En la abundante bibliografía divisionaria había un agujero referido a uno de los colectivos más singulares que participaron en la campaña de Rusia: los sacerdotes. Capellanes en la División Azul (Actas), de Pablo Sagarra, cubre al fin ese hueco con un trabajo de investigación que nos acerca además de manera eficaz a la mentalidad del combatiente en una faceta muy descuidada en otros estudios: su religiosidad.


"En términos generales, el capellán español en la campaña del Este fue un hombre, un militar de honor por el juramento hecho ante la bandera, y por encima de todo, fue un cura cien por cien -la recepción del sacramento del orden imprime carácter-... Los curas que en ella intervinieron hicieron viable, sin ruido y sin lustre, el adagio clásico: Pax in bello, y antes, durante y después de su paso por la División Azul, fueron leales a su vocación de entrega y de servicio a Dios y a la Iglesia": así lo afirma el autor, doctor en Historia por la Universidad CEU San Pablo, tras una presentación personal de los 71 capellanes castrenses que, con edades de entre treinta y cincuenta años, se unieron a una epopeya en la que participaron cincuenta mil compatriotas, de los que más de cinco mil no regresaron.


Aunque formó parte de la Wehrmacht, es tan palmario que la lucha de la División Azul era contra el comunismo (calificado sólo tres años antes por el Papa Pío XI como "intrínsecamente perverso") y no por el nazismo, está tan demostrado su buen trato a la población civil y al enemigo uniformado prisionero, destacan tanto el espíritu de sacrificio que era preciso en el durísimo invierno ruso como "la elevada cualificación intelectual de gran parte de sus integrantes" que apunta Sagarra, que esta unidad ha tenido más enemigo en el olvido que en la difamación.

Ese olvido era aún más injusto referido a quienes se desplazaron hasta el frente del Este a ejercer con generosidad su ministerio sacerdotal. Su testimonio sale ahora desempolvado de decenas de archivos personales, casi siempre en forma de cartas de los mismos curas a sus familiares ("nuestra lucha en Rusia... es lucha por el Cielo, por el espíritu y por Dios", escribía Ovidio Rodríguez Castañé; "los sufrimientos son de tal magnitud que, no pasándolos, no pueden ni siquiera ser imaginados", apuntaba otro capellán, Francisco Prado Lerena), o bien en los recuerdos de divisionarios que evocan a los páter que les tocaron en suerte, o bien en informes oficiales ("era lugar de ejemplaridad en la capacidad de sacrificio, en la ratificación de la superioridad del espíritu sobre los cuerpos dolientes de los soldados caídos y en trance de muerte").


Parte de la actividad de los capellanes castrenses tenía lugar en las bases y acuartelamientos, e incluye misas de campaña, confesiones, celebración de las grandes festividades litúrgicas, conferencias y la mediación por la tropa ante la superioridad, a la cual tenían fácil acceso por su graduación de jefes y oficiales y su condición sacerdotal en la católica España de los cuarenta. También, por supuesto, la camaradería y los riesgos de aseglaramiento que, señala Segarra, formaron parte de sus riesgos espirituales, incluidos el juego y la bebida.

O el tabaco, algo nada infrecuente en aquella época entre el clero. Al mítico páter Indalecio (Indalecio Hernández Collantes), del III/263º, se le recuerda entre muchas otras cosas por una salva de disparos que le sorprendió en una trinchera con el pitillo en la boca. Uno de los balazos se lo partió: "Los rusos quieren quitarme el vicio de fumar", dijo, según recuerda el divisionario Francisco Robles.

En la línea de fuego
Y es que donde realmente un capellán forja su leyenda es cuando se encuentra en primera línea de combate. Uno de ellos confiesa cierto arrepentimiento porque no atravesó con la diligencia debida una zona batida por fuego cruzado -aunque la había atravesado-, pero lo habitual era lo contrario.
 
El cabo Rafael Martínez recuerda la bronca que se llevó el páter de su regimiento de parte del teniente coronel Santos Ascarza: "Un día que hubo una concentración de fuego artillero sobre nuestra posición y en pleno cañoneo, con todo el mundo parapetado y cubierto, apareció el páter corriendo entre las innumerables explosiones por si había que auxiliar a alguien". "Si le perdemos nos deja sin servicio religioso", le recordó su superior.

En el asedio de Possad fue legendario el comportamiento del padre Ángel Larruy. Fue un auténtico infierno. "¡Admirable cura!", dice de él Pedro Bejarano, que recuerda cómo despegaban a los cadáveres del hielo para intentar enterrarlos: "El Páter, tras darles su bendición y un beso en la frente a cada uno de ellos los cubre de nieve...". Otro voluntario, Enrique García Gallud, le vio aparecer en un refugio: "Un hombre más bien corpulento, bastante sucio, con barba de muchos días y un capote con más quemaduras aún que el del comandante, y que se rascaba con indisimulado frenesí las picaduras de los piojos que le atosigaban por todos los rincones de su cuerpo". El padre Larruy preguntó, sin reparar en estar usando la misma frase que en los circos romanos: "¿Son éstos los que van a morir?". Y entonces se quitó el gorro e impartió a los presentes la absolución colectiva, antes de dirigirse a otra actividad en medio del terror de los combates.


Seis capellanes divisionarios recibieron la Cruz de Hierro, algo poco común entre el personal no combatiente. Y hay que citar sobre todo al único de ellos que murió en combate, el catalán Victoriano Freixa Marsall, "que entre el fuego y el odio del enemigo llevaba su misión de amor y de sacrificio", como recuerda Demetrio Castro Villacañas. Cayó en la batalla de Posselok.

También en Krasny-Bor, 10 de febrero de 1943, el día más trágico y glorioso de la División Azul, destacaron los sacerdotes que estuvieron durante horas recorriendo un frente que iba y venía en medio de unidades copadas y machacadas por la artillería y oleadas incesantes de rusos enloquecidos.
 
El páter Marcelo Vargas Blanco narra su dramática búsqueda de un sargento moribundo al que sale a buscar a ciegas para llevarle los últimos sacramentos, en medio de una total confusión de líneas: "Me disparan a bocajarro... No veo a nadie por el humo que causan los proyectiles rojos que están batiendo el emplazamiento, y veo sorprendido que los artilleros han sacado las piezas y están tirando a cero, los rojos encima y los nuestros despreciando la muerte... Alguno me dice que muere por la Religión y por España, es angustioso, estamos incomunicados y con el rumor de que ya llegan...".


Es inabarcable y emocionante lo que nos cuenta el monumental estudio de Pablo Sagarra. Nos retrata almas sacerdotales llevadas al extremo de la lucha más cruel, entregadas completamente a su misión de salvar almas justo en el momento en el que van a encontrarse con Dios. Y varios capítulos de Capellanes de la División Azul estudian también la religiosidad de los mismos combatientes, testimoniada de mil maneras y que justifica con creces -si falta hiciera- la presencia de esas decenas de valientes que fueron "hombres, militares de honor y curas cien por cien" en un rincón del mundo donde dieron testimonio de la Cruz y de la forma española de pelear por ella.

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Título: Capellanes de la División Azul Actas Editorial
Autor: Pablo Sagarra  
Editorial: Actas  
Páginas: 1007 páginas + 3 amplios cuadernillos fotográficos  
Precio 56 €