Veíamos el pasado día 2 de mayo en el artículo que titulé “Del pacto nazi-comunista que unió a la URSS y al III Reich durante la Segunda Guerra Mundial” que la Segunda Guerra Mundial no comienza hasta que la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin alcanzan una alianza. Es decir, una alianza militar nazi-comunista en toda regla firmada el 23 de agosto de 1939 -ocho días antes de que comience “oficialmente” la conflagración mundial-, gracias al pacto que la historia conoce, de una manera un tanto extraña, por el nombre de dos ministros de Asuntos Exteriores, el comunista Viacheslav Molotov y el nazi Joachim Von Ribbentrop, éste último ahorcado como resultado de los juicios de Nuremberg que juzgan al final de la guerra los crímenes de lesa humanidad, aquél no. En el que es el único caso de alianza militar denominada por el nombre de dos ministros de Asuntos Exteriores, como si por hacerlo así, dejara de ser entre la principal potencia comunista de la historia, la Unión Soviética, y la principal potencia nacional-socialista de la historia, el III Reich.

             El bochornoso acuerdo que liga en una auténtica alianza de guerra a los comunistas soviéticos con los nacionalsocialistas alemanes va a tener multitud de consecuencias que la “memoria histórica” tan de actualidad ha puesto tanto celo en ocultar.

             La primera es algo más conocida, la invasión soviética de Polonia el 17 de septiembre de 1939, apenas dieciséis días después de que la Alemania nazi invadiera la parte que, en virtud del Pacto, le correspondía en la misma presa. Territorialmente hablando, la parte soviética será incluso mayor que la alemana.

             Pero no es la única consecuencia de dicha alianza militar, porque al amparo de ella, el 30 de noviembre la URSS ataca Finlandia, lo que de hecho le valdrá la expulsión de la Sociedad de Naciones. Y aunque Finlandia plantará cara, el Tratado de Moscú de 12 de marzo de 1940 representará para ella la pérdida de algo más de la décima parte de su territorio. Y ya en 1940, entre el 28 de junio y el 4 de julio, la URSS arrebata a Rumanía las regiones de Besarabia y Bucovina.

             Peor suerte todavía correrán las llamadas Repúblicas Bálticas, anexionadas éstas en su integridad al amparo de dicho pacto y con la acordada anuencia alemana: Letonia el 17 de junio, Lituania el 3 de agosto, y Estonia el 6 de agosto, todas ellas en 1940.

             En agosto de 1989 una comisión especial creada todavía en la Unión Soviética, antes de que se produzca el definitivo colapso del Telón de Acero, reconocerá (y condenará) la existencia de un Protocolo Adicional Secreto del Pacto dentro del Pacto Nazi-Comunista, al amparo del cual fueron posibles tantas agresiones.

             El Pacto Nazi-Comunista, como es sobradamente conocido, no se romperá por voluntad soviética, sino por así decidirlo Alemania cuando el 22 de junio 1941, de manera unilateral y sin ni siquiera previa declaración de guerra, lanza la Operación Barbarroja, por la que invade la URSS.

             No será, no obstante, el único pacto que una la suerte de la Unión Soviética a la de las potencias del Eje, pues el 13 de abril de 1941, la URSS de Stalin aún firmará un Pacto de Neutralidad con los japoneses, un pacto en el que se lee literalmente:

             “De conformidad con el espíritu del Pacto de Neutralidad concluido el 13 de abril de 1941 entre la URSS y Japón, el gobierno de la URSS y el gobierno del Japón, en aras a asegurar pacíficas y amigables relaciones entre ambos países, solemnemente declaran que la URSS respeta la integridad territorial y la inviolabilidad del Manchukuo, y Japón respeta la integridad territorial y la inviolabilidad de la República Popular del Mongolia”.

             Un pacto que, en definitiva, consagraba y aseguraba dos invasiones, la del Manchukuo por Japón, la de Mongolia por la URSS.

             Este pacto tendrá tal solidez que la Unión Soviética no lo denunciará hasta abril de 1945, es decir, apenas un mes antes de que termine en Europa la II Guerra Mundial.

             Dicho todo lo cual, no me queda sino terminar de la misma manera que ya lo hice cuando el pasado 2 de mayo traté el tema con anterioridad.

             Después de haber estado 668 días lealmente y fidelísimamente aliados a los nacionalsocialistas alemanes y cuatro enteros años al Japón, después de haberse repartido Europa con los nazis, ¿todavía pueden los comunistas de los distintos lugares del planeta ir obsequiando a todo el mundo con el epíteto de “fascistas”? ¿Quién en el mundo ha pactado con los fascistas, no siendo otros  fascistas, sino los comunistas? ¿Pero de verdad no va a haber nadie en la tierra que le saque los colores a estos comunistas sinvergüenzas por su absoluta y completa falta de pudor y de decencia?

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

 

            ©L.A.

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