Miércoles, 09 de octubre de 2024

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Monseñor José María García Lahiguera, un paso más cercano a los altares

por Alberto Royo Mejia

Comienza el mes de octubre con un evento histórico para la Iglesia de España: En la vaticana Congregación para las Causas de los Santos hoy el grupo de consultores teólogos asignados para la Causa de Canonización de don José María García Lahiguera se reúne, presididos por el Promotor de la Fe (antes llamado el “abogado del diablo”), para valorar la heroicidad de las virtudes del que fue obispo auxiliar de Madrid y Arzobispo de Valencia.

 

Me contaba un monseñor de dicha Congregación que no solamente el aire que corre con respecto a la reunión de hoy es muy positivo, sino que en el dicasterio vaticano ha impresionado mucho la figura del obispo español. Y quizás parezca feo decirlo, pero lo que más les ha llamado la atención es cómo todo el clero interrogado en el Proceso ha hablado maravillas de Don José María, cosa que se ve que no debe ser muy normal. Pobres obispos que, aún siendo santos, no se libran de las críticas del clero (recuérdese al Beato Don Manuel González, hombre virtuosísimo al que algunos clérigos pusieron de vuelta y media en el proceso de Beatificación), pero no ha sido éste el caso de García Lahiguera, cuya figura es mirada con cariño por el clero madrileño y por el valenciano.

 

Vistas como van las cosas, parece que bien pronto veremos al buen Don José María declarado Venerable por el Papa, esto es, propuesto como heroico en sus virtudes, y de ahí a la Beatificación hay solamente un paso, concretamente el del milagro, que por cierto hace ya años que se comenzó a investigar, concretamente una curación que se produjo en la persona de un joven valenciano el cual, al parecer, habría salvado la vida por intercesión de monseñor García Lahiguera. Si dicha curación es realmente milagrosa o no, se sabrá en pocos meses.

 

Tuve la suerte de saludar en una ocasión, siendo yo seminarista, a Don José María, en el monasterio que es la casa-madre de las Oblatas de Cristo Sacerdote (congregación de monjas de  clausura por él fundadas) en Madrid, donde residía al final de su vida. Estaba acompañado de Don Julio, su fiel secretario, que ha fallecido recientemente. Precisamente de la página web de dichas monjas tomo los datos biográficos su Fundador, para edificación del que lo lea, permítaseme que la cite, pues ellas le conocieron bien:

 

Don José María nació en Fítero el 9 de marzo de 1903 y fue bautizado en el mismo lugar, tres días después de su nacimiento. Siempre fiel a la acción del Espíritu Santo, llegó al sacerdocio dejando huella ya en el Seminario de Madrid, de su gran virtud. Fue ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1926. En seguida se hizo patente su celo sacerdotal y fue reclamado para la dirección espiritual de los seminaristas. En ese ministerio entregó totalmente su vida y él marcó su especial carisma: la santidad sacerdotal.

 

Durante la Guerra Civil dio origen, como cofundador, M. Mª del Carmen Hidalgo de Caviedes, en 1938, a a obra contemplativa femenina antes citada, cuyas almas ofrecen sus vidas por la santificación de los sacerdotes y de la Iglesia. Nombrado Obispo Auxiliar de Madrid (29 de octubre de 1950), mantuvo su ideal de santidad sacerdotal en predicación, consejo y dirección espiritual dentro de la diócesis y fuera de ella. Vicario y visitador de religiosas, infundió espíritu y guió paternalmente las Comunidades.

 

En 1964 fue nombrado Obispo de Huelva y allí siguió volcando su espíritu infatigable, especialmente en su seminario y en la atención cordialísima con sus sacerdotes. Nombrado Arzobispo de Valencia (1969) colmó la medida de su entrega hasta quedar probado con la cruz, silenciosamente llevada, de su enfermedad. Esta enfermedad no mermó su celo apostólico y su donación plena, llegando incluso al heroísmo en muchas  ocasiones. Trabajo incansablemente por la aprobación, por parte de la Santa Sede, de la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, que consiguió para toda la Iglesia española.

 

Retirado, al fin, cumplidos los 75 años, a la Casa-Madre de la Congregación de sus hijas las HH. Oblatas de Cristo Sacerdote, llenó sus días de oración  y oblación por sus queridos sacerdotes y por la Iglesia, en desgaste amoroso de su ser, mientras continuaba siendo consejero, padre y ejemplo vivo, de santidad sacerdotal. Su espíritu ha llenado de amor al sacerdocio a multitud de almas. Y el ejemplo de santidad sacerdotal que ha dejado es riqueza de la Iglesia y tesoro de gracia, sobre todo, para los llamados al ministerio santo. Murió con fama de santidad en Madrid, el 14 de julio de 1989. Su cuerpo reposa en el oratorio de la Casa-Madre de las HH. Oblatas de Cristo Sacerdote.

