Durante la Misa matinal del sábado 28 de septiembre en la Capilla de la Casa de Santa Marta, el Papa Francisco se refirió al Evangelio del día en que Jesús anuncia a los discípulos su pasión y animó a no huir de la Cruz.

“El Hijo del hombre está a punto de ser entregado en las manos de los hombres”: estas palabras de Jesús – afirmó el Papa – hielan a los discípulos que pensaban en un camino triunfal. Palabras que “permanecían para ellos tan misteriosas que no comprendían el sentido” y “tenían miedo de interrogarlo sobre este argumento”: para ellos era “mejor no hablar”, era “mejor no entender la verdad” que Jesús decía.

“Tenían miedo de la Cruz, tenían miedo de la Cruz. El mismo Pedro, después de esta confesión solemne en la región de Cesarea de Filipo, cuando Jesús otra vez dice esto, reprocha al Señor: ‘¡No, jamás, Señor! ¡Esto no!’. Tenía miedo de la Cruz. Pero no sólo los discípulos, no sólo Pedro, ¡el mismo Jesús tenía miedo de la Cruz! Él no podía engañarse. Él sabía. Tanto era el miedo de Jesús que esa noche del jueves sudó sangre; tanto era el miedo de Jesús que casi dijo lo mismo que Pedro, casi… ‘¡Padre, quítame este cáliz! ¡Hágase tu voluntad!’. ¡Esta era la diferencia!”.


La Cruz nos da miedo también en la obra de la evangelización, pero – observó el Papa – está la “regla” de que “el discípulo no es más grande que el Maestro. Está la regla de que no hay redención sin efusión de la sangre”, no hay obra apostólica fecunda sin la Cruz.

Quizá nosotros pensamos, cada uno de nosotros puede pensar: “¿Y a mí, a mí qué me sucederá? ¿Cómo será mi Cruz?”. No sabemos. No sabemos, ¡pero existirá! Debemos pedir la gracia de no huir de la Cruz cuando llegue: ¡con miedo, eh! ¡Esto es verdad! Esto nos causa miedo. Pero el seguimiento de Jesús termina allá. Me vienen a la mente las últimas palabras que Jesús dijo a Pedro, en aquella coronación pontificia en el Tiberiades: “¿Me amas? ¡Apacienta! ¿Me amas? ¡Apacienta!”… Pero las últimas palabras fueron: “¡Te llevarán a donde tú no querrás ir!”. La promesa de la Cruz.

El Papa concluyó su homilía con una oración a María:

“Muy cerca de Jesús, en la Cruz, estaba su madre, su mamá. Quizá hoy, el día que nosotros le rezamos, sea bueno pedirle la gracia de no quitarnos el temor – eso debe venir, el temor de la Cruz… – sino la gracia de no asustarnos y huir de la Cruz. Ella estaba allí, y sabe cómo se debe estar cerca de la Cruz”.