Carmen García Camacho fue una hija amada desde que se supo de su venida a la vida y esta experiencia del amor quiso vivirla en todo. Era su norte cuando decidió formarse como educadora ingresando a la Universidad Complutense de Madrid.

Como el común de las chicas de su edad soñaba con casarse joven y ser madre. A los 20 años, dice, “me había organizado la vida: Tener un novio y después de tres años, casarme con una persona cristiana, católica practicante. Y mínimo tener 8 hijos”.

Pero además en ella habitaban grandes ideales… con su trabajo buscaría generar cambios profundos en la sociedad española. Sin embargo el matrimonio, la maternidad y los cambios profundos tomarían en ella nuevos significados.

¿Qué piensas hacer con tu vida?
El mes de febrero de 2009 jamás sería olvidado por Carmen. Sus padres, interesados en conocer las raíces de la espiritualidad católica, la invitaron a que junto visitaran la ciudad española de Lerma, lugar donde residía en aquel entonces una comunidad religiosa de las Clarisas. “Me sorprendió su alegría, esos rostros radiantes, tan jóvenes y guapas, muchas con una vida profesional consolidada, y que lo dejaron todo por el Señor”.

Como en un juego de espejos, Carmen sin saber bien cómo, al salir del monasterio sentía que no podía olvidar aquellos rostros. Pero siendo bastante sagaz por naturaleza, no tardo en entender que había algo más… Quizás por ello mantuvo vínculos que perduraron por meses regresando esporádicamente para conversar con Desiré que había sido la religiosa con quien mejor empatizó desde el primer momento.

En una de estas visitas daría el primer paso hacia un nuevo matrimonio y maternidad… “Cuando se fueron a rezar se quedó conmigo la hermana Desiré, quien además es amiga de una tía mía. Repentinamente me preguntó «¿Qué piensas hacer con tu vida?» Sin pensarlo simplemente le respondí «yo quiero ser psicopedagoga, así que tengo la intención de acabar dentro de tres años, casarme, tener hijos», pero la pregunta quedó rondando en mi mente”.

"Regresando de Lerma, cuando tomé el tren en Burgos hacia Madrid, notaba una extraña sensación física, que mi corazón se me partía en dos para quedarse en Lerma. Me empecé a asustar y a decir: «¿Yo monja? A ver, que soy Carmen, que no pega ni con cola»”.

Escuchando música católica...
Quería escapar pero al regresar a casa se refugió en su habitación escuchando canciones católicas. “Lo hacía para estar en paz”, dice, hoy sabiendo que por entonces ya su corazón había sido tocado por Dios. Comenzaba a escucharse en su alma la sinfonía perfecta que sólo Jesús puede interpretar.

De pronto escuché una letra que hablaba de la consagración. Me caí para atrás, me fui arrastrando hasta el armario y acabé sentada en el suelo del shock. Fue como un puñetazo en el estómago. La sensación era que el corazón tiraba de mí y quería salir del pecho para hacer eso que estaba oyendo. Yo decía: «Dios mío, esto me está llenando, no puede ser, yo no quiero».

"Hacía un esfuerzo para no rezar, pero me moría si no lo hacía, cada vez estaba más triste. Poco a poco me daba cuenta que mi corazón era para Jesús, que no podía dar mi persona, mi cuerpo a un hombre. Tenía este anhelo de entregarme y vivir para otros. Le había puesto el nombre de «marido e hijos», pero sólo Él era la respuesta al anhelo de mi corazón”.



Rendición... al convento
Pasaron algunos meses y para la pascua de 2009 se encontraba al límite. Finalmente se rindió ante Dios y junto a otras jóvenes ingresó al monasterio de las Clarisas de Lerma. El crecimiento de la comunidad hizo que el espacio vital de las religiosas resultara gravemente insuficiente. Se trasladaron entonces al convento Franciscano de San Pedro Regalado de La Aguilera, en Burgos.

La llegada al nuevo espacio facilitó la fusión de esta comunidad con las Clarisas de La Aguilera. En 2010 surgían como el Instituto Religioso de Derecho Pontificio, Iesu Communio (www.iesucommunio.com).

Las bendiciones cayeron a raudales y por la gracia de Dios, una primavera de vocaciones explotó

Con un hábito confeccionado con un tejido vaquero azul y cubierta de una tela de ligero celeste en su cabeza, Carmen mezcla las labores contemplativas con la repostería.

Se levanta a las seis y media de la mañana y dedica seis horas al día a vivir un contacto íntimo con Dios por medio de la Liturgia de las Horas. Cada palabra y poesía parecieran narrar la travesía de Carmen.

Hace memoria de cada momento y no tiene más que palabras de agradecimientos para Dios. “Ahora que han pasado los meses -reflexiona- veo que el Señor se valió de esa pregunta concreta (¿Qué piensas hacer con tu vida?) para descubrir que todos los nombres que yo había puesto a los anhelos de mi corazón tenían un solo rumbo… Jesús”.



Madre y hermana para el mundo
Despojarse de todo, sin embargo, fue un proceso nada simple que la acompañó por algunos meses. Confiesa que al acostarse “sentía nostalgia al no tener el beso cotidiano de mi madre”. Incluso pensaba que se perdería su unión con la familia. “Pero un día me metí en la cama y me puse a pensar en esto. Se lo entregué a Jesús y sentí su voz: «Carmen, es mi promesa de amor, confía en mí». Y confío en Él plenamente. Habrá momentos de más dificultades, seguro, pero la clave está en entregárselo al Señor y apoyarte totalmente en la Santísima Virgen María”.

Hoy su maternidad espiritual tiene por modelo y protectora a la Santísima Virgen María. Es esposa de Cristo y se funde con Él en la Eucaristía. “De esa manera estás haciendo la voluntad de Dios. Si te piden hacer una pasta, la harás con todo el amor del mundo, porque al final es lo que el Señor te va a evaluar, por así decirlo, porque te medirá con el amor que lo haces. Finalmente descubrí que mi deseo de maternidad era un deseo de maternidad consagrada. Mi deseo de entrega, era la consagración y contemplación”.