La Comisión Científica del Pacífico fue la principal empresa científica ultramarina de la España isabelina. En la primavera de 1862 el Ministerio de Fomento decidió agregar un equipo de naturalistas a una escuadrilla naval española que estaba en el Pacífico americano. Eran seis profesores vinculados al Museo de Ciencias Naturales de Madrid (tres zoólogos, un geólogo, un botánico y un antropólogo) y dos ayudantes: un taxidermista y un dibujante-fotógrafo. Su misión era formar colecciones científicas que enriqueciesen los fondos de los museos españoles.
 
 Fue, en realidad, la última de las expediciones transoceánicas organizada íntegramente por España, que cerraba así una tradición de expediciones iniciadas ya desde el siglo XVI, con Felipe II, con una triple finalidad: religiosa, científica y militar. Se le han dedicado multitud de libros y exposiciones, pero evitando relacionarla con la Iglesia Católica, algo que hacemos ahora so pretexto de conmemorarse este 2018 el 150 aniversario del inicio el Sexenio Democratico. Lo católico en esta expedición se ha ignorado habitualmente en el discurso laicista.
 

Laureano Pérez Arcas

Laureano Pérez Arcas (1824-1894) fue un naturalista, doctor en Zoología, que ejerció la docencia universitaria como Catedrático de Zoología de la Universidad Central. Además se licenció en Derecho en febrero de 1848, todo ello sin detrimento de su fe católica, que le acompañó hasta su muerte, algo que la historiografía laicista oculta para construir su discurso de que ciencia y religión católica son incompatibles. Pero la historia es una ciencia que nos dice cómo fueron las cosas y las personas sin tratamiento ideológico de la realidad, por muy mayoritariamente votadas que puedan haber sido las ideologías que sostengan la memoria histórica.

Este doble titulado universitario llegó a ser tal recibiendo religión en la escuela, en el Colegio de la Fundación García-Dávila, siendo su preceptor de gramática el eclesiástico D. Miguel Moya Ponce, último de los profesores de esta institución. Por ello es un caso más que inactiva científicamente otro aspecto muy de actualidad del discurso laicista propio de los materialistas y ateos: que la escuela católica no sirve para la formación científica de las personas.

Laureano Pérez, en escuelas católicas, aprendió latín, francés, inglés y alemán. Con el paso del tiempo y no sin esfuerzo, se licenció en Ciencias Naturales, siendo discípulo del también científico naturalista católico D. Mariano de la Paz Graells , con quien estudió y fue Ayudante de Cátedra. Las clases de su licenciatura en Ciencias Naturales las recibió en dos de las más importantes instituciones científicas de todos los tiempos fundadas también por católicos practicantes: el Real Jardín Botánico y el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Ambas instituciones son hechos concretos que demuestran la participación activa de la Iglesia Católica en favor del desarrollo científico, en este caso durante la Ilustración Española. Algo similar fue lo que ocurrió con la actual Real Sociedad Española de Historia Natural en la persona de Laureano Pérez de Arcas.

Laureano se licenció también en Derecho. Además, desarrolló una intensa actividad de investigación científica en entomología e ictiología, haciendo acopio de una impresionante colección de ejemplares de ambos tipos de animales que donaría antes de morir cristianamente al Museo Nacional de Ciencias Naturales donde se siguen estudiando en la actualidad. Pero además, como también es propio del cristianismo, no acopió saber para sí, sino que lo enseñó en la universidad, escribiendo entre otros un importante libro titulado “Elementos de Zoología”, que fue considerado libro de texto y sirvió para formar a generaciones de naturalistas tales como Marcos Jiménez de la Espada o Francisco de Paula Martínez. Su obra “Anatomía de escorpiones” fue premiada por la Academia de París. Publicó estudios científicos y recibió multitud de condecoraciones.

Y llegado el momento álgido de su carrera, fomentó una tertulia en su domicilio particular con los más insignes naturalistas de la época incluidos alumnos propios, sin hacer acepción de credos o personas. Les propuso la creación de una institución científica, algo que a nivel institucional ha sido constante en la Iglesia Católica, pero que en este caso hizo Laureano como miembro activo de la Iglesia Católica que fue, fundando la entonces Sociedad Española de Historia Natural, todavía en activo como Real Sociedad Española de Historia Natural.

