El Papa Francisco ha alabado en muchas ocasiones el papel de los laicos japoneses, que mantuvieron su fe sin clero ni sacerdotes durante más de dos siglos de persecución.

En 1865 unos misioneros abrieron la primera iglesia católica en Japón después de 240 años de persecución. Acudieron unos japoneses, cristianos escondidos, que habían mantenido la fe en secreto durante dos siglos y medio, sin sacerdotes, sin Eucaristía, sin confesarse y sin Biblias.

Se descubrió que quedaban unos 50.000 cristianos escondidos. Sin embargo, la mitad de ellos vivían en regiones que habían mezclado tanto su fe con tradiciones paganas que ya no eran ni monoteístas, y se negaron a aceptar a los sacerdotes católicos. No se integraron a la iglesia universal. Pero otra mitad, localizada en otras regiones, se integró enseguida. La mitad que se mantuvo católica era de regiones que habían transmitido 3 cosas que los otros perdieron: una catequesis sobre la confesión, una oración memorizada de contrición y arrepentimiento (que recitaban en casa cada vez que se veían forzados a participar en actos paganos o de apostasía) y una profecía de 1660 llamada "del catequista Sebastián", que avisaba que en 7 generaciones llegarían barcos con confesores "y os podréis confesar incluso cada semana". Esta profecía daba esperanza a los cristianos ocultos. También enseñaba como reconocer a esos "confesores", por 3 datos.

Lo explica con detalle esta ponencia del jesuita japonés Shinzo Kawamura, de la Sophia University, la universidad jesuita de Tokio. 


: Prohibición de misioneros extranjeros en Japón. Los cristianos japoneses son unos 220.000.

El cristianismo queda prohibido en todo Japón. 

: Últimos 4 misioneros extranjeros detenidos y torturados; no llegarán más (la novela y película "Silencio" se inspira en esta época). 

Martirio del catequista Sebastián: profetiza que en 7 generaciones llegarán confesores en barco

: Vapores blindados norteamericanos fuerzan a Japón a romper su aislamiento.

: El padre Petitjean abre una iglesia católica en Nagasaki. Los cristianos escondidos acuden a él. Las autoridades japonesas reprimen a los cristianos con multas y confiscaciones. 

: Por las presiones de Occidente, se despenaliza el cristianismo y se retiran los carteles públicos que recordaban su prohibición.


por Shinzo Kawamura, S.J., Sophia University, Tokio
12 de octubre de 2017, Roma, Pontificia Universidad Gregoriana
Simposio con ocasión del 75 aniversario de las Relaciones Diplomáticas entre Japón y la Santa Sede


El 8 de enero de 1867, el Papa Pío IX envió un mensaje especial al padre Bernard Petitjean, de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, que en esa época desarrollaba su labor misionera en la ciudad de Nagasaki. La intención del Santo Padre era dar su bendición especial a un acontecimiento que él definió con énfasis el "Milagro de Oriente".

Lo que él llamó el "Milagro de Oriente" era el acontecimiento que, tres años antes de enviar este mensaje, el 17 de marzo de 1865, se había verificado en una de las iglesias más antiguas de Japón, la "Oura Tenshudo de Nagasaki", conocida también como la Basílica de los Veintiséis Santos Mártires de Japón (www.26martyrs.com).

Éste fue el descubrimiento de los denominados "cristianos ocultos". Para todos los católicos del mundo este acontecimiento fue realmente un milagro.
Es decir, una comunidad de cristianos, cuyos antepasados se remontaban al siglo XVII y que sufrieron una cruel persecución debido a la prohibición del cristianismo en Japón, había conseguido sobrevivir durante un periodo de 250 años, incluso sin sacerdotes que se ocuparan de ella.

Estos cristianos ocultos no fueron los únicos en ser descubiertos. Hemos verificado el hecho que los cristianos que el padre Petitjean descubrió pertenecían a la misma fe que los cristianos que habían poblado Japón 400 años antes. En consecuencia, estas personas, tras ser descubiertas, volvieron a la Iglesia Católica.

