Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¡125 años de vida!

por Sólo Dios basta

El P. María Eugenio del Niño Jesús es un compañero de camino como pocos hacia el verdadero encuentro transformante con Dios. Lo digo y lo afirmo con rotundidad y alegría porque hablo en primera persona. Desde que nos conocemos la amistad y fraternidad crece en intensidad y calidad. Prueba de ello es este artículo que sirve como homenaje, recuerdo y agradecimiento por todo lo que recibo de este carmelita descalzo que nace en Francia justo hace 125 años. Por eso me decido a escribir sobre él. Porque se lo merece. La Orden del Carmelo Descalzo y la Iglesia le deben mucho. Puede parecer que exagero pero no será tanto cuando nos enteramos que escribe libros magistrales de espiritualidad, funda un instituto secular, nos acompaña en la vida de oración de modo muy cercano y además sigue vivo y dando vida a todo el que se acerca a él con confianza, afecto y sinceridad.

Vamos a presentarlo de modo breve. Nace el 2 de diciembre de 1894 en el sur de Francia, cerca de Toulouse. Siente la vocación sacerdotal desde niño y Dios comienza su obra en el joven Enrique Grialou, que así se llama antes de ser carmelita descalzo. Su encuentro con San Juan de la Cruz al leer una biografía marca un cambio en su vida y decide llamar a las puertas del Carmelo Descalzo. Al poco de ordenarse sacerdote da el paso a esta orden religiosa. Y no queda todo ahí, sino que a los pocos años, cuando ya está asentado como fiel hijo de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, el Señor le pide más. Le encomienda una tarea apasionante: la fundación del instituto secular Notre Dame de Vie (Nuestra Señora de la Vida) en unión a María Pila. Pasa el tiempo y lo que vive por dentro lo pone por escrito y da pie a una obra sin par de la espiritualidad cristiana en la actualidad, me refiero a su tesoro más conocido, a un libro que nos ayuda a caminar hacia Dios. El título lo dice todo: Quiero ver a Dios.

El que lo lee de verdad puede ver a Dios porque queda preparado para hacer un camino precioso que nos mete de lleno en el misterio de amor que vive la Santísima Trinidad, esa unión admirable del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Antes y después de dar cuerpo a este libro tiene diversos cargos de importancia en la Orden carmelitana hasta llegar a ser Vicario General. A la muerte inesperada del General, P. Silverio de Santa Teresa, toma las riendas de la Orden hasta que se nombra a uno nuevo elegido dentro de un capítulo general del Carmelo Descalzo. Se despide de todos cuando piensa que el Padre lo llama junto a sí en 1965 y escribe su testamento espiritual que es digno de ser orado y vivido con él en unidad de oraciones. Pero la tela del dulce encuentro no se rompe por el Espíritu Santo, al que tanto ama y difunde, hasta dos años después, cuando el lunes de Pascua de 1967, después del resucitar el Hijo, por fin se abren las puertas del cielo para este gran carmelita descalzo que alcanza los altares con la beatificación en 2016.

Y vuelvo a mi relación con el P. María Eugenio ahora que ya lo conocemos mejor. Al entrar en la misma Orden que él pronto se hace presente en mi vida. Su instituto tiene casa en Burgos y una de sus hijas, con la que más relación mantengo, Marie Noelle Maurin, me habla de él, me ofrece boletines y estampas, etc. Empezamos a conocernos. Aprendo mucho de él y me siento unido a su persona de modo especial ya que antes del Carmelo, pasamos los dos por el seminario diocesano. Uno en Francia, otro en España. Me doy cuenta y agradezco en gran medida que en la providencia divina estaba preparado este feliz encuentro. Voy al noviciado, pasan los años y la amistad se mantiene, pero sin llegar a mucha intimidad, hasta que en las vísperas de la inauguración del Año de la fe hago la profesión solemne en el Carmen de Burgos. Vuelvo a mi lugar de encuentro con el P. María Eugenio y recibo como regalo su Quiero ver a Dios. Lo leo, lo subrayo, lo aprovecho, empiezo a orar con él, a dar charlas y retiros con algunos de sus capítulos y llega del momento culmen donde de verdad nos unimos para empezar un camino nuevo. Un camino de búsqueda del Dios vivo y misericordioso de la mano de este libro que me ha marcado con ardor y me ayuda a seguir siempre dando pasos para cumplir la voluntad del Padre.

