Único Salvador
La Pascua del Señor, es decir, el Misterio de su Muerte, descenso a los infiernos y santa Resurrección, constituyen a Jesucristo como Señor de todo. Él es el centro. Él es el único. Se ha revelado así como Hijo de Dios constituido con poder como Señor y Mesías. La Encarnación del Logos, del Verbo, se orientaba y culminaba en su santa Pascua, y así atrae a todos hacia Él.
Dios ha mostrado, de forma patente, que Jesucristo es Dios, su Hijo, de su misma naturaleza, consustancial a Él. Todo el evangelio y el testimonio de los apóstoles así lo muestran. Y por eso la misión de la Iglesia, la evangelización, tiene sentido y actualidad, porque anuncia a todos y acompaña a los hombres al reconocimiento de Jesús como Señor, Hijo de Dios, único Salvador. Pero esto no tendría sentido y sería un absurdo si consideráramos a Cristo como mero hombre, como un simple profeta, como un modelo ético o como el fundador de un sistema religioso entre tantos otros. Esta percepción errónea, tiende al sincretismo, a la fusión entre todas las religiones considerándolas todas de igual valor, con la misma verdad y el mismo contenido salvífico... porque todos así se salvan. Pero si Cristo es Dios, la Verdad es Él, la Verdad absoluta. Las religiones merecen respeto como esfuerzo de los hombres por llegar a encontrar a Dios, pero el cristianismo no es una religión más, ya que no es un camino hecho por los hombres, sino el camino que Dios ha escogido para encontrar al hombre, para llegar al hombre.
Así, no se trata de menospreciar nada ni humillar a nadie sino de mostrar la Verdad plena que las religiones humanas no han podido aún descubrir: ¡Jesucristo!, único Salvador de los hombres, único Salvador de toda la humanidad. Él es el Camino. Él es la Verdad... y Él es la Vida. La declaración Dominus Iesus (pinchad ahí y leedla) es un documento clarividente en esta época de relativismo ("no hay Verdad alguna, todo vale") y de sincretismo ("todo se mezcla, haciendo una síntesis al gusto de cada cual, con elementos de todas las religiones"). Para el valor salvífico y universal de Jesucristo, leamos las palabras del beato Juan Pablo II, que con fuerza y vigor, a la vez que con amor, señala este núcleo: