El Nazaret de Santo Domingo
Siempre hay etapas en la vida en la que toca llenar los graneros de trigo, como José en Egipto, para luego saber y poder distribuir alimento válido. Nuestro Señor pasó treinta años en Nazaret, guardando y acumulando, preparándose, para luego, en su vida pública, abrir los tesoros de su corazón. Son años que en apariencia son estériles, lentos en su transcurrir. Pero luego resultan ser años determinantes y riquísimos.
Santo Domingo, antes de ser el gran apóstol itinerante, el Predicador, el padre de una nueva Orden mendicante, el consultor y director de conventos y comunidades, vivió una vida ordenada, serena y pacífica, de estudio de la teología, de trato con Dios, de interioridad, de oficios litúrgicos y canto. Estamos en Osma. El Obispo quiere revitalizar su Cabildo de manera que los canónigos, viviendo bajo una Regla común de vida y en comunidad, sean ejemplo de santidad, maestros en teología, predicadores en la diócesis, senado de su vida. Son canónigos regulares: doce, como los doce apóstoles; una Regla, la Regla de san Agustín. Diego se llama el prior y allí va a parar santo Domingo. En poco tiempo, es ordenado sacerdote, convertido en sacristán, es decir, el encargado de la iglesia y de cuidar las celebraciones litúrgicas y, posteriormente, siendo aún tan joven, es subprior del Cabildo. Diego, su prior, será el siguiente Obispo de Osma y quedará la vida de Santo Domingo vinculada para siempre a su Obispo, en amistad, y compartiendo un mismo ideal, la Predicación. ¿Cómo transcurre la vida de Domingo de Guzmán? Porque de aquí va a beber su alma el agua pura a raudales para luego dar de beber a tantos sedientos a los que predicará.
Estamos en el año 1196. Domingo entra en el Cabildo de Osma.
Santo Domingo crece ante Dios y se sumerge en la oración. Allí goza del coro, acudiendo a las distintas horas del Oficio divino a cantar los salmos y escuchar las lecturas, y prolongando en el silencio, y sobre todo durante las horas de la noche, su oración silenciosa, amorosa, contemplativa. Son años felices para él. Ha entrado en el Misterio de Dios.
Esta oración contemplativa, tan suave, tan amable, llena los años de Domingo en el Cabildo de Osma. A la contemplación unirá la petición. Escribe su biógrafo, el beato Jordán de Sajonia:
¡Liturgia, oración y contemplación! Noches de silencio y días de coro salmodiando en comunidad. Este Cabildo, orante y en torno a su Obispo, ejercía alguna limitada acción pastoral. Su fin era la alabanza, pero algunos canónigos sumaban a ello la actividad pastoral predicando. Domingo comienza a predicar en razón de su oficio de sacristán y luego subprior. Su oración le impulsa a dar a Dios a los hombres. Estos años de Osma, tan felices y queridos para él, con su túnica blanca y capa negra (tejidos de lana que no había que teñir y que guardará para siempre convirtiéndose en el hábito dominico) marcan su alma. Así toda gran acción, todo apostolado, toda misión, requiere esta parte previa de oración, silencio, alabanza, liturgia: horas, días, meses, años, de personal enriquecimiento y trato asiduo y creciente con Dios. Nada se improvisa en la vida cristiana, en la misión y en la acción pastoral: todo esto, más bien, necesita horas de oración, años de maduración. Eso fue Osma para santo Domingo. Y, a imagen de este perfil biógrafico de santo Domingo, nuestro personal Nazaret, el de cada uno, es ocasión de crecer en interioridad, purificación y vivencia del Misterio de Dios, acumulando trigo en el granero del alma, para cuando Dios nos llame a repartirlo a manos llenas.