ReL publica una entrevista realizada hace dos años por el director del semanario Alba, Gonzalo Altozano, al nuevo ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, cuyo hilo conductor es el reencuentro con Dios después de años de vivir ajeno a todo lo espiritual.

Esta entrevista es una de las 101 que aparece en el libro "No es bueno que Dios esté solo" (Ciudadela), de gran difusión en las últimas semanas como ha informado ReL: «No es bueno que Dios esté solo» se convierte en un best-seller. En dos meses: 17.000 ejemplares

A continuación, la entrevista de Gonzalo Altozano:

En su despacho del Congreso de los Diputados hay un enorme retrato de Tomás Moro, santo al que Juan Pablo II pedía que se encomendaran los políticos para obtener fortaleza, paciencia, perseverancia y buen humor. De esto último anda sobrado Fernandez Díaz, a pesar de su seriedad (habrá quien diga, maliciosamente, que humor y sonrisa no son sinónimos, que ahí está Zapatero, al que pocos le han encontrado la gracia, el chiste). Los que le conocen bien dicen que nada tiene que ver el Jorge de “ahora” con el de “antes”. Él habla de conversión.

-Fue, salvando las distancias, más agustiniana que paulina, en el sentido de que no fue instantánea, sino que me resistí mucho.

-No.

-Tampoco. Yo no negaba a Dios, simplemente vivía como si no existiera, sólo me acordaba de Él en los momentos difíciles. Era eso que llaman un católico no practicante.

-Lo es. Pero yo vivía en esa contradicción. Mi fe era una fe muerta porque era una fe sin obras.

-La convicción plena de que mi vida sólo tenía sentido a la luz de Dios. A partir de ese momento, Él empezó a tener más presencia en mi vida. Es en este sentido en el que hablo de conversión.

-Digamos que mi plan de vida está muy próximo a la espiritualidad del Opus Dei: ir a misa todos los días, rezar el Rosario, hacer un rato de oración, otro de lectura espiritual...

-Mucho. Tras mi conversión me di cuenta de que mi déficit en formación religiosa, moral y ética era importante. Tenía que recuperar el tiempo perdido y la lecturame ayudó a ello.

-Son muchos, pero si me tengo que quedar con uno, elijo a Vittorio Messori, con quien me unen tantas cosas. El providencialismo, por ejemplo. Messori analiza los acontecimientos teniendo en cuenta que Dios es el Señor de la Historia, del Tiempo, de la Cronología. A mí también me atrae ese tipo de visión de los hechos que se incardina en lo que se llama Teología de la Historia.
-Le diré tres, aunque haya muchos más. El regreso del hijo pródigo, de Henry Nouwen, La historia de un alma, de santa Teresita de Lisieux, y Las confesiones, de San Agustín. Los leí por primera vez en 1997.

1997 fue el año en que el Señor dijo: “Hasta aquí hemos llegado. O caixa o faixa”. Pero mi camino de retorno empezó en 1991.

-Ya he dicho que mi conversión fue más agustiniana que paulina, que me hice mucho de rogar.

-Me encontraba de viaje oficial en Estados Unidos, invitado por el Departamento de Estado. Un fin de semana nos llevaron a Las Vegas. Allí, por medio de un gran amigo, que sin duda fue un instrumento de la providencia de Dios, Él salió manifiestamente a mi encuentro. Lo recuerdo y pienso en san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia”.

-Lo digo por mí y lo digo por Las Vegas.

-Aunque parezca que le hayamos cerrado la puerta, aunque a veces no lo queramos ver o escuchar, tengo la íntima convicción de que Dios está muy presente en el Congreso. Las Cortes son el órgano legislativo del Estado y Dios, el gran legislador del universo.

-Como un magnífico campo para el apostolado, la santificación y el servicio a los demás, como mi vocación personal y específica, el lugar donde Dios quiere que esté. Para un católico, dedicarse a la política, aquí y ahora, es un reto apasionante.

-Como una actividad que me apasionaba. Pero estaba instalado en el relativismo, y cuando no hay convicciones todo es cálculo político, intereses partidistas.

-El mío es un partido en cuyo ideario ocupa un lugar importante el humanismo cristiano. Sí, me siento bien.

-En la vida las cosas no suceden porque sí o gracias a los amigos o por lo listo que uno sea; todo esto son causas segundas, mediaciones humanas, que, respetando la libertad de cada uno, responden a los designios de Dios. Volviendo a san Agustín y salvando de nuevo las distancias, si pienso en las cosas que me pasaron antes de mi conversión, puedo decir lo que el de Hipona en sus Confesiones: “Ah, Señor, eras Tú”.