La palabra griega paraklíti (παρακλήτι) quiere decir abogado y consolador. Y se llama abogado, porque se interpone entre nuestras culpas y la justicia del Padre, haciendo que aquellos que de su inspiración se llenan, se conviertan en penitentes. Y se llama consolador el mismo Espíritu, porque libra de la aflicción el alma de aquellos que, habiendo merecido el perdón de sus pecados, los prepara con esa esperanza. (San Gregorio. In Evang hom. 30)

El Espíritu Santo es el Consolador. Es Quien nos permite enlazarnos, religarnos, con Dios, en toda su extensión. El Espíritu Santo nos consuela, porque vivir conlleva siempre dolor, limitaciones y desilusiones. Sin duda, el bautismo nos hace hijos adoptivos de Dios, pero el sufrimiento humano nos ayuda a vernos como hermanos, unos al lado de otros. La hermandad del Paráclito es esencial para el ser humano. ¿Por qué? Simplemente leamos un frase del Evangelio del próximo domingo: “...el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”. ¿No nos resulta suficiente esta promesa del Señor? A veces nos olvidamos del Espíritu Santo y buscamos todo tipo de segundos salvadores que llenen nuestros oídos con sus dulces doctrinas e ideologías. Olvidamos que el Espíritu Santo es realmente el Abogado que nos ayuda, enseña y libera de las cadenas que cargamos encima en este mundo.

¿Un ejemplo? Días atrás reflexionaba sobre lo complicado que es ser adulto creyente y comprometido con la fe. ¿Cuántas personas adultas se alejan de la Iglesia porque han perdido la hermandad da sentido a la Iglesia? Cuando nos alejamos, aparece el dolor de una ruptura que hace aún más duro retornar por nuestros propios pasos. Nuestra soberbia hace el resto, preconizando que nada puede cambiar y que no merece la pena esperar a reencontrarnos a esa hermandad perdida. Cuando sintamos esto, no creamos que somos los únicos que sentimos este dolor. No desesperemos, unámonos precisamente en el dolor que sentimos y oremos unidos al Espíritu Santo. Oremos pidiendo entendimiento y capacidad de transformar ese dolor en confianza y esperanza.

Ser cristiano conlleva ver con esperanza lo que se derrumba y aceptar con paciencia, aquello que se construye de espaldas a nosotros. Dios nos pide que confiemos en Él y que aceptemos que no somos de “este mundo”, porque hemos creído en su Palabra.

…todo escriba que se ha convertido en un discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. (Mt 13, 52)

La hermandad del Paráclito nos permite seguir adelante sabiendo que somos bienaventurados porque vemos la mano de Dios en todo lo que sucede y esperamos en Él. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Señor, limpia nuestro ser para verte. Esta limpieza de corazón es la que Cristo nos propone aceptar y en la que vivir. ¿Imposible? ¡Claro que es imposible para las fuerzas humanas! Pero lo imposible para el ser humano, es posible para Dios. No hace falta pasar todo el día “vendiendo” a los demás una falsa sonrisa de anuncio de dentífrico. Quien tiene su corazón lleno de paz, no anda riendo como si nada le importase. Claro que nos importa todo y por eso sabemos que lo que realmente debe cambiar en este mundo somos cada uno de nosotros. Dedicarnos a cambiar lo externo es entretenido y nos ayuda a distraernos. Nos hace creer que lo que desechemos por viejo y lo que aceptemos como nuevo, transformará algo de la Iglesia y del mundo. Sin duda, la inocencia es maravillosa, siempre que sea iluminada por la ciencia del Espíritu Santo. Saquemos de nosotros aquello “nuevo” y “viejo” que nos impide señalar a Cristo a quien pierde la esperanza. Demos valor a todo lo “nuevo” y “viejo” que nos permite anteponer a Cristo a todo y todos. Señalemos al Camino, Verdad y Vida a todo el que, desesperado, cierra sus ojos llenos de lágrimas.

¿Lloras internamente? ¿Duele tanta falta de sentido? El Consolador quiere habitar en tí. Déjalo entrar. Ya somos dos, pero no estamos solos. Hay miles de millones de personas que sentimos lo mismo. Toma mi mano y unidos, sigamos a Cristo. Él y sólo Él, tiene Palabras de vida eterna.