Viernes, 19 de abril de 2024

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Nuevos Cardenales

por Creo, Señor, aumenta mi fe

Tenemos la dicha de pertenecer a una Iglesia Universal. Somos católicos. Las celebraciones litúrgicas en la Basílica der San Pedro son una gozada que debemos disfrutar. Cien rostros de una misma realidad actualizan las palabras de Jesús: El mundo entero es nuestra patria. Los primitivos cristianos no experimentaron esta realidad. Nosotros tenemos esta dicha.
   Una manifestación de esta Iglesia Católica es la composición del colegio Cardenalicio. Sesenta naciones tienen una representación en él. Aunque todavía queda camino, incluso en lo externo, ninguna institución humana ha evolucionado como la Iglesia en los aspectos externos.
   El papa francisco le ha dirigido una homilía que les marca un camino personal y eclesial para su ministerio. Son cuatro consignas que nos pertenecen a todos dentro de nuestro ámbito de vida. Jesús después de la elección de los apóstoles bajo del monte a la llanura donde le esperaba una multitud necesitada. Ahí en la llanura de cada día es dónde debemos ejercitar la misericordia. Los cardenales y todos los cristianos. <> (Lc 6, 27-29).
   “Nos encontramos frente a una de las características más propias del mensaje de Jesús, allí donde esconde su fuerza y su secreto.; allí radica la fuente de nuestra alegría, la potencia de nuestro andar y el anuncia de la buena nueva. El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios hijos y no precisamente para sacárselos de encima. El amor de Dios tiene sabor a fidelidad a las personas, porque amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado. Nuestro Padre no espera amar al mundo cuando seamos buenos, no espera a amarnos cuando seamos menos injustos o perfectos; nos ama porque eligió amarnos, nos ama porque nos ha dado un estatuto de hijos. Nos ha amado incluso cuando éramos enemigos suyos. El amor incondicionado del padre para con todos ha sido, y es, verdadera  exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar. Saber que Dios sigue amando incluso a quien la rechaza es una fuente ilimitada de confianza y estímulo para la misión”.
   Los interrogantes se multiplican en la realidad en que vivimos, siempre a escala mundial. El que está a nuestro lado no es un desconocido, emigrante o refugiado, sino que se convierte en un enemigo, en una amenaza. “Enemigo por el color de su piel, por su idioma o condición social, enemigo por pensar diferente e, inclusive por tener otra fe. Enemigo por… Y, sin darnos cuenta, esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder. Entonces, todo y todos comienzan a tener sabor de enemistad. Poco a poco, las diferencias se transformas en  sinónimos de hostilidad, amenaza y violencia. Cuántas heridas crecen por esta epidemia de la enemistad y de la violencia que se sella en la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de esta patología de la indiferencia.
   También estas actitudes se pueden colar, sin darnos cuenta en nuestras instituciones. El sentido mundano nos acecha también en nuestras comunidades cristianas. “Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento se siembran por este sentimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros. Sí, entre nosotros, dentro de nuestras comunidades, de nuestros presbiterios, de nuestros encuentros… No somos inmunes a esto y tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón, porque iría contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia que podemos palar en este Colegio Cardenalicio. Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una muestra de mayores riquezas”.
   Termina el Papa con dos párrafos dirigidos a los nuevos cardenales. Es bueno que nos pongamos en su lugar. También a nosotros nos harán bien. “Querido hermano neo cardenal, el camino al cielo comienza en el llano, en cotidianidad dela viada partida y compartida, de una vida gastada y entregada. En la entrega silenciosa y cotidiana de lo que somos…
   Querido hermano, hoy se te pide cuidar en tu corazón y en de la Iglesia esta invitación a ser misericordioso como el Padre, sabiendo que <
 
   
  
 
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