Juan Manuel de Prada

ha regresado a la novela cinco años después con una historia poderosa. A medio camino entre al género negro, el subgénero de suplantación de personalidades y el drama moral, Me hallará la muerte (Destino) retrata a un hombre que se alista en 1942 a la División Azul, es capturado y pasa trece años en un campo de concentración. Cuando regresa en 1954 entre los repatriados del Semíramis ha cambiado España, han cambiado las circunstancias personales que esperaba encontrarse a la vuelta y, sobre todo, ha cambiado él.

Cuando escribo mi intención es moral, pero no moralizante. Así que no es una advertencia en ese sentido. El escritor sólo muestra lo que tiene que decir a través de sus personajes, y éstos son complejos. Pero sí he querido llamar la atención sobre la necesidad de que sometamos a juicio nuestra conducta, y de que la guía de nuestras acciones sea un principio moral.


Antonio no es malo, pero sí considera que se puede soslayar el problema del mal, y que en consecuencia pueden cometerse malas acciones para obtener algo provechoso.


Es que antes de alistarse en la División Azul él es simplemente un truhán que busca la supervivencia. A su regreso es algo más. Siente la avaricia y el deseo de alcanzar cosas que ya no tienen que ver con sobrevivir. Lo que antes era un estado de necesidad se sustituye por la premeditación y el cálculo.


Antonio, al menos, ha pasado por una experiencia devastadora: Rusia, la guerra y los largos años de cautiverio. El mal de hoy es otro: el gran drama de nuestra época es el oscurecimiento de la conciencia, el relegamiento de la moralidad de las decisiones en aras de un supuesto bien.

El sentimiento de culpa está muy presente en toda su obra... 
La culpa es un gran tema literario, aunque ahora más soslayado. En ese sentido soy un escritor fuera de su tiempo: hoy la literatura no se plantea esto,  sino que refleja el premio al mal más que la culpa o el sentimiento de responsabilidad, que sin embargo son consustanciales a la vida y a la experiencia.


No podría explicarlo. Nace de mi consideración de lo humano.


La obra de Dostoievski siempre me ha interesado mucho, aunque la mía es, obviamente, más liviana.


Es algo que no se puede borrar: la capacidad de enjuiciar moralmente las acciones está por naturaleza en nosotros. En la cultura contemporánea hay, sin embargo, un esfuerzo consciente y concienzudo para borrar de nosotros esa capacidad y que nuestra acción se guíe por la conveniencia o la utilidad.


Tendríamos que detenernos a ver y matizar. Desde luego, a las últimas generaciones, que tienen conceptos morales muy difuminados, cuando les sacas a la luz estas cuestiones les producen una irritación intensa, enojo y crispación. Sin los frenos morales que daba la religión, este tipo de reproches no tienen sentido.


Si difuminas una cosa, lo difuminas todo. Arruinando nuestra capacidad de enjuiciar moralmente, se busca que nuestras acciones no nos dejen ningún tipo de remordimiento, que no sintamos la necesidad de rendir cuentas ante nadie, y menos aún ante Dios.


Es una consecuencia del puritanismo: al no querer reconocer que nuestra naturaleza está caída y tocada por el mal, y por tanto abierta a la redención, llegamos a pensar que no necesitamos redención porque somos buenos. Esto lleva a una tensión extraordinaria, porque el hombre se cree virtuoso hasta el límite, pero como en la realidad eso es imposible, el paso siguiente es decir que el mal está bien.
 

Es el virus que inserta en la Cristiandad el protestantismo. Afirmamos que vamos a ser más virtuosos que nadie, pero como en realidad no lo somos, acabamos afirmando que nuestra falta de virtud no es tal.

La reacción de algunos lectores es curiosa. Al principio, Antonio les suscita simpatía porque sus crímenes, menores, los perpetra para sobrevivir. Luego les resulta más difícil esa simpatía, y se resisten a aceptar todo lo que termina haciendo. Es, pues, una simpatía incómoda para el lector, que se encariña de un personaje que es como nosotros: no es malo, pero se ha dejado invadir por la maldad. Estoy satisfecho de haber creado esa incomodidad en el lector.


Es una técnica arriesgada, porque pone a prueba al lector, y a mí me gusta colocarle ante situaciones difíciles. La División Azul se prestaba a ello. Son personas que se comportaron noblemente y con heroísmo, pero también con lealtad a Hitler. ¡Personas que sirven a un criminal pueden no serlo...! Me parece un tema muy apasionante. Aparte de que el cautiverio de los divisionarios en Rusia durante tantos años justificaba el mecanismo narrativo de la novela, como coartada perfecta para una suplantación de personalidad.


La verdad es que me apetecía escribir sobre esa época, que es una época llena de interés, de grandes transformaciones sociales, de gran ebullición en todos los órdenes: social, cultural, político... Hay una especie de marejada de muchas cosas. Y una España que pudo haber sido netamente católica se convirtió en farisaicamente católica, semilla de lo que estallará después en la democracia.

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Título: Me hallará la muerte OcioHispano
Autor: Juan Manuel de Prada  
Editorial: Destino  
Páginas: 591 páginas  
Precio 22,50 €