Martes, 19 de marzo de 2024

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Resulta que sí que hay Vida Eterna

por Cuestión de vida

En estos tiempos de crisis se está hablando mucho de la vida, de la importancia de salvar vidas. A pesar de que está saliendo a la luz una ética utilitarista de que unas vidas son más prioritarias que otras, resulta esperanzador pensar que ahora por lo menos se hable de la vida, de su sacralidad y de que todos los esfuerzos son pocos cuando se trata de salvarla. Si no hay vida no hay nada, esto es una obviedad, que sin embargo se pone en duda cuando el derecho a la vida choca con los deseos y la ideología de algunos. El primer derecho y del que emanan todos los demás es el derecho a la vida

 

Pero hay algo de lo que se habla poco o nada. La vida no es solo la vida corporal, es que la vida es eterna, no acaba aquí, aquí solo estamos de paso y aquí no nos quedamos nadie.

 

Hay otro detalle del que se habla también poco o nada. Resulta que no solo hay vida eterna, sino que hay cielo y hay infierno, y son eternos. Y ya que vamos con los detalles importantes el cielo y el infierno depende de nuestra vida aquí, de que acojamos o no la salvación de Jesucristo, y acoger la salvación de Jesucristo no es decir si o no, que también, sino hacer su voluntad “no todo el que dice Señor Señor se salvará sino el que hace la voluntad de mi Padre”. Hasta aquí nada nuevo, los novísimos.

 

La primera implicación de que se me ocurre es si a la vida temporal le quitamos la dimensión de la eternidad, pierde su sentido y su horizonte y las personas estamos como estamos, como ovejas sin pastor.

En la dimensión de la eternidad y el plan de Dios puedo dar un sentido a mi vida y a mi muerte, puedo saber para que vivo, puedo establecer prioridades en función de ello y tengo una base solida para asentar mi vida.

Si solo tenemos esta vida ¿que sentido tiene arriesgarla por los demás? ¿que sentido tiene esforzarme cuando de un día para otro puedo perderlo todo? ¿porque voy a tener un comportamiento moral si a menudo los que no tienen escrúpulos son los que mejor les va (o por lo menos eso parece). Todo el edificio se derrumba si no hay vida eterna.

 

La segunda implicación es que si el infierno no existe yo no soy libre, porque entonces Dios se me impone y Dios no se impone nunca, si yo no quiero ser salvado, si yo no quiero ser redimido, El respeta mi decisión. Y si el infierno no existe no habría justicia, sería indiferente ser Santa Teresa de Calcuta que Mao, que según las estadísticas es el mayor genocida de la historia.

 

Y vamos con la tercera implicación que es de la quería hablar: me pregunto si el mismo esfuerzo o prioridad que tenemos en salvar vidas (por lo menos de los afectados por el coronavirus) lo tenemos también para que esas personas tengan Vida con mayúsculas, es decir, que una vez pasado el umbral en la muerte gocen de la felicidad eterna en el Señor.

 

Porque es muy importante salvar la vida física de las personas, y todo esfuerzo es poco para salvar una vida, pero tan importante o más si cabe el destino eterno de las personas, salvar su alma.

 

No es verdad que todo el mundo se salva, Jesús nos los repite continuamente en el Evangelio, no podemos caer en el “buenismo” de pensar que nuestras acciones en nuestra vida son indiferentes porque total Dios es bueno.

 

Tanto en estos tiempos de pandemia como en el tiempo ordinario no podemos centrarnos únicamente en ayudar solo materialmente, socialmente o medicamente a las personas, que, por supuesto es fundamental, sino también en las obras de misericordia espirituales: Enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, dar buen consejo al que lo necesita, orar por los vivos y los muertos….

“¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” No hay mayor bien para una persona que anunciarle la verdad y salvación de Jesucristo…. Incluyendo la verdad sobre el pecado, porque el seguimiento de Jesucristo implica una moral bien concreta y esta no es opcional

 

Entonces, pongamos también todo nuestro esfuerzo y afán en que la salvación de Jesucristo llegue a todas las almas puesto que esta es la mayor obra de misericordia, el mayor bien para las personas y finalmente nuestra principal misión como Iglesia.

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