El Papa Francisco reconoció el 20 de mayo de 2023 las virtudes en grado heroico de María Cristina Ogier, una muchacha que murió con sólo 19 años, estando en su primer curso de universidad. Para la Iglesia, ya es Venerable.

Desde los 4 años tenía un tumor cerebral que amenazaba con acabar con ella. Decidió aprovechar su vida dedicándola a Dios, a los necesitados y contagiando esa pasión a los demás.

Ayudó a impulsar un barco-hospital en el Amazonas, introdujo a su padre, ginecólogo, en el voluntariado provida, abriendo el primer centro provida de Florencia, que aún funciona; trató de ayudar a otros niños enfermos y concienciar sobre los ancianos abandonados. "Papá, ¿eres o no un médico cristiano? ¿Quién cuidará a esos niños?", le dijo.

Murió con 19 años, pero muchas de las obras que impulsó siguen funcionando apoyadas por una ONG que lleva su nombre. Se cumple en ella lo que San Pablo pedía a Timoteo (1 Tim 4,12): "Que nadie te menosprecie por tu juventud; sé, en cambio, un modelo para los fieles en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza".

Dos años antes de morir, en marzo de 1972, escribía en su diario: "Señor, te agradezco por la llama que arde en mí, este deseo insaciable de hacer el bien, de ayudar a tu hermano y al mismo tiempo ayudarte a ti, que tanto nos amaste. Ayúdame a soportar, a sufrir, a aceptar siempre tu voluntad”.

La admiración del cardenal de Florencia

El actual arzobispo de Florencia, el cardenal Giuseppe Betori, expresó su alegría al saber que la Iglesia reconocía las virtudes heroicas de la muchacha florentina. "Marcada desde muy temprana edad por una grave enfermedad, María Cristina Ogier vivió íntegramente su corta vida y el sufrimiento como un don a Dios, viéndolo y sirviéndolo en sus hermanos y hermanas. De niña ya asistía y consolaba a los enfermos, acompañándolos incluso con Unitalsi [voluntarios hospitalarios] en los viajes a Lourdes, y luego se entregaba al máximo de sus fuerzas en obras de caridad a favor de los pobres, los ancianos, los discapacitados y los misiones", señala el cardenal.

Sonrisas y generosidad pese a los dolores

Enrico Ogier, el padre de Maria Cristina, era jefe de ginecología del Hospital Carreggi de Florencia. Su madre Gina escribió muchos detalles sobre ella al poco de morir la muchacha.

A los 4 años, la niña cojeaba y le detectaron el tumor cerebral. A los 6, les dijeron que la niña no viviría mucho más. "Al principio, María Cristina decía que siempre tenía dolores de cabeza muy fuertes. Sin embargo, tras la intervención del profesor Olivecrona, hubo una mejoría. Mi hija recuperó casi por completo el uso de su pierna. Sin embargo, su mano seguía siendo débil: tuvo que aprender a escribir con la mano izquierda".

"Después de unos meses, hizo un cambio repentino y radical. Empezó a interesarse por los pobres y los enfermos. Las actividades asistenciales se convirtieron en el propósito de su existencia y desde entonces no hemos podido saber si tenía dolor o no. Nunca se quejó. Ofrecía sus sufrimientos a Dios y siempre sonreía. Sólo cuando el sufrimiento era insoportable no podía ocultarlo", escribió su madre.

La espiritualidad generosa y fervorosa de la niña no venía de sus padres, que estaban asombrados. "Mi esposo y yo siempre hemos sido católicos, pero nunca fuimos muy fervientes. Íbamos a misa de vez en cuando, no nos preocupábamos por los problemas espirituales, el prójimo era un extraño para nosotros. El nuevo comportamiento de nuestra hija nos sorprendió un poco pero, conociendo sus condiciones de salud, tratamos de distraerla e hicimos todo lo posible para satisfacer sus deseos", escribió la madre.

María Cristina era buena nadadora, le gustaba el mar, la montaña, y desde la adolescencia le gustó la música y la ópera. Sacaba muy buenas notas y empezó la carrera de Medicina.

"Tenía ideales de bondad, de los que ni su padre ni yo le habíamos hablado nunca. Siempre ha habido algo misterioso en su vida que nunca he podido entender", reconoció la madre.

Gina y Enrico Ogier, con su hija, la Venerable Maria Cristina Ogier; ellos sólo iban a misa a veces, y no se interesaban en los necesitados; ella fue quien los transformó.

Soñando con Jesús de niña

Cuando la niña tenía 6 años, la familia y el párroco acordaron adelantarle la Comunión. La niña, probándose el vestido blanco, dijo: "Quiero el vestido blanco: tengo que estar guapa porque recibo a Jesús. Pero no quiero regalos. Dile a las tías, tíos y abuelos que me den dinero en lugar de regalos para que pueda llevárselo a los niños pobres".

Los parientes -eran de clase alta- querían regalarle todo tipo de cosas. La madre consultó al párroco. "Le pregunté si era él quien le había dicho esas cosas a María Cristina pero él también se asombró porque nunca habían hablado de ese tema"

Unos meses después, la niña dijo a su madre: "Anoche soñé con Jesús. Entré en la iglesia y despertó el gran crucifijo del altar. Me dijo: 'María Cristina, ¿quieres quitarme los clavos y la corona de espinas?' Hice lo que él quiso y luego lo tomé de la mano, lo acompañé a nuestra casa y lo acosté. También le di un pijama porque estaba desnudo. Entonces me dijo: 'Ahora vete, estás curada'".

Durante un año, tras el último tratamiento y una peregrinación a Lourdes, la pequeña estuvo bien. "Pero una mañana, la niña me llamó a su dormitorio y me dijo: "Mamá, otra vez soñé con Jesús. Me pidió que llevara la cruz con Él para salvar el mundo". Asustada, le pregunté llorando: "¿Y qué le respondiste?". Con una sonrisa muy dulce la pequeña dijo: “Le dije que sí. Si hubieras visto su rostro, también habrías dicho que sí". A los pocos días volvió a cojear y la enfermedad retomó su terrible curso. Desde ese día María Cristina ya no se quejó de la enfermedad. Empezó a vivir preocupándose sólo de ayudar a los demás y siempre se mostraba feliz, contenta".

Volcarse en los pobres

"Comenzó a vivir para los demás. Todos sus ahorros los daba a los pobres. Cuando se encontraba con un pobre en la calle, le daba todo lo que tenía, se detenía a charlar, lo acariciaba. Yo la regañaba. “María Cristina”, le dije, “da caridad a los pobres, pero no necesitas pararte a hablar y no tienes que tocarlos. Están sucios, te pueden contagiar de enfermedades”. Ella respondió: “Mamá, los pobres están tan solos. No sólo necesitan dinero, sino sobre todo cariño”".

"Cuando se hizo mayor empezó a ir a visitar a los ancianos en los albergues. Los lavaba, daba de comer a los paralíticos, compraba ropa, se quedaba con ellos a charlar. Cuando estaba fuera, les escribía cartas y postales para que no se sintieran solos".

La madre la llevaba de un santuario a otro rezando por un milagro. "María Cristina me siguió obedientemente, pero nunca rezó por su recuperación. Muchas veces le pedía con lágrimas en los ojos: "Pide la gracia a Nuestra Señora", le decía. Y ella respondió: "Mamá, hay mucha gente que sufre mucho más que yo: hay que orar por ellos".

En los viajes a Lourdes conoció a las enfermeras hospitalarias y se sumó a ellas. "Durante los viajes en tren no se cansaba de correr, ayudar, orar, consolar. Los enfermos más difíciles y más necesitados eran sus favoritos. No sentía repugnancia ni siquiera por las llagas más horribles que impresionaban incluso a los médicos. Compró fotos y postales que escribía a las familias de sus pacientes. Yo, que sabía que su mano y pierna estaban semiparalizadas, de vez en cuando le decía: "Cristina, descansa un poco". Ella respondió con una sonrisa: "Me necesitan".

¡Un barco-hospital para el Amazonas!

"En 1970 vino a Florencia un capuchino, el padre Pio Conti. Era médico y antes de partir como misionero a la Amazonía quiso especializarse en obstetricia y ginecología. Estudió con mi marido y venía a menudo a nuestra casa. Hablando con él, María Cristina descubrió las misiones y comenzó a interesarse por ellas también recolectando ofrendas y medicinas".

Pio Conti escribió a la familia desde el Amazonas: su misión era un territorio de 500 kilómetros del Amazonas, que solo se podía recorrer en río. El misionero mencionó de pasada que se necesitaría un barco médicamente equipado. Y María Cristina -que tenía 15 años- y su amiga María Laura Tonelli se volcaron durante dos años en buscar el dinero para impulsar el barco: cartas a amigos, instituciones, periódicos, conciertos, ofertas en negocios y tiendas, llamadas telefónicas incluso a altas horas de la noche... Se consiguió el dinero.

"El barco fue transportado gratuitamente desde Fiumicino hasta el puerto de Livorno donde obtuvo la exención de aduanas; del armador Costa, logró obtener la máxima reducción para el transporte a la Amazonía. El 21 de febrero de 1973 partió el barco. Ese día, en el puerto de Livorno, María Cristina estaba muy feliz". Maria Cristina moriría antes de un año.

Hablando del aborto en el instituto

En 1971, participando en debates en secundaria con otros adolescentes sobre el aborto, tomó conciencia de su gravedad y de la necesidad de enfrentarlo también desde la acción social. Ella hablaba claro en el instituto, pero también a su padre.

"Papá, ¿eres o no un médico cristiano? ¿Quién cuidará a esos niños?", le dijo a Enrico, que después de todo era ginecólogo.

Él dio entonces los primeros pasos que llevarían a crear el primer centro de ayuda provida en Florencia, que luego inspiraría a muchos en el Movimiento por la Vida italiano. El centro sigue dando esta batalla.

Últimos días

Tres meses antes de morir, la joven profesó como terciaria franciscana (laica ligada a la familia franciscana).

"María Cristina ya no podía valerse por sí misma. Se arrastraba unos metros apoyándose en mí y sufría, pero no se quejó", recuerda su madre. Poco antes de morir, la madre repasaba los últimos donativos que su hija había dado: 100.000 liras para el barco médico del Amazonas, 10.000 para un centro de niños discapacitados, 2.000 a la Ciudad de los Muchachos cerca de Roma, 1.000 al santuario de Fátima de un pueblo toscano.

Murió el 8 de enero de 1974 a la edad de 19 años. Su tumba actualmente está en el cementerio de Porte Sante en San Miniato al Monte en Florencia, donde muchos acuden a pedir su intercesión.

Mucho fruto tras la muerte

Maria Cristina decía: "Todo el mundo piensa en los niños, pero los viejos son los más olvidados". Su madre recuerda: "Sufría cuando iba a los albergues viendo a esos ancianos un poco perdidos en ambientes extraños y poco acogedores. Dijo que había que transformar los albergues en casitas, que fueran como familias para los ancianos solitarios y abandonados. Ya tenía un proyecto. Quería empezar con una casa familiar en Florencia, pero habló con sus amigos para extender la iniciativa a otras ciudades".

Tras su muerte, sus padres quisieron impulsar el proyecto de los albergues-casitas para ancianos y otros proyectos.  Desde la muerte de María Cristina en 1974 se volcaron en obras que ella deseaba, y lo hicieron hasta su muerte. El profesor Enrico Ogier falleció en 2013; su esposa Gina, en 2015. 

En 1975 Enrico impulsó el primer centro provida de Florencia, el Centro de Ayuda a la Vida María Cristina Ogier. El mismo año, nacía el servicio para matrimonios ancianos en Empoli. En 1976, una Casa de Familia Femenina en Florencia. En 1983, Casa Famigliamale en Florencia. En 1999, Casa Escola Maria Cristina Ogier en Teresina (Brasil). En 2003, un centro para huérfanos y niños desfavorecidos en Minsk (Bielorrusia). En 2009 el Hospital de Día dentro del Hospital SM Nuova de Florencia. En 2011, la Asociación Vivo Soñando con el Paraíso de Maria Cristina Ogier. La Asociación María Cristina Ogier mantiene vivas todas esas obras.