Hace unos días se cumplieron 50 años de la breve, pero muy importante, Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia y las religiones no cristianas. Sólo comprende cinco puntos. En el primero relaciona la religión con la respuesta al enigma del hombre formulado en una serie de preguntas sobre el problema humano, semejantes a las que aparecen en Gaudium st Spes, 10: «Los hombres esperan de las religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón» (Nostra Aetate1).

La religión, en consecuencia, se debe situar en la línea de las respuestas que el hombre busca a sus interrogantes más profundos; así pues, las religiones «tratan de responder a la inquietud de corazón humano proponiendo caminos, es decir, doctrinas normas de vida y rito sagrado» (NAe2). El Concilio afirma que «la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en otras religiones hay de santo y de verdadero. Considera con sincero corazón los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo que es ‘‘el Camino, la Verdad y la Vida’’ (Jn. 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (NAe 2, par. 2).

A continuación, en fidelidad a estos principios, añade que la Iglesia «exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se encuentren en ellos» (NAe 2, par. 3). Seguidamente la Declaración se refiere, en concreto, a algunas religiones, comenzando por el islam, del que dice: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente. Creador del Cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refi ere de buen grado» (NA e, 3). La referencia conciliar a la religión judía (n. 4) es la más extensa y detenida. El Concilio quiso cortar de base toda raíz religiosa al antisemitismo que tan trágicamente se había manifestado en la primera mitad de siglo. La Declaración conciliar afirma que «la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas». Confiesa que todos los fieles cristianos, hijos de Abraham según la  fe, están incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. La Iglesia católica deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona, desea fomentar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, entre otras cosas, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno. En la esfera cristiana, asumir la Shoah fue sin duda uno de los motivos que llevó a elaborar Nostra Aetate, pero no el único. Esta Declaración conciliar abrió nuevas perspectivas para las relaciones del cristianismo con otras religiones, en particular para las relaciones hebreos-cristianos; su mensaje permanece vivo y actual como una brújula decisiva de todos los esfuerzos hacia un diálogo, encuentro, respeto y colaboración de la Iglesia con las religiones. Ante Dios, los hombres tienen la misma dignidad, sea cual sea el pueblo, la cultura o la religión.

La Declaración conciliar Nostra Aetate habla con gran estima de los musulmanes y de los que pertenecen a otras religiones. Después de 50 años, podemos decir con gratitud que ha producido numerosos frutos. Sobre la base en que se asienta, la Iglesia rechaza como contraria a la voluntad de Dios cualquier discriminación o persecución perpetrada por motivos de raza ocolor, de condición social o de religión. Sobre esa base los fieles de todas las religiones alentaron y alientan la esperanza que pueden tener en la Iglesia católica una aliada confiable en la lucha a favor del encuentro, conocimiento, respeto y valoración positiva de todas las religiones; y, particularmente, los judíos sobre las bases de esta Declaración pueden ver en la Iglesia, como corresponde a su entraña más profunda, garantía y aliada segura contra el antisemitismo, y, también, contra la islamofobia, tentación tan actual en nuestros días. La Declaración conciliar constituye una vigorosa invitación al diálogo sincero y confiado entre cristianos y fieles de otras religiones, en particular entre cristianos y hebreos y también musulmanes –las tres grandes religiones monoteístas–: sólo así será posible dar pasos adelante en la valoración mutua, desde el punto de vista teológico de la relación de la fe cristiana y otras religiones, singularmente entre cristianismo y hebraísmo e islam.

Este diálogo de cristianos y hebreos y musulmanes –los tres hijos y herederos de la fe de Abraham–, si quiere ser sincero, no debe dejar en silencio las diferencias existentes o minimizarlas para caer en el relativismo religioso de que todas son iguales. También en las cosas que, a causa de nuestra íntima convicción de fe, nos distinguen a unos de otros, aun en el ser, debemos respetarnos y amarnos mutuamente.

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