Este logro se realizó en 1871, en pleno Sexenio Democrático, de cuyo inicio hace ahora 150 años. La Real Sociedad Española de Historia Natural fue probablemente la institución científica más importante de las fundadas en España en ese período de tiempo, y el papel de la Iglesia Católica en Laureano fue determinante para la consecución de tal hito de la historia de la ciencia española. 

En la nota necrológica escrita por Jesús Comín dice: “murió en su ciudad natal rodeado de su familia, confortado con los auxilios de la Religión que él mismo pidió y con la dulce paz del que muere cristianamente”.

Su discípulo y también científico católico Francisco de Paula Martínez escribió: “Murió en su ciudad natal… habiendo pedido y recibido todos los sacramentos y la bendición de su Santidad, auxiliado con grande caridad por el señor arcipreste y en la santa paz que tiene el que, habiendo cumplido bien la misión que Dios le dio, pasa a otra vida mejor y eterna”.

Francisco de Paula Martínez y Sáez

Francisco de Paula también tuvo que ver con la Comisión del Pacífico, desarrollando en ella un papel de suma relevancia. Este madrileño fue socio fundador de la actual Real Sociedad Española de Historia Natural (RSEHN), que comenzó su andadura en 1871, en pleno Sexenio Democrático, de cuyo inicio se conmemora en 2018 el 150 aniversario. Este personaje y otros de los que se habla más abajo demuestran que la Iglesia Católica en sus personas, en ellos, siguió trabajando en pro del desarrollo científico de España sin dejarse influir por cambios políticos tan importantes como los acaecidos hace ahora 150 años.

En el Museo Nacional de Ciencias Naturales MNCN fue el discípulo predilecto de Laureano Pérez Arcas. Obtuvo por oposición la Cátedra de Historia Natural del Instituto de Teruel poco antes de adscribirse a la Comisión Científica del Pacífico, la más importante expedición científica española del siglo XIX.

En ella Martínez fue nombrado primer Ayudante Naturalista encargado de la recolección y estudio de los mamíferos y reptiles acuáticos, peces, crustáceos, anélidos, moluscos y zoófitos. Asimismo asumió las funciones de secretario. Al final asumió la dirección de la expedición, en el transcurso de lo que ellos llamaron el gran viaje, que transcurrió desde Guayaquil a Belém de Pará.

Nada de su elevado conocimiento académico ni el conjunto de personas con las que trabajó le llevaron a abjurar de sus firmes creencias católicas, no ocultadas en su vida y recogidas en el testamento que hizo en Madrid, el 28 de enero de 1867, por el que sabemos que estaba casado con una mujer quince años mayor que él, Bárbara Jenaquillo y Hernández, de 46 años por aquel entonces y natural de Villarejo del Valle, provincia de Ávila. En la expedición llegó a recolectar unos 30.000 ejemplares de fauna americana durante su participación en el viaje.

Al volver participó en la redacción de la parte correspondiente a Moluscos, obtuvo el grado de doctor el 12 de junio de 1868 con una disertación sobre utilidades que reporta a la agricultura el estudio de los insectos, y tras su paso por los Institutos de Oviedo y Jerez, consiguió la cátedra de Zoografía de Vertebrados de la Universidad Central en 1872.

Publicó unos cincuenta artículos científicos, la mayor parte de ellos en la revista de la RSEHN en Anales de la Sociedad Española de Historia Natural. En sus numerosas excursiones científicas por España llegó a reunir una colección de coleópteros que sumaba 35.895 ejemplares de 8.393 especies, que irían a parar posteriormente a las manos de Jorge Lauffer. Fue asimismo miembro de la Sociedad Geográfica de Madrid , de las Sociedades Entomológicas de Francia, Berlin, Stettin, y de la Científica de Bruselas.

