La italiana Tamara Lunger (1986) es una de los grandes alpinistas de la actualidad. Con tan sólo 23 años ya había coronado el Lhotse (8.516 metros). Cuatro años después  alcanzó la cima del K2 (8.609 metros) sin oxígeno. Son muchos más los picos que ha coronado, y otros a los que se ha quedado en las puertas y donde ha perdido a algunos de sus mejores amigos. Lo que nunca le ha abandonado en este tiempo es su fe en Dios, que ha sido un gran consuelo en momentos de gran sufrimiento y de dificultad extrema.

"Debemos buscar a Dios dentro de nosotros mismos, junto con esa fuerza que nos impulsa a la vida", explica en Famiglia Cristiana.  Incluso cuando la vida se pone demasiado cuesta arriba. “¿Jesús? Lo veo como una persona, la única que al menos puede escucharme cuando las dificultades son demasiadas”, añade.

La fe es uno de los pilares centrales de su vida. Señalaba en una entrevista con Credere que “desde pequeña he sentido a Dios como una persona que pone su mano en mi hombro. Mis padres nos llevaban a mis hermanas y a mí a misa y por la noche rezábamos juntos. Luego mi fe creció independientemente de mi familia, tal vez porque viví muchas expediciones a gran altura, donde te sientes cerca de Dios y la fe se vive de una manera más visceral. Para mí la oración es un diálogo con el Señor, siento que él escucha mucho mi oración. Todas las cosas importantes que pedí sucedieron tarde o temprano. Sé que Dios está cerca de mí, me mira: la fe me hace feliz y me ayuda a superar los fracasos como parte del plan que Dios tiene para mi vida".

Su vida son las montañas, donde se ha criado y ha crecido. De este modo, afirmaba que “en las altas montañas es donde encuentro la paz y puedo contemplar la creación: las nubes, el sol pero también las avalanchas. Todas las mañanas hago tiempo para estar en silencio y meditar, esto también me da la sensación de estar en el cielo. Antes de cada expedición, sin embargo, voy a misa en el santuario de Santa Croce en Lazfóns, al lado del refugio que mis padres administran en los Dolomitas. La celebra Balthasar Schrott, un sacerdote al que apreciamos y que a menudo se detiene en el refugio para charlar durante mucho tiempo. También llamo a mis amigos: celebramos misa juntos y sólo entonces me siento lista para partir hacia el cielo".

Como buena montañera que es tiene en el Sermón de la Montaña uno de sus pasajes favoritos de la Escritura. Y así manifiesta cuál sería su Bienaventuranza: “Bienaventurados aquellos a quienes Dios, como yo, da fe. Son bienaventurados porque la fe nos hace vivir con esperanza. Cuando alguien muere en la montaña no pienso en la tragedia que ocurrió, sino en la suerte de haber conocido a personas que vivieron con pasión. Dios da a cada uno posibilidades y talentos: a nosotros nos corresponde aprovecharlos. A quienes me dicen que estoy poniendo en riesgo mi vida y al hacerlo ‘provoco’ a Dios, les respondo que he recibido un regalo que me hace sentir felicidad y si no lo aprovecho es un regalo perdido. Más: una pena. La vida es corta y debemos intentar hacer lo mejor que podamos, por nosotros mismos y por los demás”.

Uno de los momentos más importantes de su vida se produjo cuando acababa de cumplir 30 años. La gloria le esperaba en la cumbre del Nanga Parbat (8.125 metros). Iba a ser la primera expedición invernal en la historia en poder realizar esta hazaña tras 28 años de intentos fallidos. Pero cuando se encontraba tan sólo a 70 metros de la cima, Tamara Lunger dio media vuelta.

“Ese día nos levantamos a las 4 de la mañana para atacar la cumbre, pero yo estaba enfermo. Cuando subo normalmente siento a Dios cerca de mí, así que esta vez también oré para que detuviera el viento, que era demasiado fuerte y molesto. Pero Dios no me escuchó y dejó que el viento me noqueara. El viento no paraba, busqué un lugar resguardado para descansar, pero soplaba fuerte por todas partes. Ya casi lo había logrado, desde la cima Ali Sadpara (uno de mis compañeros, ndr. ) me animó a escalar. Estuve muy cerca pero dentro de mí escuché esta frase: ‘Si llegas a la cima nunca volverás’.

En ese momento, su fe le influyó poderosamente. "Sé sufrir y resistir a todo, renunciar a tan poco desde arriba no es propio de mí. Le dije a Dios: ‘Si no me escuchas y en cinco minutos todavía hace viento es que no quieres que suba a la cima’. Las cosas nunca suceden por casualidad y, como cuanto más caminaba más pasaba la alegría de escalar, me di cuenta de que Dios tenía razón: ahora estoy seguro de que si hubiera llegado a la cima habría muerto. Como decía Simone Moro, Dios me dio el viento para hacerme entender que tenía que volver”, señalaba.

Aún así, descendiendo estuvo a punto de morir. Cayó ladera abajo y milagrosamente no le pasó nada grave. “Cuando me recuperé miré el atardecer, me pareció como un regalo del Cielo para mí. Nadie me había visto caer y nadie jamás me encontraría: me sentí agradecido, seguro de que fue Dios quien me salvó", añadía.

Tamara afirmaba que nunca se ha sentido abandonada por Dios, ni siquiera en aquel momento. “Sentí que el Señor me acompañaba. Quería dar lo mejor de mí pero evidentemente, como no me encontraba bien, escalar el Nanga Parbat fue demasiado para mí: Dios me detuvo justo a tiempo".