En otras palabras, este acontecimiento fue un doble milagro: un milagro de descubrimiento y un milagro de resurrección.

En la segunda mitad del siglo XIX, Japón empezó a seguir el camino emprendido por otras naciones de Occidente e intentó transformarse en un estado moderno. El shogunato Tokugawa, en la ciudad de Edo, que en esa época era la autoridad central, había reducido hasta lo más mínimo, durante un periodo de casi 250 años, todo contacto con las potencias extranjeras.

Sin embargo, en 1854, basándose en la Convención Kanagawa que había sido formulada entre los EE.UU. y el shogunato Tokugawa, Japón se dio cuenta que había llegado el momento de terminar este tipo de política cerrada y el país declaró estar abierto de nuevo a los extranjeros.
Sin embargo, a pesar de esta nueva orientación, el shogunato Tokugawa decidió seguir imponiendo sobre el hombre común las prohibiciones que había impuesto hasta la fecha sobre el cristianismo.

Mientras tanto, asentamientos occidentales empezaban a aparecer de manera firme en los mayores puertos de Japón, como Yokohama y Nagasaki, y la gente también empezó a reclamar la libertad de culto y, en consecuencia, se empezaron a construir iglesias católicas dentro de los municipios y asentamientos de la nación.

A pesar de dichas limitaciones, empezó un renacimiento dentro de la Iglesia Católica de Japón, que causó sentimientos de esperanza en el corazón de Su Santidad el Papa Pío IX, que decidió canonizar a los veintiséis mártires de Nagasaki. Estas veintiséis personas habían sufrido el martirio unos 400 años antes y habían sido beatificadas a principios del siglo XVII.

Acto seguido Japón se transformó en el centro de atención del mundo, y la gente empezó a dar señales de interés en la nueva Iglesia Católica de la nación, una Iglesia cuya historia, por así decir, acababa de empezar.

Fue en este ambiente de serenidad y calma que el renacimiento de la Iglesia Católica empezó en Japón. Pero en 1865 este renacimiento tuvo un impulso añadido con el descubrimiento repentino de los cristianos ocultos. Este descubrimiento cautivó a los cristianos de todo el mundo. A esto es a lo que me he referido antes como "Milagro de Oriente".

Un grupo de unas quince personas, descendientes de los cristianos ocultos de Nagasaki Urakami, visitaron la Oura Tenshudo, construida poco tiempo antes, e iniciaron un diálogo con el padre Petitjean.

Hablando con él le dijeron: "Pertenecemos a su misma fe. ¿Dónde podemos encontrar la imagen de Santa María?".
El padre Petitjean se conmovió profundamente y su corazón se llenó de alegría cuando oyó estas palabras.

En cuanto estos cristianos ocultos supieron que habían entrado en Japón sacerdotes católicos, un número cada vez mayor de ellos dejó de ocultarse en lugares como Nagasaki y sus alrededores, y en áreas como Goto, y al cabo de un tiempo su número superó los diez mil. Tras haber verificado que la fe de estos sacerdotes era la misma que profesaban sus antepasados 400 años antes, estos cristianos ocultos volvieron a la Iglesia católica.

Algunas cuestiones fundamentales y tres palabras clave
Con ocasión de este simposio deseo hablar sobre este "Milagro de Oriente". Deseo plantear algunas cuestiones fundamentales en relación a este tema, y mi intención es responderlas.

Estos cristianos ocultos habían soportado casi 250 años de persecución  a causa de las prohibiciones que les había impuesto el shogunato Tokugawa. Sin embargo, siguieron preservando fielmente su fe y cuando juzgaron que había llegado el tiempo adecuado para hacerlo, volvieron a la Iglesia católica. Realmente fue un milagro, pero mi pregunta es la siguiente: ¿qué hizo posible este milagro?
¿Qué hizo posible que estas comunidades cristianas vivieran, durante tantos años, esta vida "oculta"?
¿Por qué nunca rechazaron su fe católica?

