Estos días de verano he recuperado un cuento precioso sobre la felicidad que quisiera compartir con vosotros. Es la historia de una niña que salió a dar un paseo. En su camino se encontró con una mariposa, prendida entre las zarzas y agitando sus delicadas alas sin conseguir liberarse. La niña cogió con todo cuidado a la mariposa y la soltó. Ya libre, la mariposa se convirtió en un hada que, agradecida, le dijo a la niña: «Quiero agradecerte tu buena acción. Pídeme el deseo que más quieras; te lo concederé. Dime, ¿qué es lo que más ansías?» Abriendo los ojos, sorprendida, la niña dijo: «Quiero ser feliz. Dime cuál es el camino de la felicidad». El hada le susurró al oído el secreto de la felicidad, y salió volando.

Desde ese momento la niña empezó a ser otra; siempre estaba alegre. Nadie en el pueblo era tan feliz como aquella niña. La gente empezó a interesarse, y curiosa le preguntaba continuamente por qué era tan feliz. Pero la niña evadía siempre la respuesta, diciendo que era un secreto, el secreto del hada. Así llegó a anciana y seguía siendo la persona más feliz del pueblo; una viejecita realmente feliz; y eso que en su vida no faltaron las dificultades y contratiempos.

Temerosos de que muriera y se llevara el secreto a la tumba, la gente del pueblo le insistía, más que nunca, en que revelara la fórmula de la felicidad. Al fin, un día, la viejecita, sonriendo, accedió a descubrirla. Y dijo que lo que contó el hada era muy sencillo; pero que para ella había sido, a lo largo de toda su vida, el secreto de su felicidad. El hada le había susurrado al oído: «Aunque las personas parezcan autosuficientes... ¡No lo creas! Todos te necesitan». La viejecita añadió que siempre había vivido con la seguridad de que todos necesitaban de ella: «Me he dado a ellos, y eso me ha hecho feliz». Este cuento nos enseña que para ser feliz no necesitamos grandes logros ni costosas adquisiciones.

Este relato nos recuerda cómo nos necesitamos los unos a los otros. ¡Qué importante es hacer el bien y ayudarnos mutuamente! Es bueno y necesario que reconozcamos el don que Dios nos ha dado para compartirlo con los demás. El tiempo de vacaciones puede ser el momento oportuno para pedir a Dios que nos ayude a descubrir los dones que hemos recibido. El Papa Francisco nos dice: «Solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más» (Gaudete et Exsultate, 56).

Queridos hermanos, el amor entre nosotros, la fraternidad entre los miembros de un mismo pueblo, es signo y fuerza de la comunidad cristiana. El amor de Dios nos supera infinitamente, no puede ser comprado por nosotros con nuestras obras y solo puede ser acogido como un regalo iniciativa de su amor.