O al menos la que se ha llevado el premio 2017 de Art & Liturgy.
Un campeonato curioso, muy a la americana, con votaciones y eliminatorias regionales, al estilo NBA, y que llevó a la final al Oratorio de San Francisco de Sales en San Luis, Missouri y a la Iglesia de San Jaime en Louisville, Kentucky. Ambas muy bellas.
Finalmente el vencedor fue el Oratorio de San Francisco de Sales.
Podría haber sido al revés. Lo que importa, me parece, es un renovado interés y sensibilidad porque las iglesias sean lugares bellos, concebidos para expresar su función sagrada.
Parece que en estados Unidos están dejando atrás el feísmo, la funcionalidad, los caprichos de los artistas de turno que nos castigan con arte abstracto, conceptual o el último grito vanguardista y que consiguen dejarnos iglesias en las que es francamente difícil rezar, no digamos ya expresar la belleza de una liturgia que aspira a mostrarnos un pedazo de cielo.
Pienso esto mientras repaso las iglesias o capillas que frecuento, básicamente por cercanía a mi casa, y me doy cuenta de que son, desde un punto de vista estético, o bien mediocres, o bien declaradamente feas. Todas ellas construidas en los últimos 80 años. Con buenos y piadosos sacerdotes, gracias a Dios, que compensan el estropicio estético.
¿Qué podrían hacer en iglesias donde todo apuntase a dar gloria a Dios?