Hablando concretamente, ¿qué posibilitó que protegieran y preservaran su fe?


Me gustaría indicar tres palabras clave que considero son las más decisivas en lo que concierne a este "Milagro de Oriente".

La primera palabra clave es "confraternidad", o "confraria". Esto ha sido lo que les permitió descubrir un método sistemático para preservar su fe durante ese largo periodo de tiempo.

La segunda palabra clave puede resumirse en la expresión: "Profecía del catequista Sebastián". Sebastián era el nombre de un catequista que sufrió el martirio durante el periodo de las persecuciones, casi doscientos años antes. Conservamos una obra suya titulada: "Profecías de la futura resurrección de la Iglesia de Cristo". Esta obra fue fuente de esperanza para los cristianos ocultos, y fue aceptada y transmitida de generación en generación. Para los cristianos ocultos era un mensaje para el futuro.

La tercera palabra clave se refiere a un opúsculo titulado: "Libro de contrición y oración". Este pequeño volumen está formado por las memorias o recuerdos de sus antepasados, amorosamente custodiados por los cristianos ocultos, para los que era su fuerza motriz. Servía también para autentificar su conocimiento sobre los sacramentos que habían sido celebrados en el periodo de la cristianización.

Proporciono ahora una explicación elemental de cada una de estas palabras clave, y así haciendo espero obtener una visión de la génesis de este drama, un drama que concierne a los milagros del descubrimiento y el resurgimiento.


Cartel de 1682 prohibiendo el cristianismo y ofreciendo
recompensas a quien denuncie a cristianos;
hacía 40 años que no quedaban sacerdotes en las islas



La estructura de su fe firme: el modo de pensar revelado en la 'Confraria', que permitió que los miembros vivieran una vida cristiana a pesar de estar privados de sacerdotes
La primera cuestión que tenemos que afrontar tiene que ver con la "Confraria", o comunidades de laicos.
A pesar de no tener sacerdotes ni misioneros, las comunidades de los cristianos ocultos consiguieron sobrevivir durante un periodo de más de 250 años. Durante este periodo, sus comunidades fueron dirigidas sólo por laicos. Éste es un punto que tiene un valor crucial.

Desde los tiempos de San Francisco Javier existían comunidades que eran gobernadas y supervisadas sólo por laicos, como organizaciones territoriales, en distintas regiones del país.

Estas comunidades de cristianos ocultos no eran grupos que se habían formado precipitadamente. No se habían formado a causa de una brusca reacción negativa, como sentimientos de pánico que hubieran surgido de repente entre los cristianos debido a las prohibiciones y persecuciones iniciadas por el shogunato Tokugawa.

Más bien, tenemos que tener en cuenta que estas comunidades ya pre-existían y que se habían formado cincuenta años antes del inicio de las persecuciones.
Se formaron imitando el sistema de confraternidades de Europa, donde en cada región existían comunidades formadas sólo por laicos. Eran organizaciones autónomas, por lo que cuando las persecuciones empezaron en serio y los misioneros fueron obligados a irse, eran capaces de seguir solas debido a los vínculos que existían entre los líderes laicos y los miembros de la comunidad.

En 1550, es decir, justo después de la actividad misionera de San Francisco Javier, había muchas regiones que eran atendidas sólo por cuatro misioneros. Eran misiones que no podían ni siquiera ser consideradas parroquias u organizaciones eclesiales.

Cincuenta años más tarde empezaron a aparecer episcopados y obispados, y durante ese periodo sólo los jesuitas tenían misiones que incluían iglesias y parroquias.

Los jesuitas incluso llegaron a tener hospitales gracias a su concepto occidental de ciencia médica. Las comunidades cristianas que ayudaron a administrar estos hospitales fueron de las primeras comunidades eclesiales de Japón.

La primera comunidad eclesial de Japón estaba constituida por cristianos laicos, que adoptaron como modelo la Confraria da Misericordia portuguesa.

