¿Qué pensamos que es evangelizar?
La Iglesia vive para evangelizar. Evangelizar es la dicha y la tarea constante de la Iglesia. Ella es fiel a su Señor cuando evangeliza, es decir, proclama el Evangelio llevando a los hombres a Cristo, permitiendo que todos conozcan, amen y sigan a Jesucristo.
Puede ocurrir que la evangelización se confunda con otras acciones, o desvirtuemos en parte la evangelización con otros elementos que, siendo buenos, tal vez sean periféricos o secundarios. La transformación de estructuras sociales no es evangelizar; ni la filantropía es evangelizar. Sabemos bien por experiencia que evangelizar no es un momento -un acto, un encuentro, unas primeras comuniones, una obra de teatro- que convocan a muchas personas durante un rato y luego desaparecen. Evangelizar es un proceso más lento y más constante porque ha de llegar al corazón de la persona y no contentarse con algo superficial, engañándonos a nosotros mismos. Y es que evangelizar es anunciar a Cristo y acompañar a las personas concretas para que lleguen a un encuentro personal con el Señor y ahí vayan siendo transformadas por el amor de Jesucristo y la escucha de su Palabra.
Esta perspectiva debe modificar la manera en que vemos la evangelización y su forma de desarrollarla. Lo importante, lo decisivo, es "proponer una relación personal con Cristo": ya sea en misiones populares, en cursillos, catequesis, retiros, etc.: ¡¡un encuentro personal con Jesucristo!! Para ello, los mismos evangelizadores deben estar enraizados en Cristo, con experiencia de Cristo, forjados en el diálogo y amistad con Cristo a Quien han descubierto como lo mejor, lo más preciado, lo más valioso.
El evangelizador debe estar primero bien evangelizado, hasta las fibras más sensibles de su ser, de su personalidad. El evangelizador, él, el primero, habrá tenido ese encuentro personal con Jesucristo. Sólo así su palabra y su testimonio de vida unidos tendrá autoridad moral, un peso específico.
Un evangelizador (un catequista), cualquiera que haga apostolado, si vive en la superficie de la fe, podrá transmitir unos conocimientos doctrinales, pero difícilmente tendrá el entusiasmo y la pasión que se contagian para llevar a los demás a compartir el encuentro con el Señor. Sería extraño que un catequista, por ejemplo, de cualquier nivel de catequesis (infantil, juvenil, adultos, cursillos pre-sacramentales, etc.) sólo apareciese el día de la catequesis y dos minutos antes de la Misa dominical en la parroquia... y nunca estuviese orando ante el Sagrario o en la adoración eucarística, o en un retiro, o en la Misa diaria (o casi cotidiana). Aquí radica la verdad de nuestra evangelización.