Ciencia y religión en el islam (II)
Ciencia y religión en el islam (II)
Hace unos días hablamos de la Edad de Oro del islam, de cómo la apertura hacia el conocimiento proveniente de otras culturas, como la griega, fue clave en el progreso de la sociedad islámica de los siglos VIII-XIII. Personajes como Al Juarismi y Al Kindi dejaron numerosos tratados de aritmética, geometría, geografía, astronomía, meteorología y medicina.
Otro grande fue Al-Farabi, autor de 117 obras científicas, filosóficas y sociológicas, e incluso sobre música. Después de él vino Avicena, cuyo Canon de la Medicina fue un referente durante siete siglos. Además, en su obra Kitab al-Shifa, Avicena desarrolló la tesis de Al-Farabi de que el principal tema de la metafísica de Aristóteles es el ser, y distingue entre el ser contingente y el necesario, lo cual será desarrollado en mayor profundidad por Santo Tomás de Aquino en sus vías para demostrar la existencia de Dios, donde concluye que Dios es el único ser necesario, cuya existencia no depende de ningún otro ser.
Avicena, al igual que el filósofo cristiano Juan Filópono, fue también crítico con algunas doctrinas de Aristóteles. No le gustaba la idea de que el aire fuera el responsable del desplazamiento de un objeto que alguien ha arrojado, sino que apostaba por el mayl, similar a la enérgeia motriz incorpórea que siglos atrás había definido Filópono. Además, se distinguió de Aristóteles en lo que respecta al método científico. Para Avicena, la observación y la experiencia suponían un medio de acceso al conocimiento que requiere de un proceso posterior de interpretación racional, mientras que para el sabio griego, de los experimentos se extraen directamente las leyes universales.
Al Biruni es otra figura destacada a la que se le debe el cálculo exacto de la circunferencia terrestre. Fue más científico que filósofo y criticó bastante a Aristóteles, especialmente en lo que respecta al concepto de universo eterno. Otro también muy crítico fue Alhacén, que desarrolló lo que en Europa se conocería como Thesaurus Opticus, una obra maestra en la que mezcla las matemáticas con la experimentación. Pero, con todo, era humilde al reconocer que:
“Las verdades están inmersas en incertidumbres” y “las autoridades científicas no son inmunes al error”.
Finalmente, Algazel fue otro polímata que analizó la racionalidad de las doctrinas filosóficas. Acepta muchas de ellas, aunque la de la eternidad y la negación de los milagros no tienen demostración racional para él.
Pero a pesar de todas estas figuras sublimes se mantuvo una tensión entre tradicionalismo y apertura a la razón que se prolongó durante mucho tiempo. De hecho, llegó a establecerse una inquisición islámica que interrogaba y encarcelaba a los estudiosos que rechazaban aceptar la teología racionalista. Eso, con el tiempo, provocó una reacción hacia el tradicionalismo. ¿Será esa la razón del posterior estancamiento de la cultura islámica?
El caso es que la sed del ser humano por el conocimiento nunca se detiene. El eje de las posiciones aristotélicas se trasladó a Occidente, a Córdoba. Esto se debió a que Abderramán, el único superviviente de la familia omeya, centró su corte en Al-Andalus y quiso darle un carácter cultural. Así, en el siglo XI, el centro intelectual del mundo islámico se situó en la península ibérica, donde surgieron dos figuras muy destacadas: Avempace (1095-1138) y Averroes (1126-1198), ambos de carácter enciclopédico, con escritos en numerosas disciplinas. De hecho, el resurgimiento de Europa en el ámbito del conocimiento tuvo mucho que ver con la transmisión de ese saber, gracias a la progresiva conquista y reconquista de la península ibérica por parte de los cristianos. Tengamos en cuenta que, en 1085, la ciudad de Toledo, cuya biblioteca rivalizaba con la de Córdoba, había caído en manos de los cristianos y los textos griegos, traducidos anteriormente al árabe, se tradujeron al latín, lo que ayudó a reparar el déficit cultural derivado del aislamiento sufrido debido a la invasión de los pueblos bárbaros y a la pérdida de conexión con Oriente. La Europa cristiana le estaba tomando el relevo en el ámbito del conocimiento a la cultura musulmana, que se estancaría hasta nuestros días.