Esta confraternidad se creó en el siglo XIII en Italia. En el siglo XVI, un periodo en el que una gran cantidad de grupos católicos de laicos se difundieron por distintas regiones de Europa, la Confraria da Misericordia, que solía centrarse casi exclusivamente en obras de caridad, tuvo un gran desarrollo en Portugal. Cuando Europa empezó a atreverse a ir cada vez más lejos durante el periodo de las grandes navegaciones, también esta "Confraria" se extendió a distintas regiones de la tierra y, al cabo de un tiempo, penetró también en Japón donde, entre otras actividades, se dedicaba a la gestión de hospitales.

Era un hecho ampliamente conocido que la "Confraria" estaba gestionada sólo por laicos. En principio, los sacerdotes y las personas vinculadas con el clero no estaban directamente implicadas en la gestión.
Incluso más tarde, cuando se crearon comunidades regionales en distintas áreas, siguieron el mismo modelo organizativo.

En cualquier área, además de las visitas periódicas de los misioneros, el mantenimiento y el gobierno de la comunidad estaba en manos de los jefes laicos y los miembros del grupo. Los líderes eran elegidos y el cargo tenía una duración definida. Tenemos razones para creer que las comunidades tenían reglas y normas que había que respetar.

Según las estadísticas del último decenio del siglo XVI, el número total de creyentes cristianos era de 220.000 y los sacerdotes eran apenas cuarenta misioneros jesuitas.

Incluso cuando las más de doscientas comunidades cristianas diseminadas por la nación no tenían sacerdotes, contaban con organizaciones administrativas formadas sólo por laicos, que eran capaces de llevar a cabo las tareas de gobierno y supervisión.

La razón de esto la encontramos en el hecho que estas comunidades se basaban, fundamentalmente, en el concepto de confraternidad.


En 1587, Hideyoshi promulgó el Bateren tsuihō-rei, una ley que expulsaba a los misioneros, marcando el inicio de la primera persecución. Era una medida destinada a prohibir la presencia de todos los misioneros jesuitas en el país.

Obviamente, los cristianos japoneses se preocuparon muchísimo por esta situación. Sin embargo, en lo que concierne a la estructura de su sociedad, en cada región se daba por sentado que incluso sin sacerdotes los líderes laicos podrían seguir llevando a cabo sus tareas de gobierno y supervisión. Por consiguiente, el impacto de esta orden de expulsión no tuvo efectos muy severos sobre sus comunidades.

La razón del escaso impacto que tuvo esta orden fue que en cada región los líderes de las comunidades cumplían adecuadamente con su responsabilidad hacia su gente, llevando a cabo las tareas que les habían sido asignadas.
Uno de los resultados de esta ley de expulsión fue el hecho que estas comunidades laicas, que hasta ese momento estaban vinculadas entre sí por su implicación en actividades caritativas en distintas regiones, al cabo de poco tiempo empezaron activamente a prepararse para afrontar la persecución y, en consecuencia, su estructura cambió. Se transformaron en comunidades de apoyo y de ayuda recíproca.

Esto, a su debido tiempo, dio origen a confraternidades, únicas en Japón. En otras palabras, renacieron como comunidades de cristianos ocultos, dispuestas a enfrentarse a la persecución en marcha. Empezando por Nagasaki, en múltiples áreas de la nación iniciaron a crearse estas comunidades de confraternidades, que sobrevivieron.

Los líderes laicos continuaron con su vida oculta mientras llevaban a cabo las tareas que les habían sido asignadas. Los jefes laicos celebraban los bautismos y transmitían las enseñanzas de Cristo a los miembros de sus comunidades, utilizando agua, opúsculos, etcétera.

Es decir, estas comunidades de cristianos ocultos, totalmente privadas de sacerdotes, constituyeron un secreto que permaneció oculto a las autoridades, un secreto que duró 250 años. El motivo principal es que durante todo el periodo de la cristianización estas comunidades, cuya estructura seguía el modelo de la "Confraria", eran grupos profundamente arraigados en suelo japonés.