Recibo la ordenación sacerdotal y Quiero ver a Dios se convierte en un libro que está siempre muy cerca de mi mesa de trabajo para beneficiarme de doctrina tan densa y provechosa. No pierdo oportunidad para acercar a la gente que Dios pone mi vida para que les ayude a ver a Dios, a dar pasos hacia Él, a orientarse en la vida espiritual. Es así, lo digo con sinceridad, y hago mías unas palabras que escribe a su hermana Berta: “¿Sabes, mi querida Berta, que no hay nada más bello en el mundo que encontrar a Dios en un alma y acompañar su acción?”. Como sacerdote, estas confidencias entre hermanos de sangre pasan a serlo también entre hermanos de hábito con la misma vocación: acerca almas a Dios. Llevar la gloria de Dios a todos los hombres para que un día todos gocemos de lo que aquí vemos con ojos humanos. Paremos un poco. Esto no es cualquier cosa, es algo que llega a nuestro más profundo centro. Pensemos con todo nuestro corazón en nuestro interior esta gracia desbordante: ¡llevar almas a Dios! Es un regalo de Dios inmenso el poder entrar en un alma para acompañar el camino interior hacia el Dios vivo, Jesucristo, el Hijo amado.

Y ahora, en estos últimos años, desde que estoy en Calahorra, la unidad entre los dos se afianza de modo más íntimo aún. Según pasa el tiempo algunos jóvenes vienen al Santuario del Carmen para hablar, para confesarse, para rezar de manera individual. Poco a poco comienzan a tomar este convento carmelitano como lugar de encuentro con Dios y se abre la puerta a formar un grupo de oración. Sale de su corazón, de ellos mismos sin decirles nada: unirnos un día a la semana para orar, para formarnos, para compartir nuestra vida en relación con ese Dios que nos ha unido a los pies de la Reina de la Ribera, la Virgen del Carmen. Y comenzamos, se deleita mi alma y se goza inmensamente cada vez que los veo que vienen para adorar al Señor expuesto en la custodia, para leer y comentar algún texto y decir a Dios que lo quieren, que quieren seguirlo, que quieren estar con Él, que es el centro de su vida y muchas cosas más que quedan en el secreto de un corazón sacerdotal que acoge, acompaña y anima a estos jóvenes a abrirse a la luz del Espíritu Santo para que haga su obra. Cada uno toma una opción en la vida y el grupo apenas puede reunirse en estos momentos porque algunos se han casado, otros han ido a estudiar fuera, otros se ponen a trabajar, etc. y volvemos al trato y oración personal cuando cada uno puede. Por ello se nota que el Espíritu Santo ha tocado su corazón; además el grupo lleva el nombre del título de uno de los libros del P. María Eugenio: Movidos por el Espíritu.

Por todo esto que acabo de resumir en estas líneas, y por otras muchas experiencias que aún quedan por escribir, proclamo con gran alegría que el P. María Eugenio sigue vivo. Muere casi veinte años antes de que nazca quien esto escribe y no por ello se hace imposible un encuentro. ¿Por qué? Pues porque “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos” como dice San Lucas en su evangelio. Es una verdad que a veces cuesta entender, asumir y vivir; pero a mí me ayuda mucho sentirme unido a todos y saber que nos espera la vida eterna. Las personas nos dejan y van camino del Padre, pero se quedan entre nosotros porque hemos recibido el amor de Dios por medio de ellos. Si amamos estamos unidos a ellos y no mueren, sino que viven y nos acompañan. Eso mismo ha pasado hace unos días en Alberite, cuando este pueblo al que tanto quiero despedía a Jacin, Jacinta, la abuela de mi buen amigo Eduardo y a la vez madre de su padre, Marcial, ¡se iba camino del cielo con nada menos que 101 años! No puedo asistir a su funeral pero me uno en oración por su alma y el consuelo de sus familiares y amigos. Me duele no poder acompañar a la familia en momentos como éste; además con todo lo que me quería Jacin y yo la quería. Pero si ahora digo que la razón por la que no puedo estar junto a esta familia tan querida para mí es porque estaba dando ejercicios espirituales a las carmelitas descalzas de Barcelona y me entero de la noticia dos horas antes del funeral, entonces cambia el punto de vista en gran medida y más aún al conocer otro detalle: ¿Sabéis cuál es el libro de guía de las meditaciones? ¡Pues no puede ser otro que Quiero ver a Dios! ¡No es casualidad! De nuevo se muestra que el P. María Eugenio se hace una vez más presente en mi vida para decirme que Jacin quiere ver a Dios. Sale a mi paso para confortarme ante el dolor por la muerte de esta gran mujer que siempre derrochaba amor, y ahora seguro que lo va a seguir dando a los que tanto nos quiso y lo demostró con no pocas obras y hechos concretos. Así todo se ve con otros ojos, los ojos de la fe, que nos hacen poner la mirada en el cielo, la meta hacia la que caminamos.

Entonces, ahora, con todo lo dicho, os animo a conocer la figura de un gran carmelita descalzo, a leer las obras de un singular maestro espiritual de nuestros tiempos y a rezar con la ayuda de un generoso intercesor. Por eso lo mejor que podemos hacer es celebrar con gran satisfacción, esperanza y agradecimiento al P. María Eugenio del Niño Jesús sus 125 años de vida.

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