Viernes, 19 de abril de 2024

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Jesús es crucificado

por Contemplata aliis tradere

 

            Era la hora de tercia cuando crucificaron a Jesús, dice escuetamente San Marcos. La hora de tercia son las nueve de la mañana, que según la hora solar ya era muy de día y con el sol en alto. Los tres evangelios sinópticos dicen que desde ese momento hasta la hora sexta, las doce, fue gravemente insultado el Señor: Tu que tienes por hijo de Dios y tanto confías en él, que te libre ahora si es que de verdad te ama.

San Bernardo nos cuenta en el capítulo 61 de su Comentario al Cantar de los Cantares cómo sólo a través de las llagas del Señor podemos acceder a su corazón. Son las llagas de su crucifixión; la de los clavos y el costado. Si no entramos por ellas, nunca nos encontraremos con el verdadero significado de la muerte de Cristo. A través de ellas entramos en el corazón todavía oscuro de Cristo porque fue crucificado en la fe pero ya vemos, dentro de él, los ojos y la sonrisa del Padre que ve culminar la gran obra de la misericordia. Un hombre sólo puede ver sonreír a Dios a través de las llagas de Cristo. Fuera de ellas, fuera de la crucifixión somos objetos de cólera por nuestro pecado. Dios Padre habita en el corazón de Cristo.

Allí el ser humano se torna paloma y oye decir: Paloma mía que habitas en los huecos de la peña. Cristo es la peña y los huecos son sus llagas. En esa Roca me afianzo, en ella me siento seguro. ¿Dónde podrá encontrar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo si no es en las llagas del Salvador? Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia pero no perderé la paz porque él fue traspasado por nuestras rebeliones.  Tomaré de las entrañas del Señor todo lo que me falta. Pues sus entrañas rebosan misericordia por los huecos por los que fluye. Agujerearon sus manos y sus pies y atravesaron su costado con una lanza. A través de esas hendiduras puedo libar miel silvestre y gustar qué bueno es el Señor.

El clavo penetrante se ha convertido para mí en llave que me ha descubierto la voluntad del Señor, su voluntad también sobre mí. Esa voluntad es que sufra lo mío con Cristo y con la fuerza que baja de sus llagas hacia las mías. Sólo puedo pasar a las llagas de Cristo a través de las mías para que su pasión sea real para mí y, a la vez, dé sentido a la mía. Eso sucede cuando Cristo ilumina mis llagas desde las suyas, cuando me hace comprender que las suyas necesitan a las mías para que se dé la salvación. Él necesita de mi pasión para que la suya tenga sentido. Yo no puedo ser un curioso o un simpatizante de su pasión sino un actor activo.

La fuerza viene de él que es amado por el Padre pero entra en mí reconciliándome. No pide nada a cambio; todo es gratuito. Sólo quiere que yo sepa que mis sufrimientos, mis llagas, tienen sentido en él, en las suyas. Si mis sufrimientos me los quedo yo, no podré hacer otra cosa que lamentarme. Nunca descubriré la infinita misericordia que quiere derramarse en una vida humana. Nunca sabré lo que es el amor salvador ni aprenderé a amarlo jamás. A lo mejor lloro sobre las llagas de Cristo y las compadezco pero no me cambian la vida; lloro con un llanto que no es de salvación.

La vivencia de Cristo sucede aquí y ahora, no en el pasado o en el mañana. No podemos distraernos con abstracciones. La misericordia siempre es para el momento presente porque nunca se agotará y podremos disponer de ella en el futuro. No vivas la pasión de tu pasado que esa ya se fue, ni adelantes el futuro que aún no conoces, entrégate ahora, no sufras lo que no es real todavía porque no sabes cuál es la voluntad del Señor sobre ti y cómo va a discurrir. El Espíritu Santo te guiará y siempre te encontrarás protegido por la Roca. No vivas la infelicidad de la cruz futura ahora, porque no le dejarás a él que te conduzca por caminos de misericordia y suavidad. En la oración del día a día gustarás la protección de Dios hasta emocionarte muchas veces.

Desde tu encarnación diaria es desde donde gustarás a Cristo. Pasarán por ti ráfagas de Getsemaní, sufrirás injusticias y condenaciones, te sentirás azotado, sentirás el peso de ti mismo y de tu pecado, se te romperán todas las ilusiones, la enfermedad te sacará al corredor de la muerte, se te nublará el futuro, dejarás de ser el que fuiste , como Cristo, muy semejante a Cristo, menos en el pecado. El amor del Padre sobre Cristo sucederá también en ti porque se reproducirá su pasión en todos tus actos. Qué sentido más escatológico, más cósmico, más trascendente tiene la cruz vivida por cada uno de nosotros si dejamos a Cristo que nos la ilumine con su resurrección.

La fe en la resurrección nos abre el camino para entender que nuestra vida y nuestra pasión no son inútiles. Tienen sentido a través de las llagas de Cristo que al ser resucitado se tornan gloriosas y hacen gloriosas también las nuestras que ya han sido vencidas en su resurrección. Es el Espíritu Santo el que hace que la gracia y el mérito del Resucitado pase a nuestras llagas actuales aún no resucitadas pero si vencidas. Por eso, no podemos vivir nuestra cruz tan a oscuras como la vivió Cristo porque le tenemos a él que nos ha precedido tanto en la fe como en la luz.

            Con esto me queda claro que yo en Cristo puedo vencerlo todo. O mejor, es Cristo el que puede vencerlo todo en mí. Yo lo que necesito es la luz y la fuerza del Espíritu Santo para creer del todo en él, en su pasión, salvífica, en sus llagas y en su cruz. Lo demás se me dará por añadidura. Si pienso en los méritos me digo : yo no tengo ningún mérito pero, al creer en Cristo, todos sus méritos se hacen míos regalándome con misericordia que yo pase por los mismos lugares y situaciones en los que él los mereció. ¿Por qué él ha podido merecer y yo no? Porque su carne siempre fue limpia de pecado y no tuvo que ser perdonado. La misericordia está en que yo al ser perdonado gracias a él puedo apropiarme también de sus méritos. Luego mi único mérito es su misericordia. No puedo ser pobre en méritos si él es rico en misericordia.

            Ahora bien, ¿si pese a todo sigo pecando y soy consciente de ello? Donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia. Lo importante es que yo no me refugie en la gracia barata sacando la cruz de mi corazón. Si sigo viviendo de mis llagas en las de Cristo entonces cantaré eternamente las misericordias del Señor porque su misericordia dura siempre. Lo mismo me sucederá con la justicia. ¿Quién me justifica? ¿Mi justicia? No, la de Cristo. ¿Soy pobre en justicia? Tu justicia es justicia abundante y eterna. Si estoy, pues justificado, el cielo y la salvación me pertenecen por efecto de la justicia de Cristo que me ha sido regalada gracias a la fe.

            Estas son las riquezas que se encuentra uno en los huecos de la peña: Levántate, amada mía, paloma mía que habitas en los huecos y oquedades de las rocas. Ven, que el invierno pasó y han cesado las lluvias. Brotan las flores en el campo y se escucha de nuevo el arrullo de la tórtola. Déjame ver tu figura y escuchar tu voz porque tu figura es fascinante y tu voz dulcísima.

 

 

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