Dios y la ciencia: entre pruebas, evidencias e indicios
Buscando una prueba
La semana pasada hice una crítica del argumento del origen temporal del universo para demostrar la existencia de Dios en el libro Dios, la ciencia, las pruebas. Pero eso no quita para reconocer que buena parte del contenido del libro resulte interesante, esté bien trabajado y resulte accesible a todo tipo de lectores. Lo mismo puede decirse de la obra Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios. La dificultad que veo con ambos libros radica en los términos que emplean y el énfasis que ponen en que a partir de la ciencia se puede demostrar que Dios existe.
En un caso se utiliza el término prueba, que, dependiendo de la disciplina, significa cosas distintas. En matemáticas tiene un sentido estricto y absoluto. Se trata de un razonamiento lógico deductivo que, partiendo de axiomas y definiciones aceptadas, lleva a una conclusión necesariamente verdadera. En ciencia, en cambio, una prueba se basa es una acumulación de evidencias empíricas (observaciones, datos, experimentos) que apoyan una hipótesis o teoría. No es algo tan contundente como en matemáticas. Pero, aun así, cuando el público general escucha prueba en el ámbito de la ciencia, se imagina algo que es prácticamente incuestionable.
Con evidencias pasa algo parecido. Además, acabamos de ver que la suma de evidencias apoya una hipótesis empírica, pero Dios no es una hipótesis empírica. Es un ser trascendente, que no se puede observar ni medir como un fenómeno físico, y que, por tanto, escapa al ámbito de la ciencia experimental. Lo que sí puede afirmarse con más prudencia es que podemos encontrar en el universo indicios racionales de la existencia de Dios, que son como una huella que ha dejado el creador en su obra. De estos indicios, bajo el nombre de pruebas o evidencias, tratan estos dos libros: el increíble ajuste fino de las constantes del universo que hacen posible la existencia del ser humano, la inteligibilidad de las leyes físicas que rigen el universo, la alta entropía (orden) a la que tiende el universo conforme nos acercamos a su origen, o el hecho de que todo apunta a que el universo tiene un fin en que ya no habrá ni planetas ni estrellas ni por supuesto seres humanos, lo que se llama la muerte térmica del universo.
La mayoría de estos indicios están ligados a descubrimientos que han tenido lugar a lo largo del siglo XX y XXI, lo que ha hecho cambiar la perspectiva de muchas personas a la hora de valorar si tiene sentido que un ser inteligente haya creado el mundo donde vivimos.
No cabe duda de que la ciencia evoluciona y alguno de estos indicios se puede caer. Sin embargo, más que cada uno de ellos es su suma la que ayuda a creer que Dios ha creado el universo, y si a este resultado le añadimos todo lo que nos ofrece la filosofía y el razonamiento, el puente hacia la fe se vuelve más fácil. Es algo parecido a lo que sucede con una pareja de esposos. Cuando se casaron no tenían garantías de que fueran el uno para el otro, pero la suma de cosas que han vivido desde que se conocieron les lleva a decir un sí rotundo ante el altar. Santo Tomás también utiliza otra expresión magnífica: vía. Sus cinco vías —de nuevo estamos ante una suma de elementos— son caminos que nos invitan a descubrir a Dios a través del razonamiento, pero de nuevo sin la necesidad de tener evidencias o pruebas experimentales. Porque la fe no nace del cálculo experimental sino de una apertura más profunda del ser humano a la verdad y el sentido.