Una treintena de monjas, hermanas Servidoras de Jesús, atienden a 168 enfermos, pobres e incurables, en el Cottolengo de Barcelona.

Sabina Ana Rodríguez Valenzuela (Benidorm, 1984) -en la imagen superior derecha- es una de ellas.

- Feliz, muy alegre. Me gustaba compartir mis cosas con quienes estaban a mi alrededor. Mi madre dice que era muy traviesa.

- Cuando tenía 3 años, me escondí en un armario. Mi madre tuvo que llamar a una vecina para que la ayudara a buscarme. Creía que me había caído por las escaleras, y eso que vivíamos en un noveno piso. Hasta que dio en abrir el armario.

- Sí. Mis padres eran cursillistas de cristiandad e íbamos a la iglesia y participábamos bastante en las actividades de la parroquia. Familiar religioso no tengo ninguno.

- A través de la parroquia, un sacerdote nos dio a conocer el Cottolengo de Alicante en Navidad. Al llegar el verano, me fui 15 días como voluntaria. A partir de entonces, aprovechaba todo el tiempo libre que tenía para irme allí. El Señor me llamaba. En casa, levantarme a las seis de la mañana, pues como que no, pero allí me entraba una vitalidad.

-- Me daba un poco de temor decirles que quería ser monja, pero algo se olían. Primero se lo comenté a mi madre porque las chicas solemos tener más confianza con ellas. Me dijo que su ilusión era que yo formase una familia, pero añadió: "Si esa es tu felicidad, adelante; yo te acompaño en todo momento".

- Se lo tomó un poco peor. Me dijo que era muy joven -yo tenía 17 años- y que tenía toda la vida por delante. Acordamos darnos un plazo de dos años para que él lo asimilase y para que yo estuviera segura. Ahora le dirían que están contentos.

- Al año vamos tres días a casa. Y ellos pueden venir cuando quieran.

-- Nos levantamos sobre las cinco y media de la mañana. A las seis tenemos laudes. Después, hacemos los servicios. Cada hermana tiene una dependencia; yo he estado con los niños, y ahora mismo, en cocina. Todo el día se estructura entre el trabajo y la oración. Ora et labora. A las diez de la noche rezamos completas y ya nos vamos a descansar.
- Enfermedades incurables y degenerativas. Tenemos personas con síndrome de Down y parálisis cerebral. Pero quien realmente los cuida es el Señor. Nosotras solo somos instrumentos de su obra.

- Para mí no es duro. Me siento feliz y gozosa de tener al Señor como esposo. Y de poder realizar esta labor.

- A veces los traen los familiares; otras veces vienen derivados de instituciones y asistencia social. El Cottolengo se financia con donativos. También nos traen ropa y comida.

- Sí. Estuve un tiempo atendiéndolos y comprendí que los niños son una escuela de amor. Ellos mismos te enseñan. Quizás algunos no te pueden dar las gracias, pero con una sonrisa ya te lo están diciendo todo.

- Muchas veces las familias carecen de medios y, si han de ir a buscarse un sueldo, no tienen con quién dejarlos. Son niños que a lo mejor necesitan atención las 24 horas del día.

- Aquí también me realizo como madre aunque no haya tenido hijos. La función que hago también es de madre. Y en la cocina, igual. Les preparo la comida lo mejor que sé.

- No. Siempre estamos al servicio.

- No. Como tengo al Señor, no echo de menos nada.

- Bueno, tengo amigas de Alicante. A veces les escribo una carta para felicitarles la Pascua o la Navidad, pero ya está. Llamarlas no se puede.

- Precisamente, viajo a Colombia en unos días. Tenemos casa allí. Me apetece mucho. Es un regalazo.

Para saber más de la obra del Cottolengo del Padre Alegre: Sólo acogen a los incurables y a los más pobres; no piden donativos... sólo viven de la Providencia