S. Ignacio de Loyola fue un apóstol del Corazón de Jesús. Incluso –permítase el atrevimiento- nos legó un manual muy práctico de esa devoción: el libro de los Ejercicios. ¿Un manual? ¿Vienen oraciones y devociones varias? ¡No! ¿Es un libro con ideas, alta teología, erudición... para proporcionar material para la meditación y la reflexión? ¡Menos aún, que no el mucho saber intelectual llena el alma, sino el gustar internamente! ¿Entonces, qué?
Es la guía de un proceso que cambia a la persona, ordena su mundo interior, y logra que Cristo lo vaya siendo todo. Los Ejercicios espirituales de S. Ignacio poseen una dinámica que toca en la persona su memoria, su inteligencia y su mundo afectivo; lo sitúa en el principio de realidad –lo que yo soy, tal como soy, con mi pecado, en las circunstancias en las que vivo-; ordena todo sin inclinarse sin guiarse por afectos desordenados... para avanzar en el seguimiento de Cristo, “buscando y hallando la voluntad de Dios” para mí [EE 1]. ¡Para ser como Cristo!
Ignacio nos sitúa. Hay que ver qué soy, para qué he sido creado, cuál es el fin de mi vida: la orientación que llena la vida es Dios (“sed de Dios... hasta que descanse en Ti”), y en función de eso hay que retornar al camino, convertirse, reordenar. La situación concreta es la del pecado: soy pecador, pecador realmente, con pecados concretos. El proceso pide llegar a aborrecer el propio pecado y romper con los lazos que me retienen. Entonces S. Ignacio nos pone a caminar con Cristo: meditar con la imaginación, los sentidos, la inteligencia y el corazón la vida de Cristo, su pasión y su Resurrección. ¿Objetivo? “Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga” [EE 104]. Esto es, que lo que medito y contemplo se grabe de tal forma en mí, que me transforme, y yo llegue a vivir, actuar, pensar, sentir, amar, obedecer como Cristo. El proceso termina -¡si es que alguna vez acaba!- en una entrega de amor a Jesucristo y la inserción apostólica y filial en la Iglesia. La “contemplación para alcanzar amor” (la quintaesencia de los Ejercicios) induce a reconocer en todo el amor de Dios y responderle con la entrega de todo mi amor para que en adelante mi vida sea en todo amar y servir. Pero esto no es individualista: quien es de Cristo, quien se une a Cristo, desemboca en la Iglesia, siente la Iglesia, ama la Iglesia, no se aparta un ápice de la enseñanza de la Iglesia y en la Iglesia halla su lugar, su vocación y su compromiso apostólico.
Características entonces del proceso de cristificación:
-Ordenar la vida viéndome como Dios me ve en mi situación concreta
-Conocer mis pecados y aborrecerlos (proceso constante de conversión)
-Conocimiento interno de Cristo: una oración que me transforma en Él
-Amor y seguimiento a Cristo
-Ofrenda de la propia vida al servicio de la voluntad de Dios
-Sentir con la Iglesia, ser un alma eclesial
S. Ignacio de Loyola es un gran maestro y pedagogo. Brilla con luz propia, es evidente. De él recibimos hoy una enseñanza profunda sobre la verdadera devoción al Corazón de Cristo.