«Es desde la comunidad en familia como nace la Iglesia». No es una proclama la que hace don Giuseppe Nevi, sacerdote de 55 años y que desde hace 14 es el responsable de la pastoral familiar de la diócesis de Cremona, sino una realidad cuyos frutos están ante los ojos de todos: esposos que, educados para descubrir el «poderoso don del sacramento nupcial», hacen de su unidad «una comunión de familias vivida como una misión». Y no hay proyecto humano, ni estrategia humana, que haya producido frutos tan abundantes también para las parroquias de la diócesis; sólo la fe en Dios. Así se lo cuenta Don Giuseppe a Benedetta Frigerio en La Nuova Bussola Quotidiana.


Giuseppe Nevi, de la pastoral familiar de la diócesis de Cremona


- No hay que partir de las dificultades; hay que acompañar a los esposos desde el primer momento para que entiendan la profundidad del don del sacramento que, si es consciente, tiene potencialidades enormes. Por eso, en cuanto se han casado les ofrecemos una larga formación catequética que dura cinco años, gracias a la cual descubren qué significa que el sacramento es el don de amor de Cristo a los esposos, el único que les permite amarse como Él nos ama.

»Cuando se empieza a vivir experimentando esto, entonces se entiende inmediatamente la exigencia de hacer de la propia vida una misión y se entiende que la tarea y el sentido del matrimonio es precisamente la edificación de la Iglesia.


- De la catequesis ha nacido una asociación de fraternidad de familias que viven en comunión en un caserío, mientras que otras viven solas, pero manteniendo un vínculo muy fuerte entre ellas. Han sido los propios matrimonios los que, a la luz del descubrimiento del sacramento vivido, han decidido iniciar esta experiencia. Además, ponen su amistad al servicio de las parroquias en las que difunden la experiencia que hacen.


- Algunas familias están divididas en cenáculos de oración, cada uno de ellos formado por un máximo de cinco núcleos. Y como una familia no se sostiene sin oración, cada día, con los hijos, se reza el Rosario. Además, cada núcleo reza por los otros.



»Cada día se medita el Evangelio, retomando la lectio divina que preparo cada mes. Una vez al mes tenemos adoración eucarística comunitaria. También hay encuentros semanales de formación cristiana y una vez al año se organiza un seminario en el que se debate determinados temas como el de la ideología de género, peligrosa para las familias y los hijos, o el de los principios no negociables, que desgraciadamente no se entiende cuán necesario es para el camino de fe.

»Por último, cada cenáculo tiene una misión: hay quien imparte la catequesis infantil implicando a las familias; hay quien a su vez imparte la catequesis a otras familias y quien orienta hacia el ministerio de la oración. Esta vida fundada sobre Cristo y no sobre nuestros esfuerzos es la única que puede generar una amistad operativa entre las familias, que además comparten todos los aspectos de la vida diaria.


- La Iglesia se está olvidando, o tal vez ya no cree en ello, que el sacramento es verdaderamente la acción gratuita de Dios. A menudo se hacen recorridos formativos y cursos prematrimoniales que plantean una manera moralista de amarse y que al final se reducen a una serie de compromisos y a la idea de soportarse mutuamente, vista la incapacidad del hombre de amar verdaderamente.



»Además, los cursos para novios no son suficientes, porque, si bien es cierto que el sacramento es real, uno lo puede entender verdaderamente sólo después de recibirlo. Es necesaria, por lo tanto, una formación humana, de oración, de fe y de comunión sobre la que sostener el vínculo, que se convierte así en un punto firme y, por consiguiente, de libertad real.


- La Sagrada Familia no es un modelo, sino un lugar donde se encuentran las vocaciones de las personas que la forman. El hijo se realiza en la sumisión al padre, el padre en la misión que Dios le ha confiado, mientras que la madre se realiza en la participación, desde la eternidad, en el destino del hijo. Sólo en la fe, en la vocación, en la oración y en los sacramentos Dios nos da las energías para vivir la vocación dentro de la familia. Que, repito, no es un esfuerzo, sino un don.


- Los matrimonios no fracasan por incapacidad humana, sino por poca conciencia del sacramento. La gente tiene miedo porque piensa que es una cuestión de esfuerzo y sabe que no puede contar sobre sus propias fuerzas. Y no conociendo el camino para coger la fuerza de Dios, se rinde. Por esto el mundo se ha convertido en esclavo de la soledad.

»Pero en el corazón de cada persona yace la necesidad profunda de uniones verdaderas y eternas. Se puede decir que el hombre contemporáneo se siente aún más fascinado por esto pero, al mismo tiempo, teme perder una falsa libertad. Frente a la comunión vivida se siente fascinación, pero también es causa de problemas. Por eso hay que tener paciencia, insistiendo en la formación, la oración y la comunión.

»No hay que olvidarse tampoco de enseñar a los jóvenes el alfabeto de la relación, porque ya no lo conocen. No entienden las diferencias fundamentales entre el hombre y la mujer y por eso no consiguen dialogar, acogerse, sostenerse y esperarse. Por eso nacen muchos equívocos y distancias.




- Creo que la Iglesia debe dejar de usar el lenguaje ambiguo del amor. No nos casamos porque nos amamos, sino que nos casamos para amar, es decir, para sacrificarse. Y, por consiguiente, para realizarnos. Además, es necesaria una fe encarnada. De hecho, el matrimonio está inscrito en la carne de los esposos. Y por esto para cumplirse necesita de la diferencia sexual. Sin ésta no son posibles ni la comunión ni el amor.

»Como dice el filósofo francés Fabrice Hadjadj en La profundidad de los sexos, el sacramento es objetivo y pasa a través de la diferencia física de los cuerpos. Sólo esta objetividad nos libera de la esclavitud y de la confusión de sentimientos, que confunden y zarandean, lanzándonos a una misión más grande. Esta es la verdadera libertad. 



(Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)