Martes, 16 de abril de 2024

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Más allá de la escucha activa

por Cuestión de vida

Hay algunas palabras que están muy de moda y se convierten en mantras que todo el mundo dice y que en realidad no se sabe muy bien que significan y que llevan detrás.

Una de ellas es “acompañar” y otra es la “escucha activa” y esto lo proponemos como solución a todo. Más adelante hablaré de acompañamiento pero hoy vamos con la escucha activa: sus virtudes pero también sus nefastas consecuencias en ocasiones.

 

La famosa escucha activa como técnica viene de Carl Rogers y su psicología humanista, que bebe del existencialismo. Simplificando mucho y para que todos nos entendamos significa que la sanación y la salvación está dentro de nosotros y que hablando los problemas se solucionan y todo se sana. Seamos claros, esto no es cristiano y esto no es verdad.

 

Es verdad que pone el acento en saber escuchar y nos da una serie de técnicas para aprender a escuchar y a empatizar y esto es bueno, pero no es suficiente y se basa en la premisa falsa de la autosalvación.

 

Escuchar es necesario puesto que la persona necesita verbalizar aquello que la ocurre y nosotros si queremos acompañarla y ayudarla necesitamos saber que es lo que realmente le preocupa pero nos faltan dos elementos:

  • La salvación no viene de la propia persona. La persona acoge o no acoge la salvación que viene de Jesucristo y esto es una decisión personal y libre, pero si no acoge la salvación y se convierte ya puede estar hablando hasta el infinito y más allá que no va a salir adelante.
  • No sólo necesitamos desahogar nuestros pensamientos y sentimientos, que por supuesto es bueno y nos hace bien, pero a menudo necesitamos orientación puesto que como dicen grandes santos “nadie es buen juez de si mismo”.

 

Si sólo nos dedicamos a la escucha y no orientamos, nos hacemos cómplices o por lo menos cooperadores directos o indirectos del mal que el otro realiza.

 

Creo que este pensamiento ha calado tanto por el relativismo moral que hace que se consideren todas las posiciones como moralmente validas porque cada uno tiene su moral y sus principios y todos son igualmente respetables.

 

También se relaciona con el complejo que tenemos a menudo los católicos que proponer el Evangelio en todas sus dimensiones es imponer nuestra moral. Nada más lejos de la realidad. Decía Pablo VI : en la Evangelii nuntiandi «Sería… un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer… es un homenaje a esta libertad».

 

 

Detrás de estas palabras de que no se le puede imponer nuestra moral hay un convencimiento de que las cosas son malas o buenas según le parezca a la persona, o que los mandamientos de la ley de Dios sólo son para nosotros, pero que no aplican si la persona no es creyente. Esto es falso, si uno se bebe un vaso de veneno se muere, sepa que es veneno o no lo sepa, pero si lo sabe es libre de tomárselo o no.

 

Vamos con un ejemplo: Una pareja decide acudir a la reproducción asistida. Por supuesto que son libre de hacerlo, pero no podemos pensar que como no son católicos eso es bueno para la pareja. Una cosa es comprender y acompañar el sufrimiento y la cruz de la infertilidad y otra apoyar la FIV. Porque para que un acto sea bueno, el fin y los medios tienen que serlo, y si los medios no lo son, el acto no lo es.  Y hablando de orientar, más libres serán si les ofrece otras opciones como la naprotecnologia y se les informa del procedimiento,  en el cual se pierden varias vidas y de sus consecuencias.

 

Orientar a alguien, decir la verdad, lejos de quitar la libertad individual es justamente lo contrario: abrirle nuevos caminos, nuevas opciones y finalmente es hacerle más libre, puesto que aumenta su conocimiento y sus alternativas. Dice el Evangelio “la Verdad os hará libres”

 

Esa falta de orientación en aras de una supuesta libertad tiene unos efectos devastadores, vamos a poner dos ejemplos.

 

Cuando una mujer tiene un embarazo inesperado o se le diagnostica una enfermedad o discapacidad en el bebé que espera, muchas personas de buena voluntad le dicen la famosa frase: “es tu decisión”, pensando que de esta manera respeta la libertad de la mujer. Es una frase diabólica porque ningunea al padre y deja sola a la mujer y finalmente significa “es tu decisión, luego es tu problema, decidas lo que decidas afrontarás sola las consecuencias”

 

Cuando una persona ante una enfermedad o discapacidad grave se siente a veces derrotado y le faltan las ganas de vivir, no se le puede plantear que decida si vive o si muere, porque igualmente no es sino quitarse de en medio el problema, cuando el “problema” es una persona que sufre. Es curioso que esto no lo haríamos si la persona en vez de pedirlo desde una cama del hospital estuviera a punto de tirarse por un puente, en este caso no “respetamos su libertad” sino que intentamos detenerle y avisar a la policía para que intentar mediar y que no se suicide.

 

Es significativo que este principio funciona en los temas que tienen que ver con las ideologías relacionadas con la cultura de la muerte. A todos nos gusta que nos informen, que nos cuenten su experiencia, que nos orienten a la hora de tomar cualquier otra decisión, desde la más intrascendente como comprar algo, o hacer un curso, a otras como por ejemplo la crianza de un hijo ¿quién no necesita una madre, una vecina, una hermana o una amiga para que le aconseje cómo cuidar mejor a su bebé o cómo hacer cuando llora o cuando no quiere comer o cuando no duerme de noche?

 

Volviendo al tema de la escucha, escuchar es necesario, hacer preguntas es necesario, pero no es suficiente, además de escucharse a uno mismo las personas necesitan consejo y orientación, no de mis opiniones particulares, pero si de mis conocimientos de mi experiencia y sobre todo y ante todo de la Verdad, de la verdad con mayúsculas, de la verdad del Evangelio. No hay mayor obra de misericordia que decir la verdad, con caridad, eso si, puesto que sin caridad y verdad son un binomio indisoluble.

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