El tiempo santo de la Natividad
El tiempo de Navidad es relativamente breve: desde el 25 de diciembre hasta la fiesta del Bautismo del Señor. Su articulación está llena de fiestas y solemnidades porque es el gran ciclo de la Manifestación del Señor, de la Aparición del Señor.
En el tiempo de la Navidad, la revelación de Dios ha llegado a su plenitud, diciéndonos todo lo necesario en su Palabra, eterna y definitiva.
En el tiempo de Navidad se realiza el admirable intercambio: Dios se hace hombre para que el hombre participe de la naturaleza divina; el Eterno entra en el tiempo para que el hombre caduco pueda participar de la eternidad de Dios y de la vida feliz y bienaventurada.
Se distribuye este tiempo de la siguiente manera:
Estas tres fiestas antiguas guardan una relación con el Misterio: son los primeros testigos del Verbo encarnado: Esteban el primer mártir, Juan el testigo y evangelista de la Palabra hecha carne, los Inocentes dieron su vida por Aquél que nació. Son celebradas desde antiguo con la categoría de "Fiestas".
Esta solemnidad de la Maternidad de la Santísima Virgen cierra la Octava de Navidad y es en el rito romano la fiesta más antigua dedicada a la Virgen María, destacando su Maternidad divina. Los textos litúrgicos, proclamando la fe en la virginidad perpetua de María Santísima y su maternidad divina, miran con amor a la Virgen y celebran con gratitud su intervención en la historia de la salvación. No velemos esta solemnidad con aspectos populares tales como el inicio del Año nuevo (civil, claro, que el litúrgico empezó en Adviento).
La liturgia, en todas las tradiciones y familias litúrgicas, ha celebrado con sumo relieve la Epifanía del Señor y la adoración de los Magos, incluso con más relieve que la propia Natividad el 25 de diciembre. Es día grande: La salvación que es Cristo se presenta a todos los hombres que lo reconocen y lo adoran; es la salvación que empieza a despuntar a todos los confines de la tierra que ya están viendo la victoria de nuestro Dios.
En Oriente, la fiesta de las Luces, porque aquí brilla la Luz de la Trinidad mostrando en la carne del Verbo su divinidad e inaugurando el comienzo de la redención por las aguas, en las que aplasta el pecado de los hombres, como imagen de lo que ocurrirá en la Cruz y en el descenso a los infiernos.
El pueblo cristiano celebra la Navidad del Señor, su Aparición y su gran amor por los hombres, por esta humanidad nuestra tan concreta, acudiendo gozosos a las numerosas celebraciones, sin ausentarse por motivos de compromisos sociales o familiares. La primera familiaridad deberá ser para con el Señor y con la familia de Dios.