 Decapitaciones y tortura por fuego en una ejecución pública de cristianos en Japón


Un segundo factor relacionado con la resistencia de estas comunidades cristianas fue el hecho que los laicos católicos que estaban vinculados a ellas eran capaces de perseverar y mantener la esperanza que necesitaban para su continúa supervivencia.

Existía una tradición oral titulada "Profecía del catequista Sebastián", que proporcionaba a estas comunidades cristianas la esperanza de una futura resurrección.

En determinadas zonas, estos cristianos ocultos recibieron y transmitieron esta tradición durante 250 años. El hombre llamado Sebastián era un catequista. Sufrió el martirio en Omura, cerca de Nagasaki, alrededor del siglo XVII, durante los últimos días de la persecución.

Se dice que había sido discípulo de un tal Joao. En 1657 fue capturado por los agentes del magistrado de Nagasaki y fue decapitado tras tres años y tres meses de encarcelamiento. 

Se cree que en dicha ocasión dijo una profecía que fue fuente de esperanza para los miembros de las comunidades cristianas.

La parta más relevante de esta profecía es la siguiente: "Cuando hayan pasado siete generaciones llegará una nave negra, en la que habrá algunos confesores. Y entonces las personas podrán confesarse, incluso cada semana".

En otras palabras, si la gente era capaz de esperar pacientemente durante siete generaciones, las prohibiciones religiosas en acto y las persecuciones cesarían. Esto iría acompañado por una época de paz. Con esta profecía Sebastián quería consolar a los miembros de las comunidades cristianas, hundidos en un estado de total desesperación.

Esta profecía se cumplió al cabo de 250 años. Al examinar la Biblia con detalle, observamos que era costumbre considerar que una generación abarcaba 30 años. Por lo tanto, siete generaciones abarcarían 210 años. En otras palabras, lo que la profecía pretendía revelar es que 210 años después de la muerte de Sebastián, martirizado en 1657, las persecuciones cesarían.

Cuando hacemos el cálculo matemático total, el resultado es el año 1865, año en el que fueron descubiertos por primera vez los cristianos ocultos.

En Nagasaki y las aldeas de sus alrededores, junto al mar abierto, como también en Goto, se descubrió que la profecía de Sebastián existió como transmisión oral. Es una verdad que fue verificada por los historiadores del periodo Meji, cuando llevaron a cabo investigación de campo en esas zonas.

El hecho que Sebastián profetizara que volverían "algunos confesores" es un punto que tiene un valor fundamental.
Al examinar las palabras de la transmisión oral, nos damos cuenta que no declaran sólo que volverán los misioneros, o los sacerdotes. Más bien afirman que volverán los "confesores".

Personalmente soy de la opinión que esto constituye el punto más importante de este "Milagro de Oriente". Estos cristianos ocultos no eran sólo clérigos cristianos o ministros de la Iglesia, sino que eran personas obsesionadas con la idea de tener a alguien con la autoridad de perdonar los pecados.

Observamos aquí que la sabiduría de Sebastián es revelada y ocultada al mismo tiempo. En otras palabras, para estos cristianos ocultos era absolutamente crucial que las personas que llegaran a Japón en un futuro fueran sacerdotes católicos o ministros de la Iglesia.


Para poder verificar que los confesores que llegaran fueran realmente sacerdotes, Sebastián les dijo a los miembros de la comunidad cristiana que tenían que plantearles tres preguntas, para saber si eran capaces de dar las respuestas justas. Las preguntas eran:

Primera: "¿Es usted célibe?".
Segunda: ¿Cuál es el nombre de su jefe en Roma?".
Tercera: "¿Venera usted a la Santísima Virgen María?".

