“Vi la aparición entre dos ángeles guerreros, los mismos que antes aparecían en forma sacerdotal, rodeada de muchas figuras luminosas, como un gran resplandor que descendía cerniéndose a través de la peña del sepulcro a su santo cadáver. Fue como si el resplandor se inclinara y se fundiera con Él y entonces vi moverse sus miembros dentro de sus envolturas, y como si el resplandeciente cuerpo vivo del Señor, penetrado de su alma y su divinidad, saliera del costado de la mortaja, como si se alzara de la herida del costado. Todo estaba lleno de luz y resplandor”.

Así se habría producido el momento justo de la Resurrección de Cristo, tal y como lo relató la beata Ana Catalina Emmerich, que recibió el don especial para revelar cómo fue la vida de Jesús a través de lo que ella llamaba “cuadros”, una especie de fotogramas que veía al mismo tiempo que se producían estos acontecimientos históricos.

Las visiones de una beata que tuvo los estigmas de la Pasión

Esta religiosa alemana, declarada beata, sufrió los estigmas de Jesús y se alimentaba únicamente de la Eucaristía. Esta humilde mujer nació a finales de siglo XVIII y aunque sus visiones no son dogma de fe, la Iglesia considera particulares de gran valor para acercarse, en este caso, a la Pasión y Resurrección de Cristo. 

Durante un largo tiempo el escritor Clemente Brentano fue recogiendo de boca de la Emmerich estas visiones y que ahora están publicadas en libros como La vida oculta de la Virgen María y La Amarga Pasión de Cristo.

La Resurrección del Señor

Tras el momento anteriormente relatado por la beata a través de sus visiones, prosigue la beata: “Vi en contemplación la aparición de un monstruo que subía enroscándose desde lo hondo como por debajo del túmulo sepulcral. Encabritó su cola de serpiente y volvió al Señor con odio su cabeza de dragón. Recuerdo que tenía además también una cabeza humana. Pero en la mano del Redentor que se levantaba vi una vara fina y blanca con una banderita que flameaba en la punta; el Señor pisó la cabeza del dragón y le pegó tres veces con la vara en la cola de serpiente, que a cada golpe se hizo más delgada y finalmente desapareció, hasta que finalmente toda la cabeza del dragón estuvo pisada en el suelo, y sólo miraba hacia arriba la cabeza humana.

» Esta imagen ya la había visto a menudo en la Resurrección. También había visto ya una serpiente parecida emboscada en la Encarnación de Cristo. La esencia de esta serpiente me recuerda mucho a la serpiente del Paraíso, sólo que era todavía más horrible. Creo que esta imagen está en relación con la promesa:

» —La semilla de la mujer pisará la cabeza de la serpiente.



»En conjunto, a mí me parece que sólo es un símbolo de la victoria sobre la muerte, pues mientras vi aplastar la cabeza del dragón, ya no vi al Señor en el sepulcro.

» Entonces vi que el Señor resplandeciente flotaba a través de la peña. La tierra tembló y un ángel en figura de guerrero bajó del cielo al sepulcro como un rayo, puso la piedra al lado derecho y se sentó encima. La sacudida fue tal que la cesta de lumbre osciló y las llamas salían hacia afuera. Los guardias que lo vieron cayeron como atontados por los contornos y se quedaron tendidos como muertos y en posturas retorcidas. Casio vio todo lleno de resplandor, pero se rehizo rápidamente, entró al sepulcro y, abriendo la puerta un poco, palpó los paños vacíos y se fue a informar a Pilatos de lo que ocurría. No obstante aún se quedó un rato por si veía algún nuevo acontecimiento, pues él no había visto a Jesús, sino solamente el terremoto, el ángel moviendo la piedra, el instante en el que el ángel se sentó en la piedra y el sepulcro vacío. A los discípulos, estos primeros sucesos se los contaron, unos Casio, y otros, los guardias.

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» Pero en el instante en que el ángel echó abajo la piedra de la tumba y tembló la tierra, vi que el Señor resucitado se apareció a su Madre en el Calvario. Estaba extraordinariamente bello, serio y resplandeciente. La ropa en torno a sus miembros parecía un ancho manto ondeante cuyo borde jugaba en el aire al caminar; el manto tenía un brillo blanco azulado como el humo a los rayos del sol. Las llagas de Jesús eran muy grandes y brillantes y en la de la mano bien se podía meter un dedo. Los bordes de las heridas tenían las líneas de tres triángulos iguales que se reunían en el punto central de un círculo, y del centro de la mano salían rayos hacia los dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús, a quien el Señor dijo algo que he olvidado sobre que se volverían a ver. Le enseñó sus llagas y cuando ella se prosternó para besar sus pies, la tomó de la mano, la levantó y desapareció.


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» Vi titilar a lo lejos las cestas de fuego en el sepulcro y hacia levante la luz de la aurora formaba un banco blanco sobre Jerusalén”.
 
Más adelante, la beata relata también cómo quedó el sepulcro tras la resurrección de Jesús:

“Los guardias estaban como atontados y tirados por aquí y por allá en posturas retorcidas; la piedra estaba en el zaguán, desplazada a la derecha, y las puertas, que ahora estaban sólo presentadas, se podían abrir. A través de la puerta vi que los lienzos que habían envuelto al cuerpo estaban sobre el túmulo sepulcral de la siguiente manera: la gran sábana, en la que había estado envuelto el cuerpo, estaba como antes, sólo que hueca, hundida y dentro sólo tenía hierbas. Las vendas, que habían envuelto esta sábana, estaban todavía como si envolvieran algo, como si estuvieran apuntaladas, con su longitud a lo largo del borde delantero del túmulo sepulcral; pero el paño, con el que María había envuelto la cabeza de Jesús, estaba separado, a la derecha de la cabeza, enteramente como si la cabeza estuviera dentro, pero con la cara tapada”.

Y ya entonces llegaron las santas mujeres, donde primero el ángel y luego Jesús se aparecieron, iniciando un camino que llevaría más tarde a Pentecostés y al nacimiento de la Iglesia.