El hermano Fray Julián de Madrid falleció el pasado 30 de noviembre a los 93 años de edad en el convento de Santa María del Parral, en Segovia, donde había ingresado como monje jerónimo hace 66 años.

Conocido de todos los que visitaban el espectacular y monumental edificio porque fue durante décadas el portero del convento, se levantaba a las 4:45 horas de la madrugada y preparaba el refectorio para el desayuno, y era habitual ver en sus manos un libro sobre la vida de algún santo.

Fray Julián llevaba también en su corazón el recuerdo de sus años en la División Azul, la unidad de voluntarios españoles que luchó en Rusia contra el comunismo durante la Segunda Guerra Mundial.

En efecto, hay pocos casos de una perseverancia tan intensa en participar en los combates contra el bolchevismo, que llevaron a Julián Antoranz Merino, nacido en 1921 en el castizo barrio madrileño de Tetuán, a alistarse en tres ocasiones distintas a la célebre 250ª División, incluidos "los últimos de los últimos", que siguieron en Rusia cuando la unidad fue definitivamente repatriada.

De ideario falangista, fray Julián de Madrid pasó la guerra civil refugiado con su familia en la embajada de Honduras para evitar ser asesinados, y en cuanto terminó la contienda y el 24 de junio de 1941 se requirieron voluntarios para la División Azul, no dudó en alistarse.

Partió en el primer contingente y realizó la gran marcha a pie hasta Smolensko, donde les comunicaron que no seguirían hacia Moscú sino que la División sería empleada en el frente del Voljov. Destinado en Infantería, participó en los combates de Nilitkino y Possad, donde el 16 de noviembre de 1941 fue herido en un brazo. Tras ser evacuado, reponerse y volver a su compañía, se le detectó como menor de edad (la mayoría estaba entonces en los 21 años) y fue devuelto a España.



Allí empezó a trabajar en el Instituto Nacional de Previsión, pero al ser llamado en 1943 para prestar el servicio militar, ya mayor de edad, decidió volver a Rusia. Se incorporó a una posición llamada "la ermita", cerca de Pushkin, donde de nuevo resultó herido en un brazo por una granada de mortero.

El 12 de octubre de 1943 el Gobierno español decidió retirar del frente la División Azul, como parte de su cambio de política ante la evolución de la contienda. Unos cuantos miles de hombres se negaron a volver y formaron la Legión Azul, entre cuyos miembros estuvo el futuro monje jerónimo, quien de nuevo volvería a ser herido de metralla, y de nuevo en un brazo. Cuando convalecía en el hospital de campaña de Riga, se le informó de la concesión de la Cruz de Hierro de segunda clase, impuesta el 26 de enero de 1944.


Poco tiempo después los últimos de la Legión Azul fueron obligados a volver a España, y Julián Antoranz se reincorporó a la Caja de Accidentes de Trabajo del Instituto Nacional de Previsión. Para entonces, sin embargo, ya había prendido en él la llama de la vocación religiosa, sobre la cual había empezado a meditar durante su reclusión forzosa en la legación hondureña.

En 1947, a los 26 años de edad, regaló su Cruz de Hierro a Nuestra Señora de la Victoria del barrio de Tetuán y llamó a las puertas del monasterio de Santa María del Parral, en plena reconstrucción de la Orden Jerónima, extinta a finales del siglo XIX. A esa espiritualidad, tan vinculada a la España de los Reyes Católicos, vivió ligado fray Julián de Madrid hasta el momento de llamar a otras puertas, las del cielo esta vez.


"En la noche y en el silencio de la celda, la vida crucificada en Jesucristo y escondida en Dios. Mi oración en Cristo y por España", empezó en cierta ocasión un sermón ante sus compañeros, durante una misa por los caídos en Rusia: "Soy monje. Sepan los camaradas que, en mi silencio y en mi oración, están presentes. Y pido que rueguen por mí, para que sea fiel a mi conciencia y llegue a puerto. Que Dios, nuestro Padre, nos bendiga".