Estas eran las preguntas que Sebastián aconsejó que plantearan. Cuando los cristianos ocultos salieron al descubierto la primera vez, la pregunta que le plantearon al padre Petitjean fue: "¿Dónde está la estatua de Santa María?". Esta pregunta, dirigida al padre Petitjean dentro de la Oura Tenshuda, prácticamente ha entrado en la leyenda, pero gracias precisamente a la transmisión oral de la "Profecía del catequista Sebastián" ahora somos capaces, por primera vez en la historia del cristianismo japonés, de captar su significado.

Con anterioridad, los cristianos ocultos de Urakami habían entrado en una iglesia protestante, en Nagasaki. Pero cuando la esposa del pastor los recibió y les ofreció un té inglés, abandonaron rápidamente ese lugar.

Se les había enseñado a averiguar si la fe era o no realmente la misma que la suya; éste era un tema que se incluía en la profecía de Sebastián.

¿Por qué esperaban estos cristianos ocultos la llegada de los confesores? ¿Qué tipo de misterio hay detrás? Se ha especulado que la clave para resolver este enigma fue publicada en 1608. Sin embargo, lo que queda de la publicación son sólo determinados manuscritos, concretamente un panfleto titulado Konchirisanoriyaku y un resumen de éste titulado Orasho. La clave a este misterio tal vez se puedan encontrar en ellos.


Al hablar acerca de grupos de cristianos ocultos, me di cuenta de que la cuestión principal que dominaba mi mente era la siguiente: en el arco de estos 250 años de su historia, ¿cómo afrontaron cuestiones como la celebración de la Santa Misa y la administración de los sacramentos, si no tenían sacerdotes?

Esta misma pregunta pueda, tal vez, plantearse así: la Santa Misa y la Confesión son dos sacramentos que necesitan un sacerdote. Además de esta cuestión, ¿cómo consiguieron estos cristianos ocultos transmitir su fe católica durante un periodo de 250 años? 

Asumiendo que el recuerdo de los sacramentos se haya desvanecido totalmente de la mente de estos cristianos ocultos, entonces, 250 años más tarde, incluso si se encontraban de nuevo con misioneros que habían vuelto a Japón, estos cristianos nunca hubieran sido capaces de verificar si estos misioneros y ellos mismos habían arraigado en la misma fe católica. Ésta es, ciertamente, una posibilidad.

Sin embargo, el hecho es que la investigación histórica revela exactamente lo opuesto. Es decir, que estos cristianos ocultos eran claramente capaces de verificar el hecho que en algún momento del pasado, ellos y los misioneros habían estado indudablemente arraigados en la misma fe católica.

Esto indica una verdad histórica que tiene vínculos estrechos con el Konchirisanoriyaku.

En 1590, año en que empezó la persecución de la fe católica en Japón, los sacerdotes católicos o bien fueron expulsados de Japón o se les negó la entrada en el país, y la comunidad de creyentes, que entonces era de aproximadamente 300.000 fieles, tuvo que enfrentarse repentinamente a una crisis de proporciones gigantes. Lo que resultó ser particularmente problemático fue el hecho que el número de sacerdotes que podía administrar los sacramentos a los creyentes había disminuido considerablemente.

El Concilio de Trento, concluido en 1563, estableció que por lo menos una vez al año todos los fieles tenían que acercarse al sacramento de la penitencia, es decir, de la confesión, porque morir en estado de pecado mortal significaba ir al infierno.

En especial, las personas que estaban enfermas o agonizantes tenían miedo de morir sin recibir el perdón de sus pecados. En respuesta a este miedo que sentían los creyentes cristianos, los misioneros jesuitas de esa época empezaron a introducir medidas dirigidas a aliviar sus penas.


  Cristianos japoneses contemplan una ejecución de mártires hacia 1640, en la película "Silencio", de Scorsese; la película recoge 5 escenas de martirio


En los casos en que no hubiera sacerdotes disponibles, permitieron a las comunidades de cristianos los siguientes procedimientos excepcionales: si el pecador había experimentado una verdadera contrición, es decir, si se había arrepentido sinceramente de su pecado, entonces la efectiva confesión del pecado podría posponerse hasta el momento en que hubiera un sacerdote disponible.

