Enviar postales por correo en Navidad fue una costumbre extendidísima que ha decaído, sobre todo, porque quien quiere felicitar dispone ahora de formas rápidas y sencillas de hacerlo a través del correo electrónico, las redes sociales y los SMS.

¿Vale la pena el esfuerzo de conservar la tradición y escribirlas a la antigua usanza?

Jennifer Fulwiler piensa que sí. Vivió toda su vida en el ateísmo hasta que conoció al que hoy es su marido, que creía firmemente en Dios. Ella, que consideraba la fe algo supersticioso e irracional, no entendía que su novio compatibilizase sus convicciones con tres doctorados en universidades norteamericanas de primer nivel como Yale, Columbia y Standford. Hoy viven, ya como matrimonio, en Austin (Texas), pero Jennifer confiesa que no empezó a comprender que Dios existe hasta que nació su primer hijo y -dice- pudo empezar a pensar en ello con "humildad".

El caso es que, ya conversa al catolicismo, Jennifer mantiene un blog sobre la conversión, y al acercarse las fechas navideñas ha escrito un texto defendiendo que sigan enviándose los christmas de toda la vida, que aquí suelen reflejar a la Sagrada Familia, y en Estados Unidos suelen ir acompañados de fotografías del remitente y los suyos.

"Siete buenas razones para enviar postales de Navidad", reza el título de su post. Y ¿cuáles son?

Primera, porque "te de la oportunidad de reflexionar sobre el año que ha pasado", sobre todo si se la diriges a alguien con quien es probablemente el único contacto anual.

Segunda, porque "es más fácil que nunca", dada la variedad enorme de recursos que hay en la red para fabricarlas personalizadas y encargarlas o imprimirlas.

Tercera, porque mantienes a los demás informados "de cómo te van las cosas". Se puede hacer en Facebook, dice Jennifer, "pero es bonito poder conservarlas en un único lugar".

Cuarta, porque mantienes al día tu listado de direcciones postales, cada vez más descuidado por culpa del e-mail. "Cuando hace poco tuve que dar las condolencias a un amigo cuya mujer había muerto... no tuve que molestarle antes preguntándole donde vive", cuenta como experiencia personal.

Quinta, le das a tus amigos y familiares la oportunidad de adornar su casa en estas fechas con esas tarjetas, particularmente alegres si van acompañadas de fotos, como allí es costumbre.

Sexta, "es una bendición para personas poco tecnologizadas: no olvides que hay personas que no están conectadas, y que apreciarán profundamente recibir cartas a la antigua usanza". En una ocasión, Jennifer envió una felicitación a unos amigos sin saber que se habían mudado de casa. La nueva inquilina era una anciana que acababa de enviudar y vivía sola y triste, y les contestó a la tarjeta explicándole que había sido maravilloso para ella recibir esa carta, aunque no fuera la destinataria. Desde entonces han seguido felicitándose mutuamente cada año.

Y séptima, "es una oportunidad para la evangelización". En su caso, dice que cada año recibe muchas respuestas positivas de amigos no católicos que agradecen ese recuerdo de una forma de celebrar la Navidad que tal vez en el fondo añoran.

Pues bien, éstas son las razones de Jennifer. Ni mejores ni peores que otras. Admirables, o poco prácticas. Convincentes, o no. Nos apetezca seguirlas o no nos apetezca, el caso es al menos nos recuerdan que el Niño Dios está a la vuelta de la esquina.