Situada en la encrucijada de continentes y civilizaciones, codiciada por egipcios, griegos, fenicios, judíos, romanos, bizantinos, otomanos y británicos, Chipre, la mayor isla mediterránea, cuenta con un riquísimo patrimonio cultural.  A lo largo de su historia la isla ha tenido que afrontar las invasiones y expolios de poderosos imperios, pero desde que en 1974 los turcos invadieron lo que ya era un pequeña y pujante república independiente, ha sido sometida a una destrucción sin precedentes.

La situación es dramática: más de 500 iglesias y monasterios –la prueba más evidente de la verdadera identidad de la isla– han sido saqueados o destruidos desde entonces; más de 15.000 iconos, innumerables objetos litúrgicos, evangelios y otras valiosas piezas han sido reducidos a cenizas.

Un número reducido de iglesias se han «salvado» para ser convertidas en mezquitas, museos, lugares de ocio, hoteles (como la de Santa Anastasia, en Lapithos) o incluso en almacenes, como la de San Antonio, en el distrito de Famagusta y tres monasterios. 

El monasterio maronita del profeta Elías fue bombardeado salvajemente por la aviación turca, incendiado y convertido en establo.  Pero lo peor es que los maravillosos frescos bizantinos y mosaicos han sido arrancados de los muros por los traficantes de antigüedades y han sido vendidos ilegalmente a coleccionistas extranjeros.


Con la invasión militar, Turquía impuso la división de la población por su origen étnico y religioso, expulsando a los  greco-chipriotas (cristianos ortodoxos) de sus casas en la zona ocupada y apartándolos de los turco-chipriotas (musulmanes).  A pesar de la condena internacional, el régimen ilegal de ocupación sigue hoy presente en la isla y prosigue su sistemática destrucción de todo lo que pueda recordar la cultura grecorromana o cristiana. El griego sobrevive en un reducido número de carteles, inscripciones funerarias o cruces de cementerios profanados que han salido milagrosamente indemnes de los ataques. Otros, como el cementerio cristiano de Gypsou, el judío de Margo o el británico de Famagusta no han tenido tanta fortuna y sus tumbas y cruces han sido reducidas a escombros.

Este es el panorama que se encontrará Benedicto XVI cuando aterrice en la isla el próximo viernes:  el catolicismo latino en Chipre es una minoría –unos 2.500– en este país de mayoría ortodoxa y de significativa presencia musulmana. «Algunos de estos católicos descienden de familias francesas, venecianas, maltesas, o dálmatas. Y después están los católicos que pasan un tiempo en la isla como técnicos, profesores o personal del cuerpo diplomático», explica el vicario latino patriarcal de Chipre.  Los católicos de rito maronita (procedentes de Siria y Líbano) son unos 5.000, pero en la parte controlada por los turcos sólo sobreviven dos de estas comunidades, con un centenar de fieles. El régimen turco autoriza que en la catedral de san Jorge de Kormakitis, al norte del país, se celebre misa en griego, árabe y arameo, la lengua que hablaba Jesús y que pervive en la isla gracias a la inmigración maronita.