El próximo 16 de septiembre, Benedicto XVI comenzará un viaje a Reino Unido, donde está prevista además la beatificación del cardenal John Henry Newman. No se trata de un viaje más, puesto que las relaciones entre Reino Unido y la Iglesia católica nunca han sido fáciles desde tiempos de la escisión dictada por Enrique VIII. De hecho, más de 10.000 súbditos del Reino Unido han enviado cartas de protesta al Gobierno británico por la visita del Santo Padre.

Pero los escándalos por los abusos cometidos sobre menores por parte de miembros de la Iglesia católica han ofrecido a los detractores de la fe un nuevo argumento para intentar cobrarse lo que, en términos cinegéticos, sería un medalla de oro. Quieren sentar en el banquillo a Benedicto XVI por encubridor de los desmanes de algunos clérigos.

De hecho, ya están estudiando si la condición de Jefe de Estado del propio pontífice no es suficiente garantía diplomática y jurídica para no poder acusar formalmente a Benedicto XVI ante la justicia británica.

También en Estados Unidos hay quien tiene el afán de ser el abogado que lleve a un Papa ante los tribunales, al condiserar que el problema de los abusos es endémico entre los clérigos y que la responsabilidad última y directa es del Vaticano y, por tanto, del Santo Padre.