Viernes, 29 de marzo de 2024

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Opinando sobre calvinismo y catolicismo Burguess, al autor de la Naranja Mecánica

por Anotaciones de pensamiento y crítica

 
Un amigo me facilita este interesantísimo texto de Anthony Burges, autor de La Naranja Mecánica, con motivo del 50 aniversario de su primera edición (aparecido en El País, en su suplementeo Babelia  pág. 7.  del 27.10.12)

 
 
La condición mecánica
 
Según el argumento de Skinner, un condicionamiento equivocado es lo que convierte al protagonista de “La naranja mecánica” en un modelo de la no agresión con todos sus vómitos. 

El hecho de que yo piense que cualquier tipo de condicionamiento está mal se debe, supongo, a la solidez de la tradición católica en la que me educaron. 

Podría decirse que estoy condicionado por ella, pero mi razón aprueba las convicciones que siento de forma visceral. 

Mi familia procede de Lancashire, un condado en el norte del país que era un bastión de la fe católica. La Reforma, que convirtió a Inglaterra en lo que es hoy, no llegó nunca verdaderamente allí, o, si llegó, lo hizo con suavidad y de manera razonable, en las infiltraciones pacíficas de los periodos más tolerantes que siguieron a las sangrientas imposiciones de los Tudor. 

El tipo de protestantismo que floreció en la época de Cromwell y engendró una nueva raza de comerciantes burgueses era calvinista. 

Su núcleo doctrinal era la predestinación. El hombre no podía decidir su salvación; su futuro lo había predeterminado Dios. 

El catolicismo rechaza una doctrina que parece enviar a algunos hombres con arbitrariedad al cielo y a otros –también con arbitrariedad – al infierno. Nuestro destino futuro, dice la teología católica, está en nuestras manos. 

No hay nada que nos impida pecar, si queremos pecar; pero tampoco hay nada que nos impida emprender las vías de la gracia divina que nos garantizarán la salvación. 

El hecho de que dos doctrinas opuestas- la del libre albedrío y la de la predestinación- puedan coexistir en una misma fe religiosa necesita cierta explicación. 

Para empezar, está la omnisciencia de Dios. Si Dios lo sabe todo, sabe si me voy a condenar o me voy a salvar: mi última morada está reservada, por así decir, desde el principio de los tiempos. 

Pero si Dios da al hombre el poder del libre albedrío, puede pensarse que se oculta a Sí mismo deliberadamente  el conocimiento de lo que el hombre va a hacer con ese poder. Un Dios omnisciente y omnipotente, como gesto de amor hacia el hombre, limita Su propio poder y Su propio Conocimiento. 

Sean O’Faolain, en su autobiografía , habla de que resolvió su incapacidad de conciliar el libre albedrío del hombre con el conocimiento total de Dios un día- en un repentino destello mágico o milagroso de sabiduría – durante un trayecto en taxi en Manhattan. 

O’Faolain se hizo esta reflexión: cualquier acción del hombre era una decisión libre hasta el momento de llevarla a cabo. Una vez realizada, se convertía en algo que Dios querido. El taxista y él se emborracharon con este descubrimiento. 

Pero los calvinistas siempre han dispuesto de un arma de artillería pesada con la que apoyar su defensa de la predestinación absoluta. Contra el ejército del libre albedrío despliegan el cañón de la caída. 

Adán cayó por el pecado original de la desobediencia; transmitió la culpa de dicho pecado a todos sus descendientes  y los hombres están predispuestos a pecar, no son libres. 

La respuesta ortodoxa es, por supuesto, que Jesucristo murió para liberar a los hombres , pero eso parece despertar muy poco entusiasmo en el calvinismo. 

Las teocracias construidas por los calvinistas, ya sean ciudades-Estado o comunidades enteras gobernadas por hombres santos que se proclamaban a sí mismos, siempre se han caracterizado  por una especie de melancolía  propia de días lluviosos. 

Pensemos en la Inglaterra de O. Cromwell, el Massachusetts de Cotton Mather, la Ginebra del propio Juan Calvino. 

Para ellos, uno de los rasgos de la depravación católica era precisamente que se dejara  que cada hombre se labrase su propio destino. 

De ahí que se cerraran burdeles ( al contrario que en los países católicos), se prohibieran frivolidades como las obras de teatro  y la literatura de calidad y se instaurase la pena de muerte por adulterio. 

Los hombres son pecadores, los hombres no van a evitar pecar ( ¿para qué si, hagan lo que hagan están predestinados al cielo o el infierno?), hay que obligarles a ser buenos. 

Y todavía más, a las mujeres, hijas de Eva, la traicionera. 

El calvinismo está lleno de incentivos negativos.  

(...) Se diría que que el condicionamiento forzoso de una mente, por buena que sea la intención social, tiene que ser malvado.

 
Herederos de Anthony Burgess, 2012

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