A sus 31 años, el seminarista de la archidiócesis de Madrid Borja Lizarraga cuenta los escasos días que restan para su ordenación. Cuenta al portal de la archidiócesis que hoy su mayor emoción es la de ser un "sacerdote entregado, que ayude y acompañe a los demás por amor al Señor". Pero no siempre fue así, pues sabe bien que ser sacerdote "es algo en lo que el Señor se ha empeñado".

Criado en una familia católica de Pozuelo y educado en un colegio católico, desde joven se vinculo con Hakuna y vivió su fe de forma comprometida. Pero en un primer momento, cuando sintió "la llamada de Jesús", admite que jugó "al gato y al ratón" eludiendo una respuesta e incluso dijo "no". Sin embargo, pronto sabría que "en este juego, Él siempre gana".

La "partida final" se libraría durante sus estudios universitarios de Derecho. Paradójicamente fue debido a una compañera de la universidad atea, no cristiana, con la que hablaba con frecuencia y respondía a sus muchas preguntas "sobre Dios y las cosas de fe".

Un día, tras una de tantas conversaciones, "me sorprendió con la noticia de que se quería convertir". Y cuando lo hizo, dice, "me rendí". Era 2015, cuando Borja respondió definitivamente de forma afirmativa.

"Uno de los grandes retos es atreverse y decirle 'me voy contigo y me entrego totalmente'", declaró ya como seminarista en 2022, en el Seminario Conciliar de Madrid.

Cuenta que su familia tomó su decisión con total normalidad desde el primer momento, "aunque mis padres se sorprendieron, porque no estaba en sus planes tener un hijo sacerdote. Yo tampoco había mostrado una especial inclinación hacia el sacerdocio. Me animaron muchísimo mis padres y mis hermanos. Es una alegría que va a más".

La misión de la Iglesia con los inmigrantes

Como seminarista, le marcó especialmente su estancia junto a los javerianos en el campo de trabajo de Tetuán, en Marruecos. En su testimonio relatado al portal de los misioneros, cuenta que adquirió una visión nada filantrópica respecto a los inmigrantes, convenciéndose de que la misión con ellos "no era cambiar sus vidas, sino ser ese `bálsamo´, esos ungüentos que el Buen Samaritano riega sobre las heridas de aquel que cayó en manos de los bandidos. Ser un poco `verónicas´ que enjuagamos el rostro herido de nuestros hermanos, donde contemplar en esos rostros, el mismo rostro de Cristo".

Borja, durante su estancia en el campo de Marruecos. 

Si hay tuviese que definir estos años de seminario, lo hace con la palabra "confianza". "Esto es un ejercicio de confianza y de fiarse". De los formadores, "gente con muchísima experiencia", pero especialmente "de Dios".

"Esto siempre tiene un punto de tirarse a la piscina, pero yo aquí todo lo que he recibido es verdad. ¡Qué bien que me fie!", expresa.

También reconoce que el camino no ha sido del todo fácil, pues "todo tiene un punto de renuncia al yo y asumir lo que la Iglesia me está pidiendo", sabiendo que "el que yo sea sacerdote es algo en lo que el Señor se ha empeñado".

Como aficionado a la Fórmula 1, admite haber extraído importantes lecciones en su propia vida.

"Me ha enseñado muchísimo a buscar la excelencia personal. Un piloto de F1 no es cualquiera", solo hay en el mundo "22 locos en un cacharro de metal a 350 km/h de media y con diferencias entre ellos de centésimas de segundo. Ya lo decía Ayrton Senna (piloto fallecido en 1994 en el circuito de Ímola, en Italia),el segundo es el primer de los perdedores", menciona. Por eso, plantea su vida "como una carrera". "Y esto no lo digo yo, lo dice san Pablo, la ganancia es el cielo, y si en la Fórmula 1 el instrumento para llegar a la meta es el coche, en la carrera de la vida "es la gracia del Señor".

La segunda lección que extrae es que "no hay que rendirse nunca, no hay que desesperar; puedes tener una mala carrera un domingo y el viernes siguiente es otro episodio, otro sitio, y tienes que dar el cien por cien, no puedes permitirte estar dos meses de bajón".

Convencido de que ser sacerdote es algo "en lo que se ha empeñado el Señor",  no piensa en qué tipo de sacerdote le gustaría ser, sino en ser "el que el Señor quiera. Un sacerdote entregado, que ayude y acompañe a los demás por amor al Señor".

Entre sus grandes emociones se encuentra la de impartir el sacramento de la confesión, que compara a "ofrecer ese abrazo del Señor", sabiendo que la debilidad del penitente "es tu misma debilidad". También celebrar su primera misa, que como le dicen sus amigos ya sacerdotes, es como "tocar al Señor en el modo más tierno que pueda existir".

Estos días previos a su ordenación, Borja percibe en su parroquia, Santa Cristina, un ambiente especial. "La gente lo vive con mucha alegría". Ya notó el cambio cuando se ordenó diácono, y no solo por la vestimenta, estrenándose en el negro con alzacuellos, sino porque "empezaron a tirar más de mí" para el acompañamiento.

Antes de concluir, hace un llamado antes de ordenarse, el de "atreverse a dar la cara" como católico y "dejarse sorprender por el Señor", pidiendo a los jóvenes "que se atrevan a confiar en el Señor. Si Jesús buscó a sus discípulos, "¿por qué no va a seguir buscando apóstoles del siglo XXI?".