Mujer evangelizadora
Como mujer fuerte y santa se presenta santa Mónica, la madre cuya preocupación fundamental era la conversión de su hijo Agustín.
Ser católico, ser hijo de Dios e hijo de la Iglesia, era para Mónica lo más importante, lo que más marcaba y definía su propia vida y ansiaba que su hijo Agustín compartiese con ella el servicio de Dios y la vida de la Católica. Nada más le preocupaba. Decía. “Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?” (Conf. 9, 10,23). Es un gran ejemplo de una mujer creyente, de una madre a la que sólo le mueve la fe. Muchas veces oímos en otras madres otros intereses y otras preocupaciones en cierto modo legítimas: “Que mi hijo esté bien situado...” pero Mónica, modelo de madre cristiana, sólo deseaba la fe en el corazón de su hijo.
La transmisión de la fe, la educación real en la vida cristiana, la iniciación a las sencillas costumbres cristianas (bendecir la mesa, visitar el Sagrario, ir juntos a la Misa dominical, rezar el Ángelus), es una función de mediación que realiza la mujer y madre cristiana. ¡Qué gran aporte a la vida de la Iglesia una madre así! La mujer cristiana es la primera y gran evangelizadora en el seno de la familia y nada ni nadie ni ninguna institución puede suplir esa labor de la madre cristiana. ¡Qué gran honor merecen en la Iglesia mujeres así! Son plenamente madres, porque han dado a luz a su hijo no sólo para la vida de este mundo, sino también para la vida de la fe.
Cuando se habla de la evangelización tendemos a pensar en la missio ad gentes en países lejanos, o en programas pastorales con objetivos a corto y medio plazo, etc., pero perdemos muchas veces de vista cómo la Iglesia durante siglos ha evangelizado por la transmisión de la fe que realiza una madre profundamente creyente a sus hijos. Esta evangelización penetra más honda y sinceramente que cualquier otra, se vive la fe con normalidad, se respira ambiente creyente, se acostumbra a ver la presencia de Dios y sus signos en la vida.
La mujer es una grandísima evangelizadora en la realización de su esponsalidad y su maternidad y en los demás servicios eclesiales que tan generosamente presta en la catequesis parroquial o en la docencia y el magisterio, por señalar únicamente ámbitos frecuentes, pero sin olvidar las misiones u otros campos de evangelización.
Es evangelizadora en el matrimonio y en la educación de los hijos, junto con el esposo y padre. La familia es una “"Iglesia doméstica”. Esto significa que en cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia.
Dentro, pues, de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido... Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive” (Evangelii Nuntiandi, n. 71). El especial vínculo de la madre con el hijo que ha gestado en sus entrañas lleva a una relación del todo nueva. “La educación del hijo —entendida globalmente— debería abarcar en sí la doble aportación de los padres: la materna y la paterna. Sin embargo, la contribución materna es decisiva y básica para la nueva personalidad humana” (Mulieris dignitatem, 18).
La mujer santa con su especial entrega y su vocación particular (maternidad-virginidad) ha ofrecido a Cristo su corazón y en la carne o en el espíritu han engendrado continuamente hijos para Dios tomando parte en los duros trabajos del Evangelio, reproduciendo la disponibilidad incondicional de la Virgen María. Así aparecen en la historia de la Iglesia mujeres de gran calibre y de gran talla espiritual (como consagradas, como esposas, como madres...) que han edificado la Iglesia.
Santa Mónica hoy es estímulo y aliento: ser madre, altísima vocación, es ser evangelizadora de los propios hijos. Ser mujer en la Iglesia es recibir la dignidad de participar en el Sí de María colaborando en la obra de la Redención.