Viernes, 17 de mayo de 2024

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Seguimiento de Cristo

por El Blog de Juan del Carmelo

            Cuando uno ha llegado a conseguir o creé que ha conseguido ya…, negarse a sí mismo y ha sido capaz de tomar y abrazar su propia cruz, está ya en disposición de dar el tercer paso siguiendo al Señor y en atención a lo que Él nos dejó dicho: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara”. (Mt 16,24-25). Verdaderamente, los dos primeros pasos es mucho el trabajo que no cuesta dar, y cuando ya creemos que los hemos dado, de pronto, una simple contrariedad, una discusión, un problema sea este de la naturaleza que sea, nos hace ver que aún estamos muy verdes. Pero no nos desanimemos, eso es precisamente lo que el demonio espera que hagamos, y con esa intención mete palos en las ruedas de nuestro carro. Pidámosle perdón al Señor por nuestra debilidad y a la Virgen, que no nos abandone nunca jamás, pues sin ella, al menos para mí es imposible dar un solo paso en la buena dirección.   

            Pero ya estamos caminando otra vez y veamos cual es el tercer paso. Son varias las veces, en las que en los evangelios, encontramos pasajes en los que el Señor, le dice a alguien “Sígueme” y en la generalidad de los casos el interpelado responde a la divina proposición y se entrega a su amor. En estos casos a los que aludimos, tal como nos lo relatan los Evangelios, el Señor siempre sin dudarlo simplemente les dice: Sígueme, y esta palabra pronunciada por el Señor,  más que una invitación a seguirle, tal como lo relatan los evangelistas, parece ser una orden por el carácter imperativo, que tiene el término Sígueme. Lo cual no es de extrañar, en la forma de actuar del Señor, si recordamos las palabras que también figuran en los evangelios  de San Mateo y San Marcos y que nos dicen: “Llegaron a Cafarnaúm, y luego el día de sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba. Se maravillaban de su doctrina, pues la enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. (Mc 1,21-22).

            Son varias las veces, que figuran en los Evangelios, en las que el Señor le dice a alguien sin ninguna clase de previa explicación, Sígueme. De estas varias referencias quizás la más clara fue la que le dirigió a San Mateo, la cual la recogen los tres sinópticos y así San Marcos nos relata: “Después de esto salió y vio a un publicano por nombre Leví sentado al telonio, y le dijo: Sígueme. El dejándolo todo, se levantó y le siguió”. (Lc 5, 27-28). Uno lee esto y queda sorprendido con la facilidad que el Señor conseguía que alguien le siguiese. Y sin embargo, uno lo medita  y ve que nada tiene de particular, porque son muchas las personas, que de la noche a la mañana, han sufrido un conversión, que ha dejado atónitos, a toso aquellos que le rodeaban. Porque en sí la conversión se da en la persona, cuando su alma no sus oídos materiales, oyen una voz que le dice: Sígueme.

            San Juan, en el capítulo 1 de su Evangelio, nos relata tres ocasiones en las que nos aparece el término Sígueme.  La primera vez, es uno de los más bellos pasajes del evangelio en el intervienen, además del Señor y San Juan bautista, los futuros apóstoles San Andrés hermano de San Pedro y San Juan hermano de Santiago el mayor: “Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.  Él se dio la vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?». «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro”. (Jn 1,35-40).

A continuación San Juan nos relata otro Sígueme, y refiriéndose a San Andrés dice: “Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.  Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro”. (Jn 1,41-42).

            La tercera y cuarta vez que nos relata San Juan, sucedió de la siguiente forma. “Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret». Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez». «¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús continuó: «Porque te dije: "Te vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más grandes todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». (Jn 1,43-53).

            Aquí la pregunta que muchos tratadistas y exégetas, se han formulado es: ¿Qué es lo que hacía Nathanael, debajo de la higuera? Nadie ha sido capaz de dar una sólida respuesta a esta pregunta. Analizando un poco el tema, es de ver que la mayoría de los árboles forman la copa con sus ramas y hojas a cierta distancia del suelo, dejando su tronco desnudo entre el suelo y su copa. Pero en las higueras esto no sucede así. Muchas higueras hacen nacer su copa  a ras de suelo, por lo que estas dan un claro ocultamiento a quien entre dentro de la copa. Personalmente de niño he jugado más de una vez al escondite ocultándome dentro de una higuera. Si Nathanael, estaba debajo de una higuera, es decir dentro de su copa, algo no confesable que el Señor no explicitó y que a él le impresionó que se lo recordasen, eso precisamente sería, lo que estaría haciendo. Al hilo de esta argumentación, también teniendo en cuenta de que él era un hombre de campo, se especula con la idea de que Nathanael estaba haciendo algo tan vulgar como atender sus necesidades fisiológicas.

            Los evangelios nos hablan de varios casos en los que varias personas le pidieron al Señor seguirle, pero parece que el por la redacción de los textos evangélicos, estas peticiones no fueron aceptadas. Así tenemos: “Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a otro: «Sígueme». El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios».  Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».”. (Lc 9,57-62).

             En estos tres casos que hemos visto el Señor no parece que acepte el ofrecimiento que le hacen de seguirle, pero es de ver que da razones justificativas del porque no acepta. De una forma o de otra, el Señor para seguirle pide una renuncia total, a todo lo que este mundo nos ofrece. Para Él no valen las medias tintas. Él lo quiere todo y ni siquiera le deja a uno enterrar a su padre. Tomemos nosotros buena nota de que si de verdad queremos seguirle al Señor, tenemos que hacer de nosotros mismos una entrega total, con renuncia absoluta, y sin medias tintas

            A otro no lo considera apto para entrar a su servicio para seguirle, si todavía tiene puesta su mirada en el pasado. Él lo quiere todo lo exige todo, para el que quiera entrar a su servicio, para el que quiera entregarse a Él y en correspondencia a esa entrega, aquí abajo no le ofrece a nadie nada, no le ofrece ni siquiera tener un sitio donde reclinar la cabeza. Además de estos casos ya explicados, tenemos uno muy importante, cual es el caso del joven rico, que por su importancia merece un punto y aparte.

             Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

             Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

  •             Libro. ENTREGARSE A DIOS.- www.readontime.com/isbn=8460975940
  •             Seguir al Señor          28-01-11
  •             Ir en pos del Señor     25-01-13 

            La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.

            Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com 
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