Martínez sobrevivió a todos los miembros de la expedición y gozó de buena salud hasta su muerte en 1908. Para saber más de este científico católico socio fundador de la RSEHN en pleno Sexenio Democrático nada mejor que leer esta web de la que está tomada la mayor parte de lo aquí expuesto, o la magnífica obra de María de los Ángeles Calatayud, ed., Diario de D. Francisco de Paula Martínez y Sáez, miembro de la Comisión Científica del Pacífico, 1862-1865, Madrid, CSIC, 1994.

Y para terminar de momento Juan Isern Batlló Carrera (1821-1866). Cuenta de él Pilar Rodríguez Veiga Isern, además de otras muchas cosas bien documentadas, que fue un “indiscutible ejemplo de los hombres que han sacrificado su vida por la ciencia, Juan Isern fue un incansable botánico, admirado y querido por todos los que le conocieron, tanto en nuestro país como fuera de él.

Falleció con tan solo 44 años, al mes de regresar a España después de participar en la Comisión Científica del Pacífico (1862-1866), la última gran expedición científica enviada por la monarquía española. Pero su trabajo durante ese duro periplo, en el que reunió más de 8.100 especies de plantas, todas ellas etiquetadas con localidad, fecha, hábitat, nombres vulgares, usos y aplicaciones, siguen siendo en la actualidad materia de estudio obligado para los amantes de la botánica”.

También añade que estudió la carrera eclesiástica y la de la botánica a la vez –religión en la escuela, que no le taró ni le convirtió en un enemigo de la ciencia, sino todo lo contrario- aunque acabó decantándose por la segunda actividad, y formó parte de la mítica Comisión del Pacífico.

Por supuesto nació en el seno de una familia católica, de doce hijos, y fue bautizado, y jamás abandonó la fe, sino que la vivió en compatibilidad perfecta con su amor a la ciencia a alto nivel, y se casó por la Iglesia, y dio cuenta pormenorizada de todas las iglesias que vio en el viaje de la famosa comisión.

Cuenta en su autobiografía que sus "padres pensaron que uno de sus hijos debería estudiar para cura, movidos quizá porque sus antepasados habían erigido una capellanía –"Els Dolors"– entre Setcases y Camprodón para los miembros de la familia que abrazasen la carrera eclesiástica, y decidieron que yo, por mi afición a contemplar la naturaleza y el mundo que me rodeaba y a mis progresos en los estudios, debería ser el que me trasladara a Camprodón. Allí, bajo la guía del catedrático Francisco Prats estudié latín, idioma con el que, además de poder rezar, comencé a identificar todas las plantas por su nombre universal” (El estudiante de las hierbas. Diario del botánico. Juan Isern Batlló y Carrera (1821-1866). Paloma Blanco Fernández de Caleya; Dolores Rodríguez Veiga Isern y Pilar Rodríguez Veiga Isern. CSIC, 2006. Madrid).

Su actividad científica y su conocimiento del mundo le reafirmaron en sus creencias católicas. Comenta en su diario de la citada Comisión del Pacífico cosas tales como: "cuanto me alegraría que nuestros demócratas se tomasen la molestia de visitar estas repúblicas, para que se curasen de la manía democrática. Si tengo la dicha de volver a España me verá V. un realistón de aquellos que decían: 'altar y trono'. La palabra libertad es sinónimo de licencia, 'fraternidad e igualdad, fratenité et egalité', estas palabras que en algún día me sonaban muy bien en mis oídos, hoy me dan náuseas al oírlas, porque es un sarcasmo, sólo en la doctrina católica se encuentra la fraternidad e igualdad”. Lo mismo llegó a escribir María de Maeztu en sus obras.

Sus observaciones están bastante lejos de la creencia del buen salvaje, algo mítico y falso de toda falsedad. En cuanto a a la manifestación de la compatibilidad ciencia-fe “Pero quién dijo miedo, la religión católica cuenta a millares los mártires, la ciencia también tiene algunos”, refiriéndose a expedicionarios españoles anteriores a él. Murió como consecuencia de una enfermedad que contrajo en la expedición.