Esto era algo que grupos como los "contricionistas" habían evidenciado desde la Edad Media y era, además, una interpretación amplia de las siguientes palabras del Concilio de Trento: "La reconciliación entre el individuo y Dios puede obtenerse con una verdadera contrición".

En otras palabras, significaba que si una persona en su lecho de muerte sentía verdadera contrición del corazón, esta contrición podía servir como sustituta del Sacramento de la Penitencia o Confesión. Sin embargo, ésta era sólo una medida excepcional, un recurso debido a la persecución.

Los misioneros jesuitas eran tal vez conscientes del hecho que esta "verdadera contrición del corazón" y "aplazamiento de la confesión" eran medios que no serían muy bien acogidos en la Iglesia Católica. Por consiguiente, recurrieron a ellos sólo como medida excepcional. En consecuencia, experimentaron un poco de ansiedad cuando las implementaron.

Al final, en 1593, con ocasión del encuentro de los representantes jesuitas en Roma, el misionero jesuita que fue enviado a Roma como representante de Japón llevó una lista de excepciones a la regla general, en vista de las circunstancias especiales por las que atravesaba el país.
Cuando este jesuita misionero que sirvió como representante de Japón llegó a Europa, dirigió algunas preguntas a Gabriel Vasquez, que en esa época era un experto en Teología Ética muy respetado y altamente cualificado. Sus preguntas abordaban estas cuestiones, es decir, el aplazamiento de la confesión y la necesidad vital de adoptar medidas especiales en el caso de Japón. Vazquez, tras escucharle, respondió afirmando que si la contrición por parte del penitente era suficiente, entonces su confesión podía claramente posponerse en el tiempo.

Sobre esta base se publicó e imprimió en Japón un opúsculo titulado Konchirisanoriyaku. La palabra "Konchirisan" calca la palabra portuguesa "contrição", contrición, pronunciada en la lengua japonesa.

El Konchirisanoriyaku explica el significado decisivo de la "verdadera contrición". Dice, además, que cuando nos embarcamos en viajes largos, o cuando estamos en situación de guerra, de conflictos, etc., si no hay sacerdotes disponibles entonces tenemos que reconciliarnos predisponiéndonos a llevar a cabo nuestra confesión en un segundo momento.

Para utilizarla en dichas circunstancias, los miembros de las comunidades cristianas compusieron una oración conocida como Orasho, y se estableció la práctica para los creyentes cristianos de recitar esta oración a diario.

Esta oración conocida como Orasho fue un gran consuelo para los miembros de las comunidades cristianas que, a causa de la persecución, no podían entrar en contacto con sacerdotes católicos.


  Estos fumie están erosionados por los miles de veces que fueron pisados; los cristianos ocultos los pisaban cuando las autoridades lo ordenaban, y luego rezaban en sus casas la oración de contrición, la "Orasho", sabiendo que morirían sin un sacerdote que les confesara

Por ejemplo, en las ocasiones en las que los funcionarios del shogunato Tokugawa obligaban a los cristianos a pisar el "Fumie", la imagen de Jesús, como signo de abjuración, había creyentes que lo hacían sin dudarlo. Sin embargo, estos mismos creyentes, de vuelta ya en sus casas, recitaban repetidamente la Orasho para expiar lo que acababan de hacer. Lo hacían con la conciencia que, en un futuro, aparecería un sacerdote al que podrían confesar su pecado. Se dice que esta Orasho era recitada por los cristianos tal vez cientos, o incluso miles, de veces.

Esta regla, que ha permitido a los cristianos ocultos posponer sus confesiones a un futuro sucesivo, a cuando hubiera sacerdotes disponibles, sirvió también para infundir en sus corazones la firme convicción que la Iglesia, al cabo de un tiempo, resurgiría. Era una esperanza que surgía en sus corazones gracias a los recuerdos que habían custodiado celosamente en relación con los sacramentos.

