Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Blog

El Señor y el hombre

por Catolicismo para agnósticos

Parece mentira, pero es rigurosamente cierto: la desaparición de unas palabras y la reasignación de significado en otras, nos impide entender nuestra realidad de hace tan sólo 150 años. Desde entonces, cuando decimos “hombre” nos referimos a una categoría única de hombre. Pero eso es sólo desde entonces. Antes, y hasta donde tenemos noticia escrita, existían dos categorías muy bien diferenciadas: la de “señor” y la de “hombre”. Cuando el cuadrillero le dice a Don Quijote: Pues ¿cómo va, buen hombre?, éste le responde muy irritado: Hablara yo más bien criado si fuera que vos. ¿Úsase en esta tierra hablar desa suerte a los caballeros andantes, majadero? Eso sucede porque siendo el trato que le correspondía el de señor o el de caballero -en cuestiones de tratamiento eran intransigentes- va y le llama “buen hombre”. Hay que añadir a esto que, en todas nuestras lenguas, el término “hombre” ha sido durante largo tiempo sinónimo de “esclavo” y en más suave, "don nadie".

Y precisamente éste del desdoblamiento del hombre en señor y esclavo es el núcleo duro de la comprensión del hombre, de la comprensión de la historia y de la comprensión de la religión. Sin embargo es un concepto que se nos escurre por las entendederas, porque no tenemos de dónde colgarlo. El hombre era dual. De toda la vida. Y sigue siéndolo, aunque el camuflaje está muy bien trabajado y lo hemos dado por bueno.

Traigo a colación al respecto el texto sobrecogedor y misterioso de la epístola del Domingo de Ramos: …Cristo Jesús, que dotado de forma divina, no consideró usurpación ser igual a Dios; y no obstante se despojó tomando forma de esclavo, hallado en su condición como hombre, se humilló a sí mismo sometiéndose hasta la muerte, y muerte de cruz (Phil. 2, 5-8). Me limito a señalar la contraposición entre Dios por una parte, y esclavo-hombre por otra. Es un texto que, siendo ciertamente difícil, ofrece muy pocas alternativas de traducción.

La distinción entre señor y hombre (es decir entre señor y esclavo) era mucho más marcada que la distinción entre hombre y mujer. La esclavitud era una realidad que lo impregnaba todo, que condicionaba profundamente la vida individual y la colectiva, tanto en el bando de los señores como en el de los esclavos. La prueba de que estamos manejando una historia profundamente distorsionada, es que en ésta la esclavitud no sólo no constituye el eje y la clave de todo lo que acontece, sino que en la inmensa mayoría de las historias apenas ocupa el espacio de algo anecdótico, si es que se la llega a nombrar.

Y es tremendamente sintomático que mientras en la historia la esclavitud no es la clave de nada, en la religión tiene un peso decisivo: en el judaísmo y en el cristianismo, la condición esclava del hombre es el punto de partida de toda nuestra construcción religiosa; hasta el extremo de que es imposible entender ni siquiera la fenomenología de estas dos religiones si, al igual que en la historia, desestimamos el fenómeno humano de la esclavitud. No por casualidad, en hebreo tienen tres palabras para designar la libertad.  

Hoy “señor” no es sinónimo de “amo”, porque actualmente en nuestra civilización no hay amos o dueños de hombres. Pero los hubo hasta hace menos de 150 años, cuando hacía ya un siglo que la Ilustración que abrió el camino de la revolución francesa, había proclamado que la división dentro de la especie humana entre hombre-señor y hombre-esclavo se había extinguido, y solamente quedaba “el hombre”. Pero observemos que el inconsciente histórico nos empuja todavía a llamar “señor” o “señora” a los que por su porte y estatus aparentan serlo; mientras que nos hace decir “hombre” o “mujer” cuando no se luce esa prestancia.

Este retroceso del lenguaje en los dos últimos siglos, nos impide percibir que “el Señor” comparte denominación con los señores dueños de hombres: con “los amos”. Pero esto no ocurre únicamente en nuestra lengua, sino en todas las de nuestro entorno cultural. ¿Y eso por qué? Pues porque cuando al hombre-esclavo se le ofrece la oportunidad de elegir señor, sin pensárselo dos veces prefiere “el Señor” a cualquier otro señor. Porque “el Señor”, al serlo también de los señores dueños de hombres, por el simple hecho de existir (¡y de ser reconocido socialmente!) constituye por sí mismo un límite para la dominación del hombre sobre el hombre. Vale la pena detenerse a reflexionar cómo el hecho de aceptar a Dios como Señor de los señores y de los hombres, constituye un freno potentísimo a la esclavización del hombre (esclavo) por el hombre (señor). A partir de ahí queda debilitada la esclavitud, que irá perdiendo su carácter original: citemos tan sólo el original ius vitae et necis, el derecho de vida y muerte.

En virtud de que se le reconoce a Dios el atributo de Señor, tanto los hombres como sus dueños tienen un dueño (¡un Señor!) que está por encima de unos y otros. Por eso desde el momento en que se reconoce al Señor, los señores dejan de tener un poder absoluto y descontrolado sobre los hombres de su propiedad: porque también ellos están sometidos a la omnipotencia, a la voluntad y a la ley del Señor. Ése fue desde el primer momento un efecto capital del Señor en mayúscula sobre los señores en minúscula.

Estamos ante el primer gran paso del desmantelamiento paulatino de la esclavitud: tan pronto como Dios se constituye en El Señor, el esclavo es mucho menos esclavo. Aquí podríamos hacer el paralelo del Verbum caro factum est, de Dios que se hace carne en la forma de hombre-esclavo, crucificado como un esclavo para redimir a los esclavos. El paralelo sería “Dios se hizo Señor” para arrebatarles a los señores el derecho dominical sobre el hombre. Pero esto corresponde al primer pacto (Antiguo Testamento) con el hombre.

 

En el nuevo pacto (Nuevo Testamento) El Señor es conocido e invocado con un nuevo atributo: el de Padre. Esto cambia profundamente la relación del hombre con Dios. Pero no se detiene ahí el empeño de Dios por rescatarnos de nuestra condición de esclavos; porque en ese mismo pacto, Dios Padre manda a la humanidad a su Hijo hecho esclavo y condenado a morir en la cruz, como los peores de los esclavos, para redimir al hombre. No olvidemos que sólo se redime a los esclavos y cautivos.

Todo este movimiento de Dios hacia el hombre primero como Señor, luego como Padre y finalmente como Hombre-esclavo (recordemos que la cruz es el símbolo del esclavo más abyecto), tiene una relevancia antropológica incalculable. Porque resulta que al margen de consideraciones teológicas, que no son competencia del antropólogo, esa relación del hombre con Dios (en teología añadiríamos “y de Dios con el hombre”) ha sido un factor decisivo en el diseño y evolución del hombre: son hechos objetivos y bien documentados, con los que hemos de contar cuando estudiamos al hombre.

En nuestra civilización resulta que la más noble materia prima con que se ha construido el alma humana es Dios. Pese a quien pese. Eso para el antropólogo ateo es un tropiezo constante, porque con eso se encuentra una y otra vez cuando estudia al hombre. Querer construir una antropología olvidando que Dios forma parte sustancial de la construcción espiritual del hombre (y me refiero exclusivamente a la cuestión fenomenológica, sin entrar en teologías), es tan patético desde el punto de vista de las “ciencias humanas” y del rigor que merecen, como la obsesión de los legisladores europeos por ignorar en el preámbulo de su Constitución (justamente malograda), entre mil y dos mil años de historia, según las regiones, porque esos milenios le aportaron a Europa un alma y una vida cristiana. Nos guste o no nos guste, la religión es uno de los materiales más nobles empleados en la construcción del hombre.

Comentarios
5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda