¿Qué es un abuelo, una abuela? Es un hecho sencillo. Uno tuvo un hijo que tuvo un hijo. Lógico. Biológico. Así que no hay nada de grandioso en el grand [grande, en francés] de grand-père [abuelo en francés]. Pero este hecho no es insignificante. ¿Por qué Papá Noel, o San Nicolás, o el propio Dios en el techo de la Capilla Sixtina, parecen abuelos? ¿Qué tiene la figura del abuelo que nos hace sentir tan seguros? ¿Sería Heidi popular sin la presencia ruda y dulce de su abuelo a su lado? Si para vivir la vida año tras año basta con amarla lo suficiente como para no interrumpirla, consentir en ser padre presupone un amor más profundo: se ama la vida hasta el punto de no solo preservarla, sino también de darla. El abuelo fue más allá, sin siquiera darse cuenta: amó la vida lo suficiente como para conservarla hasta sus viejos huesos para luego regalarla, y finalmente, oh milagro, para despertar en su hijo el deseo de regalarla.

Así que el abuelo, con su sola presencia, ha bendecido la vida tres veces. Mi mujer dice que solía pasar horas viendo a su abuelo trabajar en el jardín, a su abuela tejiendo o haciendo su crucigrama. Su presencia, su existencia, era suficiente para recordarle que la vida es buena. Dios Padre, cuando creó al hombre y a la mujer, y a través de ellos a todas las generaciones, no solo dijo que era bueno, sino "muy bueno". ¡"Dios, el Abuelo", que se complace en vivir y dar vida, en crear hijos que harán hijos!

En 1871, Victor Hugo se hace cargo de sus nietos, Jeanne y Georges, cuyo padre Charles acaba de morir. Escribió un libro de poesía: L'Art d'être grand-père [El arte de ser abuelo]. Es el arte de entregarse a la inocencia de los niños, de asombrarse por su asombro. Este arte no es una técnica que todo el mundo pueda hacer suya. Si a veces hay abuelos sustitutos, no hay un abuelo profesional. Su lugar está indicado por la historia de la familia. Pero es un lugar que hay que tomar. Al igual que no basta con tener un hijo para ser padre, se puede perder la vocación de abuelo. Por consiguiente, un lugar para tomar, pero también para abandonar.

Víctor Hugo es consciente de que no se le pide que ocupe el lugar de Charles, que su tarea es diferente, menos de actuar y más de ser. Un lugar que aferrar... ¡y al que aferrarse! Al haber educado a un niño que se ha convertido en madre o padre, los abuelos ya han cumplido su papel. Su parte está hecha. Ya no sirven para nada, excepto para amar. Por supuesto, acoger a los nietos en casa implica poner límites y, aquí y allá, dará lugar a algunas reprimendas. Pero la educación es responsabilidad de los padres y la suegra, aunque observa con dolor la inexperiencia de su nuera, obviamente evita intervenir...

Ser abuelo es un arte en el sentido de que, después de aplicar el cincel al mármol, después de blanquear con vigor el lienzo, el escultor pule tranquilamente la piedra, el pintor retiene el trazo de su pincel. Cuando el padre se convierte en abuelo, lo que crece es la capacidad de disminuir. Estar allí, leer, tejer, cultivar el jardín, es suficiente. Esto vale todas las lecciones de vida. Pero no es regalado. Supone que los padres confían su hija a los abuelos y que estos tienen tiempo para ella, tiempo para perder, tomar y entregar. Ser, y simplemente ser, disfrutar de la vida tranquilamente bajo la mirada de un niño, como bajo la mirada de un Dios benévolo, es a veces lo más difícil.

Martin Steffens es profesor de Filosofía en el Liceo Georges de La Tour de Metz (Francia) y autor de varios libros, algunos publicados en español, como Nada más que el amor. Indicadores para el martirio que viene.

Publicado en La Croix.