 

En dicha página web leemos también algunos retazos de su espiritualidad. Escribía él mismo en unos apuntes de ejercicios realizados en marzo de 1939: “En mí hay lo que llamaríamos dos vocaciones, la interior y la exterior. La vocación interior es: Ser sacerdote santo. La vocación exterior es: Ser el sacerdote de los sacerdotes”.A lo largo de toda su existencia trató de realizarlas en una tensión constante de respuesta fiel a Dios que él concretizaba en cumplir siempre la voluntad de Dios, en hacer siempre lo que a Él le agrada. Escribe también en los mismos apuntes: “¡Mi fin! ¡Voluntad del Señor, amor de Dios! – Todo lo demás… en tanto en cuanto me ayuden a cumplir la V-luntad de mi Señor, en tanto en cuanto me lleven a amar a mi Dios”. Esta obsesión por la santidad le acompañó toda la vida y el 6 de noviembre de 1975 escribe en su Diario espiritual: Mi santidad. Dije que en mi vida se confundieron el ser y el sacerdocio, porque quise ser siempre sacerdote y jamás quise ser otra cosa. Algo parecido debo decir de la santidad. Nunca recuerdo una época en que no quisiera ser santo.

 

De sus Apuntes Espirituales, las Oblatas reproducen en la citada página web algunos fragmentos que nos ayudan a atisbar la profundidad del alma de don José María:

 

¡Oh amado Cristo mío, Santo, Sumo y Eterno Sacerdote! Te amo y deseo amarte, amarte hasta el fin, como Tú me amaste y me amas. Quiero amarte con amor que une, transforma e identifica. Quiero amarte hasta ser como Tú, hasta ser otro Tú, hasta ser... Tú. Este es el lenguaje propio del corazón que ama, es el lenguaje que brota de mi corazón, porque Te amo, oh amado Cristo mío y quiero ser como Tú.

 

Como Tú, sea yo para el Padre el hijo predilecto, muy amado, en quien tiene puestas sus complacencias, porque, al mirarme, ve en mi alma tu imagen, hecha cada vez más conforme en todo a Ti, Amor mío.

Como Tú, sea yo dócil a cuanto mueva en mí el Espíritu Santo, hasta realizar en mi alma una como encarnación del Verbo, y sea yo para Ti una humanidad suplementaria, donde Tú puedas renovar tu misterio de salvación de todas las almas.

 

Como Tú, quiero ser oración y oblación por los Sacerdotes y por cuantos crean por la palabra de ellos, esto es, ‘pro eis et pro Ecclesia’.

Como Tú, quiero tener, por único alimento de mi vida espiritual, cumplir en todo y siempre la voluntad del Padre. Sean norma de mi conducta tus palabras de vida eterna: ‘Quae placita sunt Patri facio semper’.

Como Tú, en fin, poder decir: ‘Pater, opus consummavi, quod dedisti mihi ut faciam’, y morir en tu acto de amor: ‘consummatum est’.

Ser como Tú en la vida, en la muerte y en la eternidad.

 

Tú eres mi Cristo, Sacerdote-Víctima. Como eres la única Víctima que agrada al Padre infinitamente, me ofrezco a Ti como tu pequeña ‘hostia’ y ser siempre ‘tu Cristo, Sacerdote-Hostia’.

 

Para ser como Tú, me consagro a Ti por amor en oblación perenne de holocausto. Mi Cristo, Sacerdote-Víctima, con plena confianza y como recuerdo imborrable de esta fecha, Te pido me concedas la gracia de ‘tu encarnación mística en mi alma. Así, no sólo seré como Tú u otro Tú, seré más bien... Tú. ¡Seré Tú!

‘Vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus’ Madre de Cristo, Sacerdote-Víctima, ruega por mí, tu hijo, que es tu ‘Cristo Sacerdote-Hostia’.

 

Madre, haz que toda mi vida sea un ‘Magnificat’ perenne al Todopoderoso, que se ha dignado hacer en mí grandes cosas, y te pido, Madre mía muy amada, que en silencio, recogimiento y adoración, viva yo mi vida de amor ‘escondida con Cristo en Dios’, hasta que, ‘rotos los velos de la fe’, sea semejante a Él, sea ‘como Él’ porque, cara a cara ‘Le vea como es’.

 

No viene mal, sino todo lo contrario, en los tiempos que corren, especialmente en nuestra querida Iglesia, una figura de sacerdote y obispo enamorado de su sacerdocio y del bien del pueblo de Dios -comenzando por el de los sacerdotes- como fue la de Don José María. Heroico, sin duda, los teólogos vaticanos no parecen tener dudas sobre ello.

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