidiendo que su cansancio aliviara las caminatas de los misioneros. Sobre ella cargaba algo pesado, de manera que otro fuera librado. Esta es la Comunión de los Santos. No somos islotes. Tampoco somos desconocidos ni extraños unos a otros. Realmente el vínculo de la Comunión eclesial es real y concreto.
En el ámbito invisible lo sabemos y lo experimentamos. Pero también en el ámbito visible tenemos sobradas experiencias de encontrarnos juntos personas de distintas diócesis y de distintas naciones y sentirnos plenamente unidos, identificados en el otro, reconocidos, y por tanto, con el trato de hermanos incluso hablando diferentes idiomas. ¡Qué hermosa es esta Comunión! En ella nos integramos, a ella pertenecemos.