La declaración de Sebastián que he mencionado antes, es decir, su profecía sobre el retorno de los confesores tras siete generaciones, es algo que no hubiéramos sido capaces de comprender sin la transmisión del Konchirisanoriyaku.
Durante un periodo de 210 años estos cristianos habían repetida y clandestinamente salmodiado el Orasho de Konchirisan, pero sus esperanzas con el tiempo se cumplieron y, por fin, pudieron tener un sacerdote.

Soy de la opinión que la razón por la que la fe de estos cristianos de los siglos XVI y XVII fue tan meticulosamente transmitida durante tantos años se debe a que el recuerdo de los sacramentos había sido cuidadosamente preservado en sus corazones. Por esta misma razón esta fe resurgió con prontitud tras un intervalo de 250 años y, una vez que hubo resurgido, no perdieron tiempo en volver a la Iglesia Católica.

Los sacramentos son signos visibles de la obra salvífica de Jesucristo. Son signos que, por así decir, han sido sellados en lo más profundo de nuestros corazones, por lo que estos cristianos ocultos anhelaban que llegaría el día en que la Iglesia Católica, el organismo que administraba estos sacramentos a los creyentes, volviera a resurgir.

En otras palabras, podemos afirmar que se debe en gran parte a la memoria que habían conservado de los sacramentos si estos cristianos ocultos fueron capaces de sobrevivir durante tanto tiempo como una comunidad de fe.

Alternativamente, también podamos tal vez decir que el "milagro" de los cristianos ocultos tuvo sus frutos gracias a los recuerdos que ellos cuidadosamente habían custodiado con respecto a los sacramentos de la Iglesia Católica.

Hay que admitir que toda esta historia es sumamente "católica": de hecho, habría que preguntarse si dicho milagro hubiera tenido realmente lugar si en Japón, hace 400 años, hubiera habido, en cambio, iglesias protestantes durante el periodo cristiano.


La Profecía de Sebastián y la Orasho de Konchirisanoriyaku se transmitieron en los alrededores de Nagasaki, en áreas abiertas al mar, y en la región de Goto.

Funcionaban como medio para despertar en nosotros una conciencia clara de los vínculos que poseíamos con la fe católica de esos cristianos ocultos.

De ahí que se diga que, tras la Restauración Meiji, el hecho que la Iglesia Católica en esa parte del país reviviera de nuevo sin casi resistencia fuera debido a estas dos transmisiones, muy difundidas en esas zonas, a saber: la Profecía de Sebastian y la Orasho de Konchirisanoriyaku.


Virgen de las Nieves pintada probablemente
en Nagasaki a inicios del s.XVII; el cristianismo
quedó prohibido en todo Japón en 1614 



Hay que observar también que en las regiones de Hirado y Ikitsuki, ambas conocidas por la existencia de cristianos ocultos, estas transmisiones no sobrevivieron. Por consiguiente, aunque la gente en esas regiones encontraron a sacerdotes de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, no tuvieron razones para volver a la Iglesia Católica.
El motivo es que aunque su fe se había arraigado en el catolicismo 400 años antes, durante el Periodo Edo se había vuelto cada vez más indígena, transformándose con el tiempo en una religión popular.

Así fue como tuvo lugar el "Milagro de Oriente" y esto fue posible gracias a la metódica transmisión de la fe, la esperanza y el amor de esos cristianos ocultos.
Más que cualquier otra cosa, lo que hizo posible este milagro fueron ciertos objetos que son de suprema importancia para la Iglesia Católica, a saber: los recuerdos de esos cristianos ocultos. Recuerdos que tienen que ver con los Sacramentos de la Iglesia y que estos cristianos ocultos preservaron meticulosamente. Y con este respaldo deseo concluir mi conferencia.

(Publicado originariamente en el blog Settimo Cielo de Sandro Magister; traducción de Helena Faccia Serrano)