Alma Cecilia Recio tuvo desde que nació una profunda educación católica. Sus padres lo eran, su familia siempre se preocupó de que ella y sus dos hermanas fuesen a colegios católicos y su abuela fue desde su infancia su gran apoyo en la fe. La repentina y prematura muerte de su padre tuvo fatales consecuencias en la vida de Alma, que desterró la luz de la fe y terminó por sumirse en la oscuridad del aborto. Inició así una lucha por la sanación que le llevaría, años más tarde, a entregar su vida a la evangelización y la ayuda a mujeres embarazadas.

Aquel accidente dejó 22 muertos. Alma y sus hermanas nunca lo olvidarán, y parte de ellas también se quedaron en ese siniestro. Su vida, explicó en El rosario de las 11, cambió por completo con heridas difíciles de sanar.

"Mi madre tuvo que empezar de cero. Se tuvo que ir a trabajar a hacer también el papel de padre. Nos fuimos a vivir con nuestro abuelo, a una casa más pequeña y el Señor nos dio la gracia de sanar rápidamente las heridas", explica.

Pero el dolor y la pérdida volvieron a llamar a su puerta poco después, cuando una caída fatal acabó con la vida de su abuelo, lo más cercano que tenía a una figura paterna.

"Muerta de miedo", hacia un "oscuro edificio"

Aunque parecía todo superado, ambas pérdidas tuvieron consecuencias fatales en su vida. Para Alma, no tener padre le generó fuertes crisis de autoestima desde su adolescencia y buscó en los chicos y en las relaciones, inconscientemente, suplir ese vacío.

Ella trataba de mantenerse luchando y fiel a sus raíces, pero la noticia de su embarazo repentino la desbordó por completo.

Asegura que "no quería hacerlo", que siempre estuvo "a favor de la vida" y que su "sentimiento de madre" era cada vez mayor, pero las presiones de su novio fueron más fuertes cuando tomó una decisión que destruiría una vida y buena parte de la suya.

"No fui valiente, no fui consciente… y me dejé llevar", lamenta. Recuerda que fue "muerta de miedo" a la cita que tenía programada en un oscuro edificio.

En el "infierno" del aborto, "solo lloraba y pedía perdón"

Lo recuerda como "un salón grandísimo, muy oscuro, con tantas mujeres que tenían que esperar en los pasillos". Hoy sabe que el temor con el que acudió al centro era "una clara inspiración del Señor para que reaccionase", pero la ceguera y su alejamiento le impidieron actuar.

"No tuve tiempo para pensar. El doctor me hizo la ecografía. Estaba de tres semanas. Muerta de miedo, entré al cuarto que pensé que era como el infierno y me aplicaron la anestesia, que no hizo efecto. Lo sentí absolutamente todo. Cuando vi que empezaba a pasar la sangre, dije que no quería hacerlo, pero sentí que el doctor era `el enemigo´ cuando me respondió que él no me estaba obligando a hacerlo", relata.

Cuando salió, Alma solo podía pensar en pedir perdón a Dios por lo que acababa de hacer y en tratar de tenerse en pie: "Creí que me iba a morir, estaba mareadísima, mi cuerpo temblaba y me pusieron en una camilla, pero no me quería morir ahí. No sé cómo saque las fuerzas, pero bajé donde me estaba esperando mi novio. La gente me miraba, estaba muy pálida  y mi novio se asustó. Desde que salí, lloraba, lloraba y lloraba y pedía perdón".

Perseguida por la culpa: algunas secuelas "del síndrome"

Cuando parecía que todo había terminado, la agonía no había hecho más que empezar: el síndrome posaborto había empezado.

"Empecé a tener mucha depresión y el dolor físico ya no era tan fuerte como el del alma. Me golpeaba y nadie se daba cuenta. Quería gritar a los cuatro vientos que me sentía lo más miserable del mundo", recuerda.

Perseguida por la culpa y siendo consciente de los estragos que había causado en su vida, Alma terminó dejando una relación que recuerda como "una tortura".

Perseguida por la culpa y buscando el consuelo, Alma dio un último paso antes de dejarlo todo e irse a comenzar una nueva vida en Estados Unidos.

"Fui a la basílica del Señor de los Milagros a pedir perdón a Dios. No me confesé y no me sentí perdonada, pero sí con más paz. Noté la misericordia del Señor", relata.

Guiada por Dios de vuelta a la fe

Algo cambió cuando llegó a Estados Unidos, donde dio sus primeros pasos de regreso a la fe, rezando con frecuencia y asistiendo a Misa casi todos los días de la semana.

Recuerda que sin motivo aparente la gente con que se cruzaba o que acababa de conocer le enseñaba nuevas iglesias y capillas a las que ir a rezar. "Era el Señor guiándome", afirma sin duda. Desde entonces le invadió una profunda "sed de Dios" y empezó a ir a adoraciones cada noche.

"Pero seguía con mis pecados, acostándome con gente, hasta que me di cuenta de que era uno de los síntomas posaborto: muchas chicas caen en adicciones, otras se vuelven promiscuas… Empecé a confesarme y confesarme, pero me seguía sintiendo mal", recuerda.

En búsqueda de una familia cristiana 

Aunque encontró consuelo, para ella no fue suficiente, había comenzado a recorrer el camino del perdón y no estaba dispuesta a volver a dejar que el alejamiento de Dios marcase su vida.

Por eso, el "último" chico al que conoció resultó ser especialmente doloroso al estar casado y divorciado.

"Sabía que no podía irme con él. No quería casarme porque la única forma de que él estuviera para mí es que no estuviese su mujer. Así que dejamos de hablar", explica.

Meses después, le sorprendió una intempestiva llamada de teléfono a las 5 de la mañana. Era él, y no tenía buenas noticias: su mujer había sido asesinada, dejándole a él y a dos niñas de 11 y 13 años.

Alejado de Dios, el trauma y la pérdida también le llevaron a él a replantearse la fe y buscar a Dios y se fue a vivir a Italia a buscar respuestas. Él y Alma habían dejado de hablar y de verse hacía tiempo, pero desde la distancia, ella rezaba por él y sus hijas.

"Cuando se fue, me mandó una postal y a su vuelta, nos hicimos novios, pero como yo ya frecuentaba los sacramentos, él sabía que para mí era muy importante el matrimonio y no quería vivir en pecado", relata.

Pero entonces Alma recordó una carta que había escrito ante el Santísimo tiempo atrás, pidiéndole por encontrar un hombre que le permitiese buscar la santidad a través del matrimonio y la familia y supo que era él.

Se casaron, tuvieron dos hijos y parecía que la felicidad les sonreía, pero Alma tenía aún la gran herida del aborto que se abría cada vez que veía a los niños y pensaba en los años que tendría su hijo, como gatearía o como diría "mamá" de no haber tomado esa decisión. Sanar su herida se convirtió en algo necesario.

Alma Cecilia, el día de su boda: tras obtener el perdón, pudo comenzar la búsqueda de la santidad y la evangelización a través de su propia familia. 

De la sanación a la evangelización y el activismo provida

La oportunidad llegó en una confesión. Ella esperaba que fuese los demás, llorando y confesando siempre el aborto del que ella no se perdonaba. En esta ocasión, todo fue distinto.

"El sacerdote me dijo: `Tranquila. ¿Qué crees que era niño o niña? Le vas a poner un nombre, le vas a bautizar y cuando lo hagas vas a pedir que ofrezcan una misa por él. Le llamé Miguel Ángel y le bauticé. Desde ese momento, la sanación llegó a mí. Ahora lloro, pero sin dolor", relata.

El proceso se completó en un grupo de estudio bíblico para superar las heridas del aborto, al que le invitó una conocida "por casualidad", después de años sin tener contacto. Comenzaron así tres meses de sesiones particulares, impartidas por dos mujeres que habían cometido uno y cuatro abortos, gracias a las cuales pudo hallar el perdón interior.

"Me di cuenta de la herida que nunca sané con la falta de mi padre y de cómo buscaba el amor que nunca tuve de él en esos hombres. Cuando el Señor me sanó, recuerdo que lo más difícil no fue perdonar al padre del bebé, sino de perdonarme a mí misma", explica.

Hoy, Alma sabe que su misión es reparar. Desde entonces, cuenta su historia y ayuda a muchas mujeres alertándolas de las consecuencias del aborto, ofreciendo ayuda material y rezando sin descanso por ellas. Se dedica por entero a su familia y a la oración con algún trabajo ocasional y destaca la importancia de educar a los hijos en la fe, no solo llevándoles a los sacramentos, sino explicándoles el por qué y su importancia. Una de sus principales labores es la evangelización digital, a través de su cuenta en Instagram con más de 25.000 seguidores, La vida de una mamá católica.

A día de hoy, Alma Cecilia cuenta su testimonio, ayuda a otras mujeres y evangeliza en redes sociales